«¡Campesinos, obreros, estudiantes uníos a las filas del Partido Comunista! Que no, hombre, que es coña. Todo Dios a beber Pepsi, a jugar a la Playstation y a escuchar a las Spice Girls, que es mucho más divertido. Además, este verano hay mundial de fútbol y los favoritos para ganarlo son Nike y Adidas. A finales de los noventa empieza a verse claro que el capitalismo ha ganado por goleada y los padres progres se olvidan del mayo del sesenta y ocho y envían a toda prisa a sus hijos a aprender inglés a carísimos colegios británicos o a cursos de verano en el extranjero. Así poco a poco nos volvemos todos bilingües español-inglés, que es la lengua del imperio, y más tarde monolingües en inglés solo. El mundo se convierte en un gran crisol de pueblos y razas dominado por Internet y los vuelos low cost, y Ronald Mc Donald es nombrado emperador de la galaxia. ¡Joder, qué sueño más raro, no vuelvo a meterme medio ajo en la puta vida!».
El día siguiente a recibir las notas de selectividad me desperté con resaca, debido a la celebración que siguió al aprobado, y me di cuenta de que el verano acababa de empezar. Tenía casi cuatro meses de vacaciones hasta comenzar en octubre las clases en la universidad y ninguna idea de qué hacer con tanto tiempo libre. Bueno, ideas tenía muchas, pero ideas que se pudiesen llevar a la práctica, ya no tantas. El objetivo era pasarlo bien y aprovechar el verano, y para esto no solo necesitaba tiempo libre, además necesitaba dinero, el beneplácito de mis padres y también algunos colegas. Tres meses y medio de vacaciones cuando tienes dieciocho años es algo demasiado precioso como para desperdiciarlo quedándote en Madrid sin hacer nada y pasando calor, máxime cuando pocos de mis amigos se quedarían en la ciudad.
A la opción de morirme de asco en Madrid se sumaba la otra opción básica que era irme de vacaciones con mis padres al pueblecito de las montañas donde ellos veraneaban siempre. Esto tampoco me hacía mucha gracia porque a mí la aldea me parecía muy aburrida. Apenas había gente de mi edad y los que había no eran mis amigos porque no lograba conectar con ellos de ninguna manera. Simplemente, pertenecíamos a mundos diferentes y no teníamos nada en común, aparte de la natural desconfianza propia del paleto rural hacia los señoritos de ciudad.
Así que no quería quedarme en Madrid, pero tampoco quería irme al pueblo, y mis colegas tampoco iban a ofrecerme ninguna solución a mi problema. Unos cuantos, entre los que estaban el Diego, el Gabo y el Pedro, se iban diez días a París y Ámsterdam. Yo estaba seguro de que ese viaje iba a ser una experiencia irrepetible y que además se lo iban a pasar de puta madre todos juntos bebiendo, fumando porros y viendo museos, pero no era esto lo que yo estaba buscando. Yo quería un plan que me cubriese la mayor parte, si no todo el verano y no una excursión de varios días, después de la cual estaría irremediablemente condenado a aburrirme en el pueblo con mis viejos.
Unas chicas del colegio, las famosas grunges, me habían invitado a ir a Nerja durante el verano a la casa propiedad de una de ellas. Esta invitación me sorprendió mucho y también me hizo crearme las típicas expectativas que cualquier varón heterosexual tendría. El problema fue que cuando les pedí que concretasen un poco respecto a qué fechas y cómo llegar hasta allí, ellas me dieron evasivas o me ignoraron, así que llegué a la conclusión de que la invitación no era más que uno de esos típicos planes que la gente hace cuando lleva un cubata de más y luego quedan en agua de borrajas. Por si fuera poco, además topé con la oposición frontal por parte de mis padres que se negaron a financiar un plan de tan golfa naturaleza, temerosos de que pudiese preñar a alguna de aquellas chicas.
Como ninguna de las opciones que tenía me parecía nada interesante, decidí que lo mejor que podría hacer sería repetir la experiencia de años anteriores y enrolarme en un curso de idiomas en el extranjero. Esto había sido mi salvación en 1996 y 1997, y hasta ahora la única manera exitosa de evitar las aburridas vacaciones familiares. A pesar de tener que dar clase el curso había sido bastante divertido, ya que estuve todo el día rodeado de gente de mi misma edad y además a eso se añadía la excitación de estar en un país extranjero viviendo con una familia local.
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YOBBO 98
General FictionBienvenidos al Madrid de los noventa. Chencho, un joven ingenuo y algo neurótico, vive solo para el fin de semana, con sus botellones, sus bares, sus tribus urbanas, los colegas, las algaradas callejeras y multitud de problemas en los que se irá met...