Después de mi desagradable incidente dominical y el tripi del viernes, me pasé la semana siguiente haciendo propósito de enmienda a la vez que escondiéndome de las miradas reprobatorias de mis amigos, que además eran mis compañeros de clase en el curso de COU de 1998. Recuerdo haber preguntado tímidamente a alguna de las chicas cómo había ido la cosa con los porteros y haber pedido perdón de manera implícita en el tono de mi voz y mis pucheros pseudoamariconados, pero en general preferí no volver a comentar nada con nadie con la esperanza de que todo quedase en el olvido.
Ser invisible y concentrarme en las aburridas clases fue mi prioridad desde las nueve de la mañana del lunes hasta las tres de la tarde del viernes. Por las tardes prontito en casa a estudiar, que por otra parte falta me hacía. Ya quedaban solo unos meses para la selectividad, aquella prueba de tres días que habría de decidir el rumbo de mi vida, y no llevaba el temario nada bien.
Mi principal problema con los estudios era que me costaba concentrarme, sobre todo en las asignaturas de contenido más o menos matemático. Leer un texto se me hacía difícil y aburrido, pero las ecuaciones, demostraciones matemáticas y fórmulas en general me resultaban totalmente insufribles.
Aun así, haciendo gala de una osadía innata, me había matriculado en la opción de ciencias de COU con la intención de pasar a la universidad para estudiar una ingeniería. Ni familia ni amigos me habían disuadido de tan descabellado plan, así que tenía mucha Física, Química, Matracas y Dibujo Técnico que aprender, y poco tiempo y ganas para hacerlo, antes de la temida prueba de selectividad.
De cara a los exámenes solía invertir bastante tiempo en estudiar, pero mi ya citada dificultad de concentración hacía que cuatro horas de tortura frente a los libros me cundiesen como una. Mis sesiones de estudio eran todas iguales, empezaba con muchas ganas, pero a la media hora mis fuerzas comenzaban a flaquear y me distraía con cualquier cosa. Después de una hora la mirada se me desviaba de los apuntes con asombrosa facilidad y se quedaba fija en un punto del infinito sideral. A las dos horas de estudio me daba cuenta de que solo había estudiado una pequeña parte de lo que me había propuesto como objetivo. Después de esto venía un ataque de ansiedad y la ingesta compulsiva de complejos vitamínicos para mejorar el rendimiento. Para colmo, mi primer descanso se convertía muy a menudo en el último, dejaba los libros durante quince minutos para mear y beber un vaso de agua, y cuando quería volver a la faena, descubría con asombro que ya era hora de ir a dormir.
Durante cinco días, y a pesar de las dificultades que acabo de mencionar, me esforcé en estudiar el temario, coger buenos apuntes y portarme bien. Creo que lo conseguí, y por eso estaba bastante contento el viernes por la tarde. «¡Peligro! ―pensé―, ahora es cuando me confío y la cago. Pues no, este viernes me voy a portar bien y no voy a caer en los errores del pasado. Para empezar, no voy a salir; me quedaré en casa jugando al ordenador». Eso lo decidí a las cinco de la tarde, pero después de estudiar un poco empecé a ponerme nervioso y a discutir conmigo mismo:
«Vale, ya es viernes. ¿Qué hacer, salir de marcha o no?». Por una parte, si me quedaba en casa estaba seguro de que no me iba a ocurrir ningún incidente desagradable. Podía quedarme viendo la tele y luego acostarme pronto. De hecho, no era probable que me perdiese nada interesante, seguramente la noche se reduciría a beber kalimocho en la calle Velarde con mis compañeros de clase y luego pirarnos a casa sin haber hecho nada. Además, Malasaña, nuestra zona de marcha por excelencia, ya no me molaba tanto como el año anterior. Siempre ocurría lo mismo, un sitio estaba de puta madre para salir por la noche durante unos meses, hasta que la fama se extendía por todo Madrid, y entonces es cuando empezaba a venir la gentuza a joderlo todo. Malasaña era un barrio de puta madre para salir durante 1996 y 1997, todo buena gente, un poco flipadetes con el tema alternativo, pero en el fondo gente normal. Había ambiente festivo en la calle, relativa seguridad y buen rollo, pero durante 1998 comenzaron a llegar los barriobajeros atraídos por la gente disfrutando. De repente se empezaron a ver por el barrio chavalitos con la cabeza rapada, agrupados en bandas de perdonavidas; eso sí, siempre con su pin de anarquía o su estrellita roja, y también macarras, yonkis y, en general, mala gente. También aparecieron los rumores de que a no sé quién le habían atracado, que habían pegado al amigo de un amigo o que la Policía tenía agentes infiltrados entre el gentío para detener a cualquiera que se fumase un porro. Al finar de 1998 el sitio se volvió tan deprimente que nos acabamos pasando a la zona de Alonso Martínez y Tribunal, la cual de todas maneras no tardaría mucho en ser arruinada por el mismo proceso.
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YOBBO 98
Ficción GeneralBienvenidos al Madrid de los noventa. Chencho, un joven ingenuo y algo neurótico, vive solo para el fin de semana, con sus botellones, sus bares, sus tribus urbanas, los colegas, las algaradas callejeras y multitud de problemas en los que se irá met...