«Qué vergüenza, medio tripi de nada y la montas bien gorda, quedando en ridículo delante de tus amigos y soliviantando a tus pobres viejos». Esto me repetí a mí mismo una y otra vez el sábado por la tarde y el domingo por la mañana, una vez que se me pasaron en su mayor parte los efectos del medio ajo. Por suerte, el fin de semana no se había perdido completamente, pues el lunes era festivo, y eso significaba que la noche del domingo era como una especie de sábado venido a menos, pero en el cual se podía salir.
Yo estaba decidido a salir el domingo por la noche, pero no sabía muy bien lo que hacer, porque Malasaña solía perder bastante los sábados y seguramente en domingo la zona estaría vacía. Por suerte, me enteré de que un grupo grande de gente del colegio, en el que había muchas pibas, iba a hacer un botellón en el Parque del Oeste. En principio no parecía un gran plan, pero en aquella época, con dieciocho añitos recién cumplidos, beber por beber todavía podía ser excitante y, además, sabiendo que habría chicas, la cosa tendría un interés añadido. Amigos míos de verdad, con los que yo tuviese confianza, solo iban el Gabo y un heavy de Los Bajos que se llamaba Barry y que no se perdía ni una. El resto eran más bien conocidos, pero como no había nada mejor que hacer, me decidí a aparecer por el parque a la hora acordada.
Cuando llegué me puse rápidamente al lado del Gabo y empecé a beber como quien no quiere la cosa. El Gabo era mi mejor amigo del colegio, con el que mejor me llevaba y con el que más congeniaba. Durante tres años habíamos estado en el mismo curso y nunca nos habíamos dirigido ni una palabra. Un día por casualidad empezamos a hablar, y en media hora nos hicimos compañeros inseparables en juergas y correrías adolescentes. Me gustaba ir con el Gabo, porque juntos éramos un par de golfos y siempre estábamos buscando problemas. Sin embargo, últimamente, desde que se había empezado a salir con Lola, una chica de clase algo pijilla, el Gabo estaba bastante tiquismiquis y ya no se unía a los follones con la alegría de antaño. El resto de chicos y chicas que estaban allí no eran mi círculo de amigos habitual y al principio no pude dejar de sentirme un poco fuera de lugar. Después, poco a poco y gracias al alcohol, me fui desinhibiendo y me pude relacionar normalmente con la mayoría de ellos y ellas como si fuese uno más de su pandilla.
Serían más o menos las siete de la tarde cuando empezamos a beber kalimocho sentados en un césped, y así seguimos hasta las diez más o menos. Cuando se nos acabó la bebida, decidimos que nos íbamos a un bar de Los Bajos de Argüelles para hacer el gilipollas todos juntos a ritmo de pachanga. Escogimos Los Bajos porque en domingo era la única zona de marcha que no estaba del todo muerta, y también debido a la interesante combinación entre alcohol barato y música hortera que nos ofrecían los múltiples baretos que había por allí.
Recuerdo haber estado especialmente molesto aquella tarde, quizá debido a que el domingo es un día deprimente en el que las esperanzas puestas en el finde dan paso a la resignación ante la llegada inminente de otros cinco días semaneros aburridotes y a la frustración por no haber follao. Durante toda la tarde no paré de joder al personal a base de comentarios impertinentes, bromitas y estupideces varias, a la vez que me complacía causando pequeños y caprichosos destrozos tanto en los bares que frecuentábamos como en el mobiliario urbano durante los trayectos entre uno y otro.
Por fin nos paramos en el Tubos, un garito donde la palabra «cutre» es dogma de fe. Allí seguimos bebiendo copiosamente y empezamos a bailar como locos los éxitos musicales del verano de 1973. De repente, entre el cachondeo y los alaridos alcohólicos de mis compis tratando de seguir la letra de las canciones, hubo algo que llamó mi atención. Apoyada justo al lado de una de las barras había una caja de Pepsi Cola, aparentemente abandonada a su suerte y a la vez destinada a excitar mis instintos más cleptómanos. Tragué saliva y pensé lo mucho que me gustaría acercarme a la barra, robar una o dos de esas Pepsi Colas y bebérmelas fuera tranquilamente.
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YOBBO 98
General FictionBienvenidos al Madrid de los noventa. Chencho, un joven ingenuo y algo neurótico, vive solo para el fin de semana, con sus botellones, sus bares, sus tribus urbanas, los colegas, las algaradas callejeras y multitud de problemas en los que se irá met...