3- Realidad Virtual

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La bestia está frente a mis narices, es gigante y ataca a tres personas a la vez. Nos quita vida y nuestros ataques parecen afectarle tanto como picaduras de mosquito. Los demás intentan sanarnos, pero es difícil pues es una brutalidad. Escucho a mis compañeros soltar insultos, dando órdenes sobre qué debemos hacer, mientras yo sólo me limito a morder mi lengua y moverme de un lado a otro innecesariamente.

―¡Iona, ayuda a poner la mesa! ―se escucha tras la puerta de mi dormitorio, cortándome así la inspiración, logrando que aquel maldito me dé un golpe que casi logra matarme.

―¡Mamá, estoy matando a un boss!, ¡ten paciencia! ―grito malhumorada mientras vuelvo al ataque con rápidos movimientos de teclas.

―¡Es la cena de Navidad!, ¡dile a tu amigo que espere!

¿Cena... de Navidad?

Argh, ¡no es mi amigo!, debo matarlooo. ¡Es un boss, mamá!

―¡Como sea!

Entonces ahora me dirijo al micrófono de mis auriculares:

AFK, muchachos. Parece que hoy es Navidad.

Mis compañeros se quejan, pero ya no los escucho. Me levanto de mi silla y me estiro, ¡todo mi cuerpo suena como si no me moviera hace años! Entonces me doy vuelta para encarar a mi destrozado cuarto: está oscuro, pues suele molestarme que la luz del sol dé contra la pantalla y cierro las cortinas, pero igual entra algo y logro ver mi ropa mugrosa, desparramada por mi deshecha cama e incluso sobre mi mesa de luz. Me acerco y comienzo a buscar algo decente para ponerme, pues si es Nochebuena deberíamos ir a casa de mis abuelos o tíos, pero todo lo que agarro huele a humedad y sudor.

¿Por qué no llevé a lavar esa ropa?

Bueno, de seguro puedo robarle un vestido a mamá. Pero ahora mi problema es que no recuerdo cuándo me bañé por última vez, ¿y cuándo cepillé mis dientes? Los siento sucios y llenos de sarro, en especial por mis frenos.

Entro en mi pequeño baño privado. Al encender la luz siento que me quedo ciega, incluso cuando lo que ilumina es una vieja bombilla redonda y amarilla. En verdad me veo demacrada, con ojeras, granos y mi rostro se ve bastante delgado. Mi cabello parece tener rastas, y estoy segura que yo era rubia, ¡no castaña!, uf, me pica demasiado.

No tengo tiempo para bañarme, pero debería hacerlo. Es Navidad..., creo... Quiero decir, olvidé que evidentemente estábamos en diciembre.

Me doy una rápida ducha fría donde gasto todo el shampoo y jabón que puedo, mientras me cepillo los dientes. Tengo que afeitarme completa, pues parezco un mono... o una selva donde bien podría haber un mono. Al salir busco en mi armario, por si acaso, pero la ropa no está en condiciones para usarla, incluso parece quedarme un poco chica.

―Por lo menos necesito ropa interior ―me digo a mí misma, pero tampoco está limpia. No puedo salir desnuda para entrar al dormitorio de mis padres así que me pongo un saco un tanto largo que puede cubrir mi cuerpo.

Camino por el pasillo, intentando no hacer mucho ruido. No me fijo mucho en ello, pero estoy segura de que las paredes eran celestes, no amarillas, ¿o acaso lo pintaron? Llego a la habitación y me encuentro con fotos de niños que no conozco, pero estoy apurada y no me detengo a verlas. Abro los cajones de mi mamá para buscar ropa interior, pero me encuentro con otra sorpresa: las tangas semi-transparentes de mi madre y sus sostenes "sexis" ahora eran enormes calzones y corpiños sin mucho detalle. Lo ignoro y me pongo las más decentes.

Al abrir el armario descubro que toda la ropa elegante y comúnmente negra son ahora gigantescas telas que bien podrían ser sábanas con temáticas coloridas. ¿Acaso a mi mamá le agarró la crisis de los cuarenta y se volvió hippie? Reviso rápidamente todo hasta encontrar algo que me entre y más o menos me guste, aunque no tengo mucho para elegir.

Cuentos (por Masha A.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora