9- Mariposa

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Ese había sido un día común y corriente: me desperté, me duché, fui a trabajar, y en la tarde salí con el que, en ese momento, era mi novio. Habíamos ido al parque a hacer un picnic con nuestros perros, cosa que solíamos hacer los viernes.

Todo era parte de la rutina.

Lo único diferente había sido cuando las vi, revoloteando por allí con sus alas coloridas entre las flores, el césped, las ramas y las hojas verde-primavera de los árboles.

Fue como un trance. Esas mariposas no eran normales, tenían cierto encanto particular que se notaba a distancia, a kilómetros.

—Ey, eeey —me di cuenta que me llamaba la atención—. ¿Te sientes bien?, ¿qué tanto miras?

—Esas mariposas —respondí señalándolas. En un principio un ridículo miedo de que no pueda verlas me invadió, por lo que suspiré aliviada cuando, asintiendo, dijo:

—Lindas —Y punto. Los insectos no le interesaban en lo más mínimo, mucho menos un grupillo de mariposas.

—¿Sólo lindas?

—¿Por qué no?

—No lo sé... Son más que eso —intenté explicarme cuando redescubrí sus anteojos—. Quizá no las estás viendo bien, iré a tomarles una fotografía para ti.

En realidad era para mí. No creí que lograría acercarme tanto pero lo hice, y aproveché para sacar más que una simple foto. Incluso posaron sobre mí, mis brazos, mi rostro, mi cabello.

Reí como una niña hasta que una me picó, causándome un gran dolor en mi cuello. Hice el intento cruel de aplastarla, cegada por la traición del insecto, logrando que todas se alejaran de mí.

Confundida y ofendida regresé con mi novio, quien me miraba entre divertido y curioso:

—¿Qué sucedió?

—Nada, nada.

Los días pasaron monótonos, repitiendo mi misma rutina. Nada en especial excepto por aquella extraña picadura que poco a poco fue aliviando llegando al punto de casi desaparecer.

Hasta cierta mañana que tuve que levantarme temprano para ir al baño y verla: dolía, picaba, quemaba y estaba verde e hinchada, como si estuviese a punto de reventar. Mi cuerpo se sentía extraño, estaba acalorada e incómoda, quería deshacerme de mi propia piel.

Con una temblorosa mano saqué mi celular para buscar al respecto en Internet, pero éste cayó al suelo haciéndose trizas mientras yo curvaba mi cuerpo adolorido y quemajoso.

Algo en mi espalda, entre mis omóplatos, se movía, bajo mi piel, como un gusano ciego que buscaba la forma de escaparse. Mi cuerpo sudaba y toda yo temblaba mientras sentía mi piel desgarrarse para liberar algo nuevo y desconocido para mí.

—¡Aaah! —gemí apoyándome contra los azulejos de la pared, cerrando mis ojos con fuerza, y percibiendo cómo el bulto se seguía moviendo. Sentía mi cuerpo arder en llamas, por lo que, a pesar de la situación, agradecía el frío del mural.

Llevé mis manos a mis sienes, pero las detuve en el camino pues había algo más, ahora en mi frente.

Me obligué a abrir mis ojos a pesar que sudaba tanto que las gotas podrían haber sido lágrimas. Contemplé cómo el espejo reflejaba una versión completamente extraña de mí: me estaban creciendo alas de mariposa y en mi frente nacían dos pequeñas antenas.

Fuera de mí, tomé una intentando arrancarla de allí, aunque despegar un chicle añejo de mi zapato parecía una tarea más sencilla. Con gruñidos de por medio logré quebrarla, descubriendo que quizá fue uno de los peores errores de mi vida: el dolor fue tal que grité más con horror que con cualquier cosa. Cortarme un dedo debía quedar pequeño junto a esto.

—¿Amor? —oí del otro lado de la puerta con preocupación al tiempo que yo tocaba el líquido violeta que desprendía mi antena.

—T-tranquilo, estoy... bien.

—¿Segura?

—Segu... —Me interrumpí al sentir una arcada y segundos más tarde me encontré vomitando flores. Era horrible, el suelo comenzó a cubrirse de coloridas flores y pétalos, los cuales pronto se vieron cubiertos de líquidos coloridos, que más tarde descubrí eran mis lágrimas.

Escuché la puerta intentando abrirse con desesperación.

—¿¡Estás bien!? ¡Abre la puerta!

En cuatro patas, logrando respirar luego de mi devolución, noté la siguiente fase de mi transformación: pequeños vellos obscuros y pegajosos crecían en mis extremidades, con rapidez bruta, logrando sacarme otro gemido de dolor.

—¡ABRE LA MALDITA PUERTA!

No recuerdo muy bien las siguientes partes de mi metamorfosis, aunque puedo asegurarles que, cuando mi novio logró derribar la puerta, lo único que encontró (además de una mariposa que salió volando) fueron flores bañadas en un arco iris.

Ahora vuelo con mis compañeras por diferentes lugares, disfrutando de mi vida de mariposa. 

Cuentos (por Masha A.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora