12- Trayecto incomodo

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Harry se despertó empapado en sudor. Miró el reloj: las 3.45 de la madrugada. Intentó recordar el sueño que le había perturbado de aquella manera, pero no pudo, se había borrado por completo de su mente. Sin embargo, el corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho. Se quitó la camiseta y subió la persiana para que el aire pudiera acceder a la habitación. Era una noche vacía de luna y estrellas. Estaba demasiado despejado y tenía mucho calor como para meterse de nuevo en la cama, pero no tenía ganas de ponerse a estudiar. Se sentía tan cansado... y dolido por la discusión con su padre. Es verdad que se pasaba la vida estudiando y concentrado en sus asuntos, pero era el único modo de no pensar. Él era el primero que se enojaba cuando le pasaban esas cosas. Esa mañana en el pueblo, cuando se dio cuenta de que había tirado las llaves con la lata de Coca-Cola, se hubiera abofeteado. Afortunadamente estaba con Zayn, que acababa de volver del campamento, y entre los dos habían conseguido recuperarlas.

Y eso que ahora estaba mucho mejor. Si su padre supiera cuántas veces se había encontrado de repente en la puerta del colegio de ella sin saber cómo había llegado hasta allí y había descubierto, turbado, que había transcurrido más de una hora sin saber qué había pasado en ese periodo... Cuando no tenía la mente ocupada en algo, no podía evitar repasar una y otra vez los últimos acontecimientos, intentando encontrar algún detalle que pudiera arrojar algo de luz y explicar qué había ocurrido, y era entonces cuando se abstraía por completo. Tenía que haber algo, algo que se le escapaba y que fuera la clave que explicara todo. No podía creerse que iba a pasar el resto de su vida sin una respuesta, eso le consumía.

Lucy le había insinuado varias veces que existían medios para dejar de pensar, pero lo único que había aceptado eran pastillas para dormir. Hacía tiempo que no las tomaba y había conseguido dormir algunas noches sin despertarse, aunque se levantaba cansado, como si el sueño no hubiera sido suficiente para que se repusiera. El tiempo estaba haciendo su trabajo y ahora conseguía distraerse más, pero sabía que, mientras no tuviera respuestas, no podría pasar página. Aun así, ella insistía en que una dosis ajustada de Diazepam le iría estupendamente. No se trataba de inyectarle tanto medicamento que le hiciera quedar anestesiado, solo una cantidad mínima e inocua que le ayudara a relajarse. Una vez en la vida, tampoco iba a pasar nada.

Observó las fotos del corcho. ¿Qué había pasado aquella noche? ¿Qué se le escapaba? Tenía la sensación de que, cuantas más vueltas le daba, más lejos estaba la respuesta. Decidió bajar a tomar algo, porque estaba claro que no iba a conseguir dormirse. Ya en el pasillo, vio luz bajo la rendija de la puerta de la cocina. Al entrar, descubrió a Anne, que, con la mirada perdida, movía una cucharilla en un vaso de leche.

—¡Hola, Harry! ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, como si llevara largo rato llorando.

—Sí, estoy bien —respondió mientras se sentaba al lado de ella—. ¿Y tú cómo estás? ¿Qué te pasa?

—Nada, que estoy muy triste. Me he despertado pensando en mi cuñada, la madre de Louis, y se me ha caído el mundo encima.

Harry le pasó el brazo por los hombros.

—¡Lo siento mucho!

—Ya lo sé, cielo, gracias. ¡Pobrecitos! ¡Y pobre Louis! Tan buen chico que es...

Samuel la apretó contra él. No dijo nada, pues sabía que en estas circunstancias

poco es lo que se puede decir. Trudi lloró largo rato apoyada en su hombro.

—Gracias —dijo intentando recomponerse—. ¿Y qué haces tú levantado?

—Me he despertado por el calor y no consigo conciliar el sueño. No voy a poder dormir mucho porque quiero ir a la facultad temprano.

Greenwoods. (Historia Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora