Capítulo 1: Lechuzas mensajeras.

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Estoy nerviosa. Bueno, ¿qué demonios? Muy nerviosa, doy vueltas por mi habitación mientras Pascal me mira desde mi escritorio, con su característica expresión petulante. Yo le sonrío para intentar calmarme. Me froto las manos y me acerco a la ventana por enésima vez en lo que va de noche, fresca y despejada de finales de verano, las estrellas titilan en un cielo sin luna. Me separo del cristal y me siento en la cama. Siento mis rodillas como gelatina en un día de viento.

Observo mi pelo, que está en el suelo como una serpiente dorada. Mide como unos veintiún metros de largo, y brilla cuando canto... ¿Ah, no lo había dicho? Pues sí, y además puedo curar a la gente con él. Supongo que para mí es normal, aunque mis padres siempre han tenido especial ciudado de guardarlo como un secreto. Suspiro y me vuelvo hacia mi mesita de noche, allí está el frasco de vidrio azul oscuro. Lo alcanzo, lo miro y lo destapo con deliberada parsimonia. Tomo un trago, sabe amargo y sacudo la cabeza para intentar contrarrestar el fuerte regustillo. Mi pelo comienza a retorcerse como si tuviese vida propia, y brilla, brilla mucho. Finalmente, cuando el resplandor deja de cegarme, compruebo sin sorprenderme que me llega por la cintura. La poción dura doce horas, por lo que mi cabello solo se encuentra en su tamaño natural cuando duermo y por el día no tengo que arrastrarlo. Dejo el frasco medio vacío, mi madre es una muggle normalmy corriente, pero tiene una receta para preparar la poción, por lo que no me preocupo. Nunca me habla de quién le dio esa receta, dice que no es importante. Aunque yo tampoco he hecho gran cosa por indagar más y averiguarlo. Supongo que forma parte de otro de los muchos aspectos de mi vida que he aprendido a no conocer.

Oigo unos pasos en el pasillo, tras la puerta de mi habitación y me pongo de pie inmediatamente. Mi madre da dos toquecitos en la puerta y entra. Lleva el pelo castaño recogido en un moño desenfadado, unos pantalones vaqueros sueltos y una camiseta simple blanca de manga corta.

—Rapunzel, ha llegado un carta... —me dice con una sonrisa.

Mi pulso se acelera y empiezo a sudar la gota gorda.

—La traía..., la traía una lechuza —completa con un deje enigmático, aunque yo ha sé automáticamente lo que significa—. ¡Tiene el sello, cielo! ¡Tiene el sello de Hogwarts!

No termino de creérmelo hasta que mi madre me planta la carta delante de la nariz, mostrándome una gran H justo en medio. Ambas estamos que nos salimos, y sin comerlo ni beberlo, nos hemos unido las dos en una extraña danza de la alegría, que consiste básicamente en saltar por toda la estancia, bajo la siempre crítica mirada de Pascal.

—¡Me han aceptado! ¡Voy a ir a Hogwarts! —digo, subiendo de un salto a mi cama moviendo los brazos sobre mi cabeza.

—Lo sé mi pequeña, estoy muy orgullosa de ti —me dice mi madre, que ya se ha cansado de la explosión de energía y se ha sentado en la silla de mi escritorio, habla con un tono cargado de infinito cariño.

He de preparar mis cosas, ¡oh Dios! No me lo creo, aplaudo contenta y me dirijo a mi armario cruzando el cuarto sin dejar de dar pequeños saltitos. Saco casi toda mi ropa del mueble de una sola vez y la arrojo sobre la cama sin ningún tipo de cuidado, me agacho en suelo y meto la mano bajo él colchón y arrastro mi maleta hacia afuera. Soplo sobre su superficie para quitarle el polvo y agito la mano para alejar la nube de pelusas que he levantado. Toso y empiezo a doblar mi ropa de forma frenética, para meterla dentro de la maleta. Pascal, que parece querer colaborar conmigo, me pasa algunos pares de calcetines y mi madre observa la escena aún sentada en la silla, a mi espalda.

—Bueno dejo que te prepares, mañana será un gran día —me dice mientras se levanta con un jadeo y se dirige a la puerta de la habitación.

Asiento con energía sin apartar la mirada de mi tarea y oigo cómo baja las escaleras. Saco casi todos mis libros de las estanterías y los meto en una segunda maleta. También cojo algunas de mis fotos. En una estoy con mis padres en el museo de la Prehistoria que hubo en la ciudad, otra es una autofoto, la estoy haciendo yo. Sonrío. En esa estoy con mis amigas Tori y Gabriela en la salida del colegio, bueno, de mi ahora antiguo colegio. Es un alivio pensar que pide despedirme de ellas, pues sabía que mi carta vendría este verano, y que probablemente no estuviera con ellas en séptimo. La siguiente era en una boda, la boda de mis tíos y yo estoy abrazada a mi tía Alice, que está vestida de blanco y lleva un ramo de flores en la mano. Las meto junto a mis libros e intento cerrar las maletas, pero la cremallera no cede y se vuelve una tarea imposible. Me siento encima de ella y doy botes sobre ellas, pero nada.

—Pascal... ¿Una ayudita? —pregunto resoplando desde encima de la maleta, en una postura, cuanto menos graciosa.

El pequeño camaleón se acerca hacia mí y se pone a dar saltitos conmigo. Intento no reírme, fue estúpido pedirle ayuda. Igualmente la maleta cerró y sonreí algo cansada. Me echo sobre mi cama y miro al techo. Estoy tan feliz... Llevo esperando este momento muchos años, desde que tengo uso de razón, creo yo. Siempre he sabido que no pertenezco al mundo muggle, es un instinto, una corazonada. Incluso cuando mis padres nunca me dijeron que yo en realidad era una bruja, tenía el presentimiento de que era distinta. En el colegio, en la calle, en mi grupo de amigas... Lo veía en todas partes, no encajaba del todo. Yo siempre era (y soy) la diferente, la no común. En un principio, supuse que sería por el simple hecho de ser adoptada... Oh, perdóname, tú que me lees, si antes no había mencionado el hecho de que las dos personas a las que llamo "padres" realmente no lo son, pero no me parece algo tan relevante como para incluirlo en mi presentación. No me importa que no sean biológicos; son mis padres y ya está.

Sin embargo, no puedo evitar albergar la ligera sospecha de que esa en cuestión es la razón por la que apenas sé nada de mi origen, ni de mis auténticos padres. Apenas sé nada de mí misma, y he sido tan sumamente conformista que he vivido con ello.

Eso se había acabado en el mismo momento que abrí la carta de Hogwarts, aunque en ese momento, yo no era consciente de los que avecinaba.

—Buenas noches, Pascal. Mañana va a ser un gran día.

The Big Four: Hogwarts y el despertar de la Oscuridad. {✓}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora