—Padre —llama la niña mientras mira la hipnótica agua del mar moverse sobre la arena. Siente pasos acercarse a ella, entonces continúa:—, ¿qué hay del otro lado del océano?
—No hay nada —responde acariciando con suavidad el cabello largo y celeste de su hija—. Es sólo agua. Somos el único pedazo de tierra que existe. ¿Entendido?
—Sí —asiente ella, pero continúa observando el horizonte, viendo cómo el sol naranja se oculta lentamente.
—Ahora vamos al santuario de nuevo.
La niña se pone de pie y lo sigue al gran edificio blanco ubicado a pocos metros del agua. Pronto el pueblo se reunirá allí para oír las palabras de los dioses a través de su padre.
La noche siguiente la joven sale de nuevo, arrodillándose frente al agua y la mira. Asimismo, su padre la vuelve a encontrar curioseando a tales horas.
—Padre, ¿por qué el agua brilla de noche? —pregunta sin despegar sus grandes ojos de la espuma y las motas que irradian luz al moverse en el agua negra.
—Son las lágrimas de los que viven abajo —asegura el hombre, cargado de paciencia.
—¿Hay gente que vive bajo el océano?
—Son sirenas. Mitad humanos y mitad peces.
—¿Por qué?
—Porque creían que encontrarían algo más allá de esta isla, por lo que comenzaron a nadar y nadar hasta que se hicieron en parte peces.
La niña mira el agua, preguntándose si conseguirá ver una de esas "sirenas".
—No las veo.
—Es que están muy abajo. Pero no tienes que verlas ni preocuparte por ellas. La pasan tan mal que lloran e iluminan al mar... Pero es su culpa. Ahora vamos a dormir. Pasan varios días en los que la joven intenta no acercarse al mar, pero la curiosidad le gana y termina en la orilla de nuevo. Su padre la vuelve a encontrar, pero esta vez está más molesto.
—Padre —lo llama ella.
—¡Ya!, ¡basta! El mar no es lugar para niños —la regaña.
—Pero, padre, ¿por qué las sirenas no salen del océano?
—Porque ya no tienen piernas. No pueden caminar.
—¿Y por qué no piden ayuda?
—Porque el agua negra no las deja ver bien. ¡Ahora vuelve al santuario! Los dioses crearon esta isla para que estemos aquí, no para hablar de las estúpidas sirenas.
—Está bien —suspira la niña para luego pararse y seguirlo.
Una noche, mientras mira las olas a través de la ventana de su dormitorio, ve a una persona nadando que, cuando se sumerge en el agua, saca una cola de pez. Atónita, la joven corre fuera de su casa al mar, para ver más de cerca lo que asegura es una sirena.
Pero ya no está.
Instintivamente sumerge por primera vez su mano en el agua, logrando que ésta brille.
Como si la hubiera sentido, una cabeza empapada se asoma y la mira con sus grandes ojos que parecen ser negros. La niña le teme, pero no quiere perder su oportunidad, así que incluso permanece quieta cuando el ser estira una escamosa mano y agarra la suya.
—Debes apurarte —sisea la sirena—. Hay otra isla a poco tiempo nadando de aquí. Puedes llegar, pero rápido, pues una enorme tormenta se acerca.
La niña no sabe qué decir ni hacer, incluso cuando la criatura comienza a tirar de su mano para que se sumerja.
—¡FUERA DE AQUÍ! —escuchan de pronto a su padre, quien se acerca armado a toda velocidad.
—¡Debes apurarte! —repite la sirena antes de irse nadando a toda velocidad.
El padre agarra a la muchacha, tirando de su cabello, fuera de sus casillas:
—¡Te dije que dejaras las sirenas! ¡¿Cómo te atreves a salir de noche y meterte al mar?!
—¡Pero, padre! ¡Mentiste! ¡Ella vino hasta aquí!
—¡Eso ya no importa!, ¡vuelve al templo! ¡NO VOLVERÁS A SALIR!
El resto de los años, la niña se convence que estuvo mal, que su papá no le mintió, y que, de hacerlo, simplemente quería cuidarla. Esa sirena quería meterla al mar; quizá su verdadera intención era dañarla.
Finalmente su padre la deja salir, luego de años de estar encerrada, convencido que ella tuvo tiempo para meditar y espantar a sus demonios.
En su primer día de libertad, ayuda en las tareas del santuario, limpia el lugar y pasea por el pueblo que hace tanto no pisa. Sin embargo, en la noche, la escucha:
—Debes apurarte —Ese siseo. Ese maldito susurro que logra perturbar su día y su nueva mentalidad.
Se asegura que nadie la vea, se acerca al agua (esta vez sin tocarla) y mira en la lejanía: quizá logre ver esa otra isla si se esfuerza.
Y algo ve. No está segura si se lo imagina o no, pero le da igual, no se toma el tiempo para pensarlo, al igual que cuando se tira sin más al agua negra y comienza a nadar en esa dirección.
Le cuesta, pero nada y nada y nada y nada y nada... No se detiene, aunque sus brazos y piernas le pesen, aunque el agua comience a hacerse viscosa y pesada, aunque ésta la hunda y la deje sin repirar. Ella nada.
¡Pero se arrepiente! ¿Y si la sirena le mintió?, ¿y si ni siquiera había tormenta? ¿Su padre le decía la verdad?
Todo da vueltas, el mar comienza a tragarla en un remolino creado por ella, pero continúa nadando: ¡no se rendirá!
Cuando gira su cabeza, ya no ve su hogar, su isla, ¡pero ve otra! Casi de su mismo tamaño, con los mismos árboles e igualmente un pequeño pueblo.
De nuevo se encuentra nadando con emoción, pero aún el agua parece hacerse más sólida y trata de tragarla. Ya no puede: se queda sin aire, manos la arrastran hacia el fondo y ya sabe que no llegará.
En la isla, ve luces, hay personas que la ven y tratan de ayudarla, así que grita, pero están muy lejos.
Y se hunde. Se ahoga. El aire se escapa de sus pulmones.
Al abrir sus ojos, tiene una cola de sirena y se encuentra rodeadas de las misma en un pequeño pueblo submarino. Y ve que las burbujas que brillaban en la superficie salen de pequeñas chimeneas que sus casas tienen. Nadie llora.
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Cuentos (por Masha A.)
Short Story¿Te gusta la ciencia ficción y la fantasía? Entonces acompaña a los protagonistas de estas pequeñas historias en sus aventuras por el pasado, el presente y el futuro de San Benito. ... Bienvenidos a este pequeño rincón donde comparto lo que escrib...