12- Ellos

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Yo le tengo mucho aprecio, pero ¿qué podría hacer? En verdad no creí que este día llegaría... Principalmente porque no me creí tan especial, tan digna de todo esto.

¡Pero sucedió!

¡Se siente tan bien! Soy importante.

Ellos me lo pidieron, me lo ordenaron, ¿cómo podría negarme?, incluso si es mi amigo, Ellos me dijeron que era malo.

Que debía morir.

Por eso ahora me dirijo lentamente hacia su casa por la calle. Es de noche, es peligroso, no hay nadie, sólo yo y mi cuchillo, pero no importa. Tengo que cumplir con mi deber.

Él ha sido mi amigo toda la vida, nunca me hizo daño, siempre me mostró confianza y cariño... Pero... él no cree en Ellos; más que eso: cree y los detesta, los cuestiona todo el tiempo y ha llegado a llamarme ciega o ilusa...

Siempre supe que eso traería algún problema, pero nunca supuse que fuese así.

Estoy frente a su casa, pongo el cuchillo entre mis labios y comienzo a trepar por la enredadera hasta su ventana. Cuando estoy frente al cristal comienzo a golpearlo, cada vez más fuerte, intentando romperlo, hasta que logro que mi amigo despierte.

Asustado, enciende su lámpara y observa curioso la ventana.

Como somos amigos de siempre se acerca y me abre, aunque siente miedo. Lo sé.

—¿Q-qué haces aquí? Es tarde y... ¿acaso t-tienes un cuchillo?

No respondo a nada y entro, apartándolo de un buen empujón. Me llama por mi nombre, temeroso, pero yo cierro la ventana y aseguro su puerta. Ya lo comprende, ya sabe para qué vine, sin embargo no quiere aceptarlo por lo que sigue preguntando qué pasa como un idiota.

Saco el cuchillo de entre mis labios y noto que cortó levemente mis comisuras, por lo que un sabor metálico baña mi boca.

Todo sea por Ellos.

—¿Qué ha...?

—Lo siento —lo interrumpo—, sabes que te quiero mucho... Pero eres peligroso para Ellos, no puedo dejar que sigas.

—¿Que siga con qué? —inquiere arrinconándose contra la pared.

Me acerco lentamente.

—Con tu vida.

El puñal tiembla en mi mano mientras corto la distancia entre nosotros. Avienta su mesa de noche, intentando golpearme para poder escapar, pero ya no siento dolor. Ya no siento por Ellos.

Me tiro encima de él mientras intenta por todos los medios desprenderse de mí, pero yo me aferro como una garrapata. Incluso da golpes de espalda a la pared para dañarme, pero no me importa.

—¡Por favor, no lo hagas! —ruega. Creo que llora.

Mientras revolotea por su alcoba con desesperación, clavo el cuchillo, atravesando su cuello como si fuese un simple pedazo de pastel. Suave y jugoso.

Cae al suelo derrotado. Su cuerpo está inerte, sin vida, vacío.

Saco el cuchillo y lo apuñalo un par de veces más en la espalda para asegurarme. Ya no necesito el arma, así que lo tiro entre toda la babosa sangre que cubre el suelo mientras oigo a su familia, del otro lado de la puerta, preguntar qué sucede, si todo está bien.

Me lanzo por la ventana, rompiéndola, y creo que me fracturo algo, pero regreso a mi casa sin preocupación, pues he cumplido con mi misión. Ahora Ellos me aman.

Y yo los amo a ellos.

Cuentos (por Masha A.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora