XXXI. Rosa

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—Así que... ¿Esta fue tu idea todo el tiempo?

—Sí. No hay mejor manera de volver a empezar que con un buen plato de comida —reí al ver la emoción de Ed cuando nos entregaron un plato de fajitas a cada uno.

—Bueno, estoy de acuerdo contigo. Esto se ve delicioso —empecé a comer.

—Y sabe aún mejor. Son las mejores fajitas que hay en todo el mundo.

—¿Y cómo lo sabes? —reí.

—Bueno, porque las cocina la más agradable y carismática señora que hayas conocido en tu vida. Ven, te la presento.

—Pero... —me tomó de la mano dándome el tiempo justo para devolver la fajita al plato y tragar lo que tenía en la boca.

—¡Señora Méndez! ¡Señora Méndez!

—Ed, por favor, ¿Qué haces? —murmuré.

—Ay, chamaco, no grites, por favor —exclamó una señora limpiándose las manos en el delantal. Tenía el cabello blanco ceniza, pero aún se veía joven.

—Alice, te quiero presentar a la señora Méndez, la mejor cocinera de fajitas en el mundo.

—Hola —sonreí algo incómoda. Los penetrantes ojos cafés de la señora me miraban impasibles. Al ver que éramos los únicos en el restaurante, a excepción de otra cocinera que parecía muy ocupada en su celular, cerró la puerta del restaurante, cambiando el letrero de "Abierto" a "Cerrado". Mi mente divagó unos momentos en escenas de películas donde secuestraban a la gente así, pero al ver el rostro amable de Rosa, no creerías que pudiese hacer algo así. Aunque de la otra cocinera no estaba tan segura.

—Dime Rosa, por favor —rio— Me hacen sentir más vieja de lo que ya soy.

—Claro, señora Rosa.

Me detuve un momento para observarla detenidamente. Era algo baja, en comparación con Ed y conmigo, y su piel era trigueña, algo quemada por el sol. Sus ojos eran de un café claro, del tipo que sientes que te penetran el alma y ven todo de ti; y su sonrisa era realmente contagiosa. Me recordaba a mi tía abuela, tenía ese mismo carisma y la misma amabilidad que ahora veía en Rosa. Me sentí tentada a preguntarle qué significaba la palabra "chamaco", pero lo pensé dos veces. Tomé nota mental de buscarla en el traductor más tarde.

—A ver, chamaco —se dirigió a Ed—, tengo algo para ti.

—¿Ah sí? —los ojos del pelirrojo brillaron de emoción.

—No creas que son más fajitas. Necesito comprar algunas cosas, y como el chavo que me hace los mandados no está, pensé que tú lo podrías hacer. Y tal vez, sólo tal vez, piense en cocinarte algunas fajitas más; gratis, por supuesto.

—Por supuesto, doña Rosa —cogió la lista que ella le entregó y me miró— ¿Te quedas aquí?


—Claro, Ed. No hay problema.

—Yo me quedo con ella —Rosa me sonrió— Ahora vete, chamaco, que necesito los ingredientes rápido.

Ed alzó las manos, murmurando quejas mientras salía del restaurante. Rosa negó con la cabeza, riendo. Se sentó en la misma mesa donde hace un momento estábamos el pelirrojo y yo.

—Tranquila, querida, termina de comerte las fajitas.

Sonreí amablemente, y haciendo caso omiso de los remordimientos de conciencia que siempre me atacaban al comer, mordí la delicia que estaba frente a mí.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2016 ⏰

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