7- Fijate bien.

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Cuando Louis despertó al cabo de una hora, miró con extrañeza aquella habitación, pues le llevó unos segundos ubicarse. Estaba empapado en sudor y decidió tomar una ducha. El agua helada lo desperezó. Al salir, pudo contemplar su cuerpo desnudo en el enorme espejo que había junto a la puerta. Se sorprendió al descubrir su delgadez y cómo los músculos de sus piernas y brazos había desaparecido, dejando los huesos envueltos únicamente en piel de un color apagado. Suspiró desalentado. El reflejo que le devolvía el espejo era tan desolador como su ánimo. Lo distrajo la notificación del celular que indicaba el porcentaje bajo de batería. Intentó en vano enchufar el cargador, pero la toma de corriente era distinta a la del enchufe. «¡Mierda! Necesito adaptadores». 

Bajó al piso inferior. No vio a nadie. De fuera llegaba el sonido de la piscina y la voz de Tom, así que supuso que estarían en el jardín. Se acercó a la cocina para beber un vaso de agua, pero la puerta abatible se abrió de repente y le golpeó en la cara. Era Harry, que salía enfrascado en la lectura del libro que llevaba en las manos. Louis no podía creerse que no la hubiera visto.

—Por lo menos, podías decir «lo siento».

Harry lo miró desde detrás de sus gafas sin que pareciera entender qué había dicho.

—¿Cómo? —dijo al cabo de unos segundos.

—Que me has dado un golpe con la puerta...

—¡Perdona! —dijo al fin—. No te había visto.

Louis emitió una especie de gruñido como respuesta. Harry volvió a concentrarse en su libro y desapareció por la puerta que llevaba al jardín. Mientras abría varios armarios buscando los vasos, se frotaba la nariz dolorida. Le costaba creer que aquella fuera su nueva casa y que tuviera que compartirla con aquel sujeto que ni siquiera sabía disculparse. ¿Cuánto tiempo le llevaría acostumbrarse, si es que lograba hacerlo?

—¡Louis, cariño! —dijo su tía cuando accedió al jardín—. ¿Cómo te encuentras? ¿Has descansado? También yo me he echado una buena siesta.

—Estoy bien.

—¿Te apetece tomar algo? Estamos tomando limonada.

—Vale, gracias.

Desde el jardín, las vistas eran espectaculares. Podía divisarse buena parte del recorrido del río desde su paso por el pueblo hasta la desembocadura en aquel enorme lago. El cauce estaba flanqueado por pequeñas colinas pobladas de álamos, cuyas largas y flexibles ramas se agrupaban en penachos de hojas tornasoladas que se mecían suavemente.

—¿No te apetece darte un baño en la piscina? —dijo Anne.

—No, me acabo de duchar y no tengo ganas. Tía, necesito adaptadores. ¿Dónde puedo comprarlos?

—Quizá haya en la ferretería del pueblo.

—¿Puedo ir andando desde aquí?

—Está lejos —dijo Harry levantando un momento la vista de su libro—, y es mejor que no vayas solo. Después voy a bajar. Yo te los compro.

A Louis le molestó ese comentario. ¿Por qué no podía ir solo? ¿Es que iba a ser él el encargado de decidir dónde podía ir y dónde no?

—¿Por qué no vas con Harry, cielo? Así te distraes un poco.

—No, gracias. Estoy un poco cansado.

Ni siquiera podía tirar de su cuerpo y estaba ese maldito dolor de cabeza. Además, no le apetecía en absoluto ir a ninguna parte con él. Es verdad que acababa de conocerle, pero no le caía demasiado bien.

Greenwoods. (Historia Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora