2- Muñecas

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La número 204 estaba en posición de bailarina, llevaba unas medias azules semi-transparentes que cubrían sus piernas enteras y tacones negros. Su pecho estaba cubierto por una simple tira de tela púrpura que dejaba todo su estómago y hombros, decorados con brillantina, a la vista. La 310, al igual que la 204, tenía una falda cortísima, que apenas sí medía unos cinco centímetros; ella tenía una mano bajándose más el escote, otra mano en su rojizo cabello, y sus esbeltas y pálidas piernas estaban una delante de la otra. La 543 estaba acuclillada, con sus delgadísimos y bronceados brazos apoyados en su sus rodillas. Sus ojos café miraban el infinito, como los ojos de todas, concentrándose en nada más que permanecer quietas y bellas.

Yo había llegado hace poco a ese lugar, y hasta el momento no había hecho más que ser fotografiada, filmada, entrevistada, además de tener clases de "cómo ser una mujer". Pero entonces, luego de días y días, me maquillaron y vistieron pomposamente, viéndome "provocativa".

Mis ojos verdes se movían de un lado para otro, aunque no debía hacerlo, aunque debía estar completamente tiesa y perfecta, como una muñeca de porcelana. Todas sí estaban completamente quietas y yo no lograba entender cómo lo hacían.

Desde mi llegada allí sólo había deseado poder vivir, conocer a esas chicas y sus historias, pero ninguna estaba interesada en socializar. Lo único que querían era salir de ese lugar.

Las luces se encendieron, iluminando brutalmente el pasillo blanco del otro lado del cristal. Un grupo de hombres, de diferentes edades, fachas y ropajes se presentaron, observando todos los "modelos" que había tras las vidrieras. Cada modelo tenía un número... Eso era lo único nuestro: un número. Nuestra edad no se debía saber mientras seamos hermosas y talentosas, nuestros nombres y vidas mucho menos.

Mi cuerpo temblaba por dentro, y mis ojos no podían dejar de moverse; ¡era tan curiosa!

Jamás hubiera imaginado que en mi primer día alguien se fijaría en mí, pero aquellos hombres vigilaban cada milímetro de cada ejemplar, no querían pasar ni un detalle por alto.

Mis brazos se encontraban sobre mi cintura, inclinada levemente hacia adelante; mis piernas estaban separadas por más o menos medio metro; intentaba que mi rostro demostrara sensualidad y belleza.

Cuando noté que otro grupo de hombre se acercaba a mí, intenté mantener mis ojos quietos en un lugar fijo, permaneciendo tan tiesa como mis compañeras.

―¿Qué tal la Número 816? ―preguntó un tipo de unos cuarenta años.

Tragué en seco. Esa era yo.

―Ah, esa es aún muy verde, señor, ¿acaso le interesa? ―preguntó el presentador, sorprendido.

―Sí. Podría ser un buen regalo para mi hijo ―respondió él con naturalidad.

―Ah, ¿seguro que quiere esa? Tenemos especímenes mejores, si lo desea ―aconsejó el anciano anfitrión, intentando apartar al hombre de mí.

―No ―respondió él con brusquedad―. Y si ella está verde aún espero un descuento.

Bueno, eso no parecía muy bueno para mí. ¿Por qué había dicho que yo era verde?

―¿Un descuento? ―El anfitrión se sorprendió―, ¿de qué tipo? ¿Cuánto me ofrece, señor?

―Ocho millones de créditos ―ofreció.

―¡Eso son dos millones menos de lo mínimo!

―Pues no deberían poner material no listo si no piensan cobrar menos ―regañó el cliente.

―Nueve millones y medio―ofreció el vendedor.

―Nueve millones y ya ―gruñó.

―Hecho. Ya se la envolvemos ―sonrió.

―Para regalo ―le recordó.

Unas damas vestidas de manera extravagante, pero no como nosotras, me tomaron de los codos y levantaron; yo debía quedarme completamente estática mientras lo hacían. Me depositaron en una habitación, me cambiaron de ropa por una más simple, cómoda e incolora y luego me pusieron un maquillaje que parecía más natural. Por último, en mi frente me colocaron un moño. Me pusieron en una pequeña jaula que no me permitía mucha movilidad: sólo pararme y sentarme.

Aún tiesa me llevaron hacia el comprador, quien estrechaba la mano con el anfitrión. Unos hombres llevaron mi jaula, siguiendo al cliente.

Y allí comenzaría mi nueva vida. Desconozco qué utilidad me daría mi dueño, qué clase de tratos, o si siquiera me pondría un nombre, pero ya no podía hacer nada. Estaba condenada a eso desde el día de mi nacimiento.

Cuentos (por Masha A.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora