DANETREE

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Mi primer día en Inglaterra empezó cuando Janet me despertó a las ocho para ir a las clases en el Tertiary College. Esto no me sentó nada bien, porque hacía poco que había acabado selectividad y me daba mucha pereza volver a clase. Aun así sabía que esto era parte del trato y un trámite inevitable dentro de mi estancia allí. Rápidamente, me vestí con un chándal y bajé a la cocina a ver si se papeaba algo, y también a recoger el tupperware con mi almuerzo de la nevera. Janet se ofreció a llevarme en coche el primer día, pero yo le respondí que no se preocupase. Como ya me sabía el camino decidí que sería mejor no molestarla e irme dando un paseíllo.

Después de una ligera caminata de veinte minutos a través de calles y urbanizaciones desiertas, por fin llegué al College. Allí estaban ya todos los chavalines, así que después de las presentaciones de los profesores, a los que yo ya conocía, nos metimos en clase y empezamos con la faena. Afortunadamente, las clases no eran demasiado aburridas, ya que en ellas primaban más la conversación en inglés y los juegos de rol que las explicaciones gramaticales. El secreto para sobrellevarlas era hacer lo que te saliese de la polla, pero siempre guardando la debida compostura y aparentando estar interesado. Yo había días en los que no hacía absolutamente nada, pero aun así, siempre fingiendo interés y diciendo «Yes, of course» a todo con una sonrisa en los labios. A veces incluso me esforzaba por aprender, consciente de que el conocimiento del inglés podría ayudarme durante mi estancia en el país e incluso proporcionarme gratas recompensas.

Las clases se pasaron rápido el primer día y luego llegó el momento de la comida. Como hacía algo de frío fuera nos quedamos en la cafetería del College. Allí los chavales empezaron a descubrir que en Inglaterra no iban a comer tan bien como en casa. Yo abrí mi taper y me encontré con dos sándwiches de jamón y pepino, un zumito, unas patatas fritas con sabor sal y vinagre y algo de fruta. A mí esto no me suponía ningún problema. Desde muy pequeño había comido fuera de casa, porque mi madre trabajaba todo el día, así que estaba acostumbrado a comer cualquier porquería. Yo con un cacho de pan era feliz, pero a los otros chavalines, acostumbrados a la comida casera de mamá, el rancho británico se les hacía muy duro. Como todos los años me aprovechaba de la situación y me quedaba la comida que a los otros no les gustaba. Cuando había reunido un montón, simplemente tiraba lo más asqueroso y me comía lo que más me apetecía. Esto no era la solución, pero por lo menos siempre podía elegir entre varias opciones.

Después de comer, la rutina diaria que Bill había diseñado para nosotros nos llevaba a un polideportivo adyacente al College donde podíamos y debíamos practicar deportes de tres a cinco de la tarde. Rápidamente los chavales se pusieron a jugar al basket, al badmington y pérdidas de tiempo por el estilo. Yo empleé este primer día para husmear por el polideportivo en busca de algo que robar y también para ver si había chavalillas por los alrededores.

Por lo visto, la instalación en sí iba a ser desmantelada dentro de poco, así que se encontraba bastante vacía tanto de equipamiento como de personal. Al lado de la pista de baloncesto había un armario grande con colchonetas y diverso material deportivo, del que supuse que nadie echaría en falta si algo se perdiese. Primero pensé que podría quedarme con alguno de los balones de baloncesto, pero luego me pregunté a mí mismo qué haría con él si a mí no me gustaba el basket. De todas las cosas que vi, lo que más útil me pareció fue un cubo en el que había varios sticks de hockey, bates de críquet, etc. Después de sopesarlos todos decidí que me quedaría con un bate pequeño que cabía perfectamente en mi mochila. Este me serviría como arma de defensa personal al menos durante el día, en caso de que tuviésemos problemas con los mierdecillas locales como otros años. Aun así opté por no llevármelo todavía y seguí con mi ronda de inspecciones. Justo al lado de la pista encontré un gimnasio pequeño, que aunque estaba bastante destartalado me podría servir para entrenar un poco diariamente en lugar de perder el tiempo jugando al ping pong. El hallazgo más interesante fue una habitación que en otro tiempo era el bar del centro de deportes. La barra estaba cerrada con una especie de cortina metálica, pero detrás de esta seguro que todavía quedaban bebidas alcohólicas esperando a que algún avispado encontrase el modo de burlar la persiana y acceder a ellas. Además, la habitación estaba muy alejada, no había nunca nadie y lo que es mejor, tenía varios sofás y sillones bastante confortables y poca luz. Esto podría ser perfecto para echarse una siesta después de comer y quién sabe si como lugar para hacer guarrerías en caso de que se presentase una candidata a tales honores.

YOBBO 98Donde viven las historias. Descúbrelo ahora