6-Conocerte

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A lo lejos, Louis oyó el ruido de un motor y el chirrido de la reja de hierro. Aunqur su primer impulso fue levantarse de la cama, no tenía fuerzas ni ganas de ver a nadie. Pasaron unos minutos y alguien llamó a la puerta del cuarto. Era Anne.

-Cariño te traigo un sandwich y algo de beber por si luego te apetece. Ha llegado Harry y quiere saludarte ¿Podemos pasar?

Se incorporó sobre la cama y articuló con los labios un "Adelante". Anne llevaba una bandeja que dejó sobre la mesa del escritorio. Y detrás de ella entró Harry. Era más o menos como el de las fotos, aunque no lo imaginaba tan alto. Pero ahora se veía con ojeras y el cabello más largo, que en las fotos. Llevaba una camiseta de color azul claro, unos jeans oscuros y botas negras. Parecía que le faltaba dormir, se veía hecho mierda pero a pesar de eso, era tan...hermoso. Espera...No. ¿Cómo  podía pensar eso de aquel tipo? Bueno, era inevitable, el cabrón se veia un angel.

-Así que tu eres Louis- dijo con una sonrisa, un tanto fingida, mientras se acercaba para darle un abrazo.- Te recordaba más pequeño, claro, no has crecido mucho...

Y ya perdió el encanto. Pero ¿quién se creía ese tipo? Por muy lindo que fuera no iba a permitir que le dijera semejantes cosas ¿Y por qué la abrazaba? ¡Por favor, que se acababan de conocer, como quien dice! No era necesario tanto contacto físico. Con que le hubiera estrechado la mano, habría sido más que suficiente. El contacto físico estaba sobrevalorado y excesivamente utilizado. Pero no tenía fuerzas para entablar batalla y menos con ese dolor de cabeza. Además, no parecía que Harry tuviera mala intención y su abrazo, en el fondo, le había resultado cálido. Se limitó a devolverle una sonrisa forzada y a decir que necesitaba descansar. En cuanto lo dejaron solo, bajó la persiana y volvió a acurrucarse en la cama. Se quedó dormido durante un buen rato hasta que una tremenda sed le hizo despertarse. Bebió, casi de un trago, el vaso de agua  que le había dejado su tía en el escritorio, junto al portátil, cuya luz verde indicaba que estaba al completo de batería. Su reloj marcaba las siete de la mañana, la hora de Ashford, aunque aquí debían de ser ya las cuatro de la tarde.

Encendió el ordenador y se conectó a Skype. Tenía cinco llamadas perdidas de Phoebe, que estaba conectada. Era su mejor amiga desde que tenía memoria y, casi con total seguridad, una de las diez personas del mundo capaces de emitir el mayor número de palabras por minuto. No podía existir nadie que hablara a más velocidad, ni en español ni en inglés. Su producción lingüística era impresionante: tenía una opinión acerca de todo y un sentimiento perfectamente definido sobre cualquier cosa que ocurría. En milésimas de segundo era capaz de determinar si algo le gustaba, desagradaba, alegraba, entristecía, enternecía, atemorizaba, intrigaba o enervaba. No le dio tiempo a hacer clic en el simbolito con forma de auricular cuando en la pantalla saltó su llamada entrante. Phoebe aún estaba en pijama, llevaba el pelo recogido hacia atrás con una pinza y bostezaba y se estiraba sin ningún pudor.

—¿Cómo estás? ¿Cuándo llegaste? ¿Qué te pareció? Cuéntamelo todo.

—He llegado a las ocho de la mañana de aquí. Hemos pasado solo un momento por la ciudad y nos hemos venido a la casa de un pueblito, así que no he visto gran cosa, pero todo bien.

—¡Por favor! Tú siempre tan reservado. ¿Qué tal tus tíos y tus primos? ¿Cómo es tu

dormitorio? ¿Crees que vas a estar bien allí?

—Pues, no sé... Mi habitación está bien, tiene baño propio.

—¿Y tus tíos y tus primos?

—Mi tío todavía no ha llegado, está trabajando. Con Anne, bien, ya viste cómo era. Mi primo Tom tenía muchas ganas de conocerme; soy la novedad, ya sabes. A Harry solo le he visto un minuto.

—¿Es guapo? ¿Qué puntuación le das del uno al diez?

—Pues no sé... Le tome fotos de unos retratos que había en casa de mi tía. Dame un segundo y te lo envío... Ya. ¿Te llega?

—Sí, me está entrando el mensaje. Va a tardar un poquito porque pesa bastante, así que sigue contándome.

—Ay, no sé, Phoebe, esto va a ser difícil. ¿Crees que al final te dejarán venir?

—Sin problema. Mis papás están muy apenados por todo lo sucedido y sienten muchísimo que tuvieras que irte. Seguro que no ponen peros a que vaya, pero tendrá que ser en otoño, ya sabes. De todos modos, sigue en pie lo de Navidad, ¿no? Vas a poder venir como hablamos, ¿verdad?

—Sí, supongo que sí, pero aún queda mucho... ¿Qué tal tú? ¿Algo nuevo?

—No, nada de especial. Hoy voy a quedar con Cindy porque quiere comprarse unos jeans, así que bajaremos al centro. Estoy encantada con el carro. ¡Aún no me creo que me lo regalaras!

—¿Y para qué lo quiero yo? Así te acuerdas de mí.

—No necesito el carro para acordarme de ti, idiota. Acabas de irte y ya te extraño muchísimo. Esto va a ser muy aburrido. Solo espero que estés bien allí. Dentro de todo, fue una suerte que tuvieras a estos tíos, ¿no? Lástima que estén tan lejos... Pero, oye, espera, terminó de entrar el mensaje. Dame un minuto que lo descomprima y lo abra... Pero no está nada mal, a mí me gusta. ¿Cuántos años tiene? ¿Qué hace?

—¡A ti te gustan todos, Phoebe! Tiene diecinueve. Mi tía me contó que acaba de terminar el primer año de medicina, pero no sé mucho más. No le he visto más que un momento...

—Espera un minuto, que me llama mamá... ¡Ya voy! Tengo que dejarte, ¿hablamos en la noche?

—No sé si podré o si coincidirán las horas. Si no, te mando mensaje.

—Ok. Te quiero. ¡Te cuidas!

—Y yo a ti.

 La mano de Phoebe sobre la pantalla era su despedida. Louis puso la suya encima también en un gesto que habían protagonizado miles de veces, pero que ahora, con un océano de por medio, le pareció mucho más cercano e intenso. Sintió una terrible angustia mientras notaba que la pantalla se volvía borrosa por las lágrimas que le inundaban los ojos. Pensaba que ya no le podían quedar más. Cerró el portátil y se metió de nuevo en la cama.

Greenwoods. (Historia Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora