La terraza

777 46 5
                                    



Era imposible ocultar nuestra felicidad, estábamos enamoradas, mas que nunca. No podíamos cruzar miradas sin que se asomara una sonrisa en la comisura de nuestros labios, sin que una chispa iluminara nuestros ojos y sin que nuestros corazones comenzaran a latir acelerados al unisono. Era tanta nuestra conexión y convivencia que mis amigos y compañeros comenzaban a llamarme "mini Elena", y yo lo único que podía hacer era tratar de ocultar mi sonrisa de idiota al escuchar su nombre.

Al pasear por la calle no nos importaban las miradas que juzgaran al ver a dos mujeres tomadas de la mano, pero en el trabajo aun tratábamos de mantener la compostura, no tanto por el hecho de ser dos mujeres, si no por la diferencia de edad y el que ella fuera mi jefa. No queríamos que ella tuviera algún problema con sus clientes por nuestra relación y yo aun no estaba lista para decirle a mis padres que salía con una mujer que prácticamente tenía la misma edad que ellos.

Elena me decía que yo me había convertido en su musa, que había despertado algo en su interior que le era esencial para darlo todo en su trabajo. Sus clientes lo habían notado también, cada día se veían mas complacidos con los resultados que les entregaba y Elena nunca se detenía al darme el crédito, siempre de la manera mas profesional posible claro; decía que todo se debía a la frescura de mis ideas, que le ayudaba a expandir sus horizontes.

Yo por mi parte, me había vuelto una romántica, cada día le hacía saber lo mucho que la amaba, le dedicaba canciones, le dejaba notas en cualquier lugar de su casa para desearle buen día, las películas románticas ahora me hacían llorar, en fin, me había transformado completamente en un cliché de novela en donde no pensaba mas que en ella y en ser la mejor persona que pudiera encontrar.

A pesar del tiempo que teníamos juntas, seguía siendo una mujer que me imponía. Quería seguir aprendiendo de ella, en todos los sentidos, tanto en lo profesional como en lo personal. Ella era absolutamente todo lo que ni siquiera me hubiera atrevido a soñar.

Un día le pedí permiso para salir temprano del estudio por un supuesto problema con la plomería de mi departamento, cosa que seguramente creyó de inmediato porque la mayoría del tiempo la pasaba en su casa dejando mi departamento muy descuidado. Accedió sin problema.

–Me llamas cuando salgas de aquí? –pedí –Me gustaría que comiéramos juntas –agregué en un susurro.

–Claro –aseguró ella reprimiéndome con la mirada pero sonriendo al mismo tiempo.

Salí disparada del estudio. Me dirigí a un restaurante donde pediría que mi cena estuviera lista para la noche y poder recogerla rápido en cuanto a Elena saliera. Tal vez hubiera sido mejor si yo la cocinaba pero este día estaba lleno de pendientes así que no me daba tiempo de más.

Saqué mi lista para organizar mis deberes.

    >Ordenar la cena

    >Comprar el postre

    >Luces navideñas blancas

    >Pasar a recoger pedestal y teclado

    >Subir sofá a la azotea

    >Pasar por retrato

    >Buscar nieve y escarcha en lata

De regreso al departamento subí a la azotea para acomodar todo. Mi edificio solo tenía cinco pisos así que por conveniencia del dueño, no contábamos con elevador, por fortuna yo vivía en el tercero así que no era tanto trabajo dar unas cuantas vueltas para subir lo que ocupaba por las escaleras.

Al rentero le gustaban mucho las plantas, utilizaba la azotea como jardín botánico privado; prometí cuidar de el durante el verano ya que el tenía planes de salir de la ciudad. El trato era que el me prestaba por esa noche su jardín para mi cita romántica y yo cuidaba de sus plantas mientras el no estaba.

Te tomaré una fotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora