Un toque de familiaridad

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Desperté después de apenas unas horas de haber dormido. No me sentía bien, no tenía la fuerza para levantarme de mi cama; la noche anterior había vomitado tres veces, y justo en ese momento iba por la cuarta.

A como pude, me levanté y salí apresurada hacia el baño sosteniéndome con las paredes al caminar. Una vez terminando de vomitar me vi al espejo y vi la facha que traía, no podía ir a trabajar así. La cabeza me quería reventar, mis piernas se sentían débiles y temblorosas, mi rostro se veía pálido y mis labios resecos. Caminé hacia mi cuarto en busca de mi celular para llamarle a Elena y hacerle saber que no podía presentarme hoy. Solo le envié un mensaje de texto. Volví a la cama e intenté seguir durmiendo.

Alguien comenzó a tocar insistente la puerta de mi departamento pero me costaba trabajo abrir los ojos. Mi celular comenzó a timbrar pero por más que estiré los dedos para tomarlo simplemente me fue imposible.

–¡Sohar! –escuché a lo lejos... ¿Era Elena? Parecía su voz. –¡Sohar abre la puerta! –se escuchaba desesperada, tal vez había pasado algo malo. En cuanto ese pensamiento cruzó mi mente, abrí los ojos de golpe y me levanté de la cama pausadamente para no marearme más de lo que ya estaba, caminé hacia la puerta sosteniéndome de los muebles y abrí. Parada frente a mi estaba Elena con la mirada consternada, en shock, yo le regalé media sonrisa, o al menos eso intenté. Ella se acercó y me abrazó despacio. Su piel se sentía cálida, olía dulce, su cabello suave acariciaba mi rostro; recargué mi cabeza contra su pecho y solté el resto del cuerpo, me sentía segura ahora que estaba conmigo.

–¿Estás bien? –su voz aun se escuchaba lejana, muy baja –me tenías preocupada –dijo mientras se desvanecía por completo.

Cuando volví a abrir los ojos me encontraba en una camilla de hospital con Elena dormida a mi lado sosteniendo mi mano. Me había desmayado en sus brazos y al despertar me di cuenta que no se había separado de mi. Se veía tan tierna durmiendo. Su brazo estaba estirado incómodamente solo para alcanzar a sostener mi mano. En qué momento había encontrado a una mujer tan perfecta.

Acaricié su mano y ella comenzó a despertar. Su sonrisa aun mostraba preocupación. –Hola dormilona –me saludó mientras se erguía en el sofá reclinable en donde seguramente había pasado las ultimas horas.

–Hola –respondí en voz baja y con la garganta seca.

–¿Cómo te sientes? –inquirió peor que un médico –¿mareos? ¿Nauseas?

–Estoy bien –y así era –solo un poco aturdida.

–Te dieron medicamento un poco fuerte, supongo que es por eso –se levantó del reclinable –déjame buscar a alguien para que te revise.

–Espera –le pedí lo más audible que pude.

–¿Qué pasa? –se detuvo en seco.

–Dame un beso –supliqué. Ella solo sonrió, se acercó y besó mis labios lentamente. Sentí una lagrima caer por su mejilla, la vi a los ojos extrañada.

–No vuelvas a asustarme así –me ordenó.

–Nunca –aseguré –lo siento.

El medico me explicó que traía una infección y descompensación debido a mis pésimos hábitos alimenticios y que básicamente me deshidraté al vomitar tanto, solo necesitaba mejorar mi alimentación y reposar un par de días.

Elena insistió en que reposara en su casa para poder estar al pendiente pero yo me sentía más cómoda en mi departamento, o al menos mientras me recuperaba del todo.

Al día siguiente, a la hora de la comida me llamó para asegurarse de que estuviera bien y en ánimos de recibir visitas ya que en el trabajo se habían enterado de lo sucedido y querían ir a verme; yo me sentía perfecta así que acepté.

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