LA MANIFA

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Ahí acabó para mí el fin de semana. Después de explicar detenidamente a mis amigos cómo sucedió el incidente del viernes, los invité a unos litros de kalimocho. «Pago yo ―les dije―, es lo menos que puedo hacer». Me quedé con ellos un par de horas más, pero la noche estaba bastante aburrida, por lo que nos fuimos a casa pronto. Me pasé el domingo tratando de estudiar y pensando en la manera de hacerme invisible en clase el lunes. Siempre he sido una persona a la que no le gusta llamar la atención demasiado y últimamente me estaba convirtiendo en el macarra número uno del colegio.

Afortunadamente, el lunes nadie hizo referencia al fin de semana. Creo que todos nosotros estábamos bastante ocupados con estudios y exámenes como para prestar demasiada atención a las idioteces alcohólicas y pavadas varias de ningún compañero. Todos nosotros queríamos entrar en la universidad y necesitábamos una nota media aceptable para acceder a la carrera elegida. Con frecuencia he oído que COU y selectividad eran muy fáciles, pero siempre a toro pasado. Después de terminar una licenciatura, hacer unas oposiciones o trabajar cuarenta horas semanales, uno mira atrás y ve COU como una tontería, pero cuando eres adolescente, de inteligencia media, y tienes poco hábito de estudio, superar estas pruebas académicas te parece un desafío cuanto menos complicado. Sobre todo si añades la presión de estar convencido de que te juegas a una carta tu futuro.

Así que vuelta a empezar la semana. El lunes entré a las nueve en el cole, dispuesto a aguantar seis clases de una hora cada una con dos descansos de diez minutos intercalados en los que se podía salir a la calle a echar un piti o comer un Bollicao. Las explicaciones de los profesores, en el mejor de los casos, me aburrían terriblemente, aunque lo más normal era que no entendiese nada. Las demostraciones y fórmulas matemáticas me parecían chino, así que me limitaba a copiar fielmente todo lo que decía el profesor para luego intentar descifrarlo en casa.

Lo más difícil era concentrarme teniendo a mis compañeros alrededor. Estos no solo eran compañeros de clase, también eran amiguetes y compadres en las juergas nocturnas. Yo me sentaba en la última fila, la cual era como un gallinero, con todos los cachondos y dementes de la clase a mi alrededor. Allí en la clase de ciencias éramos conocidos como «La Peña». Los integrantes eran el Gabo, el Revuelta, el Manu, el Velao, el Gordi, el Floro, Lambea, el Charly y Gonzalito. Con ellos a mi alrededor era difícil concentrarse. Lambea era el cachondo del grupo. Este era un catalán muy castizo que me recordaba mucho a ese señor que salía en la tele con José Luis Coll, creo que se llamaba Tip. Ese tío tenía unas salidas que te partías el nabo con él. Una vez, por poner un ejemplo, intentó seducir a una chica en un bar de Argüelles diciéndole si quería «rollo». La pobre chica dijo que no, y entonces él se sacó de la chistera, o de donde lo tuviese escondido, un rollo de papel higiénico previamente robado del retrete y se lo ofreció diciendo:

―Es que yo ya no quiero el rollo, ya he terminado de cagar. ―Con la consiguiente explosión de risas de todos los chicos alrededor y la huida de la joven totalmente humillada.

Su complemento natural era el Gordi, con un sentido del humor más primitivo y visceral. Su repertorio de pedos, mocos e insultos al personal hacían las delicias de todos nosotros. A mí en particular me emocionaba ver cómo machacaba a Fernandito Culoblanco, el empollón y pelota oficial, lanzándole quicos, kleenex usados y demás lindezas, y ojo con protestar; el Gordi era cinturón negro de judo y pesaba casi cien kilos. Los demás chavales eran todos muy buenos amigos míos, aunque al igual que yo, también más discretos. Todos queríamos sobrellevar las tediosas clases a base de cachondeos y coñas varias, pero también pasar los exámenes y entrar en la universidad al año siguiente.

YOBBO 98Donde viven las historias. Descúbrelo ahora