4- Luna y Sol

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Desperté con ellos diciendo mi nombre, con ellos hablándome sobre sus problemas y sus aflicciones, con ellos llevándome ofrendas, regalos, sacrificios, y otras cosas que en verdad yo no entendía para qué eran.

Apenas oí esa palabra en sus bocas, algo me dijo que era mi nombre: Sol.

Venían comúnmente a mi casa, a ese lugar sin muebles, sólo estatuas de personas que decían haber seguido mis órdenes. Ellos las adoraban, las besaban y tocaban, pero yo jamás los había visto, o no las recordaba.

Cuando el cielo se obscurecía, solían cerrar las puertas de mi propio hogar, y abrían las de la casa vecina. Por la ventana podía ver que había una persona por allí rondando, quizá tan confundida como yo.

Los días del solsticio ellos solían hacer cosas con los animales, como quemarlos, despedazarlos y dejármelos en la puerta, en la entrada de mi hogar. Sin duda eran como mascotas, como gatos que traen un pájaro muerto ante ti.

Algo que había notado: con el tiempo y las personas me volvía cada vez más grande.

Pasaba los días sin hacer nada, sólo viendo a esa gente, de rodillas ante mí, rogando que los ayude, repitiéndome que ellos seguían mis órdenes y enseñanzas. Aunque la pregunta era ¿qué órdenes?, ¿qué enseñanzas? Si nadie me escuchaba, y eso lo sabía pues muchas veces intentaba ayudarlos con sus problemas, pero jamás respondían o me miraban; y si lo hacían, su visión me atravesaba, como si no fuera más que aire.

En el día tres mil cuatrocientos treinta y tres, un hombre, seguido de muchos niños, entró y comenzó a explicarles qué era mi casa, y quién, supuestamente, era yo.

―... ¿Y Luna y Sol son novios? ―preguntó una niñita con mejillas sonrosadas. Entonces levanté la vista, curioso. ¿Luna?

―No seas tarada ―la regañó un niño―, ¡son hermanos!

Así comenzó un exagerado debate sobre mi persona, en el cual yo estaba bastante inmerso.

―Niños, niños ―los detuvo el hombre―, no peleen. La leyenda dice que en un tiempo, anterior a nosotros, siempre brillaban dos hermosos soles en el cielo, y siempre era de día. Ellos se amaban, pero una estrella, celosa por no poder brillar como ellos, queriendo estar junto a Luna, los separó, con sus engaños y mentiras.

«Luna, entonces, se alejó de Sol, llorando, pensado que él la había engañado; sus lágrimas eran oscuras y negras. Lloró tanto que todo a su alrededor se volvió obscuridad pura y las estrellas pudieron brillar junto a Luna.

«Sol, preocupado, empezó a buscarla, pero Luna sabía de ello y se escapaba. Es por eso mismo que tenemos la noche y el día, pues Sol persigue a Luna y ella se escapa, con el corazón roto, llorando. Es también por eso que muchas veces ven una estrella muy brillante junto a ella.

―¿Qué? ―exclamé, indignado― ¡Yo jamás engañé a nadie!, si no puedo salir, ni hablar, ustedes ahora no me escuchan. Y, por si no lo sabían, nací cuando el día y la noche ya eran así, ¡yo no los cree!

Muchas veces me esforcé por hablar con quien fuera mi vecino, para ver si él sabría algo sobre todo este asunto, pero me era imposible salir, era como una prisión.

Era una vida bastante aburrida, donde no podía hacer nada.

Uno de esos días, exactamente el número doce mil quinientos tres, un grupo de personas entró con un pequeño libro en sus manos, lo que me llamó la atención, ¿acaso sería otro regalo?

―¡Increíble! ―decía un hombre a la mujer que tenía el tomo―, ¿dónde lo conseguiste?

―Oh, bueno, hace poco han logrado entrar a la casa de uno de nuestros Santos, y encontraron escrituras en una lengua bastante rara, pero había una nota muy clara en español: estas son las palabras de Sol y Luna. Ahora parecen que están haciendo copias.

Cuentos (por Masha A.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora