Edgar se encuentra nervioso. Hace no mucho comenzó a ser aprendiz y ya se encuentra en la difícil decisión de apagarlo, de ver cómo todas las luces bajan su intensidad hasta desvanecerse.
Su cuerpo suda, sus manos tiemblan, sus piernas le flaquean y sus ojos se mueven de un lado a otro.
Es otro sistema más; que deba apagarse implica ciertas consecuencias pero muy pequeñas, para muy pocos. Hay millones iguales en el mundo y si bien es verdad que la vida no sería lo mismo sin ellos... Éste es otro más.
¿No?
Lorena, la asistente personal del doctor Díaz le pasa una herramienta a éste último. Con ella un simple movimiento en los circuitos del aparato podrán apagarlo sin mucha dificultad ni rodeos.
—Edgar —lo llama el doctor, aunque el chico tarda un poco en reaccionar—. ¡Edgar!
—Ah, sí, ¿qué pasa? —reacciona rápido. Su profesor es un tanto estricto, y en situaciones tan serias odia que Edgar pierda la cabeza, ¿pero quién lo culparía? Un puñado entero de personas depende de aquella máquina, apagarla lograría sólo un cambio en sus vidas, y no de los buenos.
Sin mencionar que es un cambio muy radical.
—Ven a ver lo que hago —dice con un cruel tono de obviedad, intentando no perder los estribos.
El muchacho se acerca y analiza bien lo que tiene ante sus ojos: una figura de un tamaño similar al de ellos está recostada sobre la mesa, tiene miles de cables que lo atraviesan no sólo por fuera sino por dentro; algunos pasan información, otros se encargan de transportar ciertas sustancias para que la máquina funcione.
Pensar que algo tan pequeño y en apariencia simple, que puede tener casi dos petabytes de memoria y dar energía, esté por ser apagado sólo por un pequeño fallo en el sistema le da escalofríos.
Parte de él se arrepiente de querer formar parte de ese mundo. Edgar no depende de ninguna forma de esa máquina y no se la puede dejar funcionando mal... pero tanta gente tendrá que arreglárselas.
No puede. Pero ya está ahí, ¿qué más puede hacer? ¿Girarse y decirle al señor Díaz "no, lo siento, me falta estómago para esto"?
No lo hará. No será tan cobarde y no le dará el gusto a ese hombre.
—Ahora debemos desconectar estos cables y ya —le informa mientras el aprendiz asiente tragando en seco. El hombre procede, y Edgar puede que sepa que sólo lo imagina, pero las luces se apagan.
El sujeto deja de respirar lentamente.
Su piel pierde brillo.
Sus ojos cerrados ya no ven.
El doctor, la asistente y Edgar se quitan el gorro ante ello. Ahora resta informar a la familia de aquel hombre que él ha muerto.
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Cuentos (por Masha A.)
Historia Corta¿Te gusta la ciencia ficción y la fantasía? Entonces acompaña a los protagonistas de estas pequeñas historias en sus aventuras por el pasado, el presente y el futuro de San Benito. ... Bienvenidos a este pequeño rincón donde comparto lo que escrib...