Toda fotografía cuenta una historia

962 49 0
                                    

El domingo por la mañana me levanté temprano, hice omelette para desayunar, unos wafles y café, preparé todo y se lo llevé a Alondra a la cama. Ella aún estaba dormida, se veía que realmente estaba descansando, tenía el cuerpo completamente suelto y de repente movía los dedos de las manos a forma de espasmo. Yo solo me quedé contemplándola. No quería despertarla. Quería congelar ese momento por siempre, la extrañaba y tal vez no me había dado cuenta hasta ese momento. Me sentía mal por haber descuidado tanto nuestra relación, pero estaba haciendo un esfuerzo por dividir mi tiempo de manera que afectara lo menos posible cada parte de mi vida.

Dejé el desayuno en la mesita de un costado de la cama y me senté a su lado para observarla cuanto tiempo pudiera antes de que se despertara. Eventualmente abrió los ojos, me vio extrañada y me sonrió. Su sonrisa iluminó la habitación. Era hermosa, divertida, romántica, tierna en ocasiones, desenfrenada, apasionada, idealista; era todo un mundo concentrado en una sola persona. Y además, como un bono, era hermosa, carismática, de rostro afilado, ojos expresivos color verde uva y cuerpo escultural.

Una vez que se le pasó lo adormilada, nos pusimos a desayunar. Al parecer me había quedado rico o al menos le había agradado el detalle por el gusto que se le veía mientras comía.

Tenía todo el día preparado para ella. Más tarde saldríamos a pasear un rato, de compras en busca de algún vestido que le gustara para que lo usara por la noche; tenía reservación en su restaurante favorito. De regreso a casa podríamos pasar a tomar algo a algún bar si le apetecía o ir directo a casa para disfrutar la una de la otra.

Durante el día platicamos de todo lo que habíamos hecho en estos, ya dos meses, que tenía trabajando en el estudio.

Alondra ya me había comentado que se sentía inconforme en su trabajo y que estaba en busca de algo diferente pero hasta ese día me confesó que la razón que se sentía así era por mí, porque quería que su trabajo la llenara tanto como el mío a mí. Luisa, una reciente amiga de ella, le estaba ayudando a buscar algo más de su agrado, lo cual me agradaba. Me gustaba la idea de que quisiera superarse, que buscara algo que realmente la hiciera feliz y no solo algo en lo que estuviera cómoda y le ayudara a pagar las deudas del día a día. Me molesté un poco conmigo misma en el momento en que me dijo que alguien más la estaba ayudando a buscar otra cosa, me hubiera gustado ser yo, tener la disponibilidad hacia ella para que se hubiera acercado a mí en lugar de a su amiga, pero lo entendía por completo, y me daba gusto saber que tenía una amiga que la apoyara en ese paso.

Ese día me hice el firme propósito de hablar del estudio de manera entusiasta pero no tan acaparadora para que ella pudiera llenarme con los detalles de su nueva búsqueda, no quería seguir perdiéndome de esa parte de su vida, quería seguir motivándola pero sin que ella sintiera que no le había tomado importancia a lo que ella acababa de confesarme. Me centraría en hablar de ella y sus nuevos proyectos o de la posible visita de mis padres para conocer el nuevo departamento, habían quedado en abrir un poco su agenda para venir a vernos.

Éramos muy unidos a pesar de que siempre me habían dado mucha libertad e independencia. Sabían que ahora estaba viviendo con Alondra y estaban más que de acuerdo con ello. Desde la primera vez que les comente sobre nuestra relación se habían mostrado muy comprensivos. Ellos vivían a unas cuatro horas de la ciudad, nos veíamos más o menos una vez al mes. La visita me pareció la ocasión perfecta para que Alondra invitara a su mamá a convivir con todos nosotros. Tal vez en esta ocasión sería más flexible en cuanto a mi relación con su hija. Se había vuelto un tanto protectora hacia ella después de que su esposo y dos hijas fallecieran en un accidente automovilístico. Seguro era cuestión solo de insistir un poco y conocernos más a fondo.

El resto del día la pasamos increíble. De repente sentía que Alondra se distraía, se sumergía en su cabeza y su mirada se perdía por segundos pero el hecho de que ella no hubiera mencionado un por qué significaba que no quería hablar al respecto. Había preguntado si estaba todo bien y ella había dicho que si a manera de evadir más preguntas así que no había formulado ninguna otra. Me gustaba darle su espacio, y ella también agradecía que lo hiciera. Era una persona un tanto cerrada con la mayoría, pero conmigo había mostrado flexibilidad poco a poco, conforme el paso del tiempo; aun así, tenía sus reservas y era algo que yo respetaba. Fuera de eso, todo había salido perfecto. Habíamos platicado montones mientras caminábamos por la ciudad. Le encantaba comprar ropa así que le había fascinado el hecho de poder elegir lo que quisiera. El vestido que había elegido para la cena le quedaba perfecto, entallado, color gris, marcaba su figura y dejaba ver sus piernas largas. Esas piernas eran justo las que me habían conquistado.

Te tomaré una fotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora