Capítulo 4

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Dakota POV.

¿Quién se podía perder en una jodida estación de trenes? Al parecer yo.

Me acomodé la bufanda que saqué de la mochila en el camino y miré de nuevo el mapa de la pared, me había quedado dormida en el camino y cuando desperté ya estaba en Londres, y según las instrucciones que me habían dado esta debía ser la estación correcta, pero había buscado entre la gente y no vi al amigo de Antonio que vendría por mí y me dijo específicamente que no saliera de la estación, así que debía estar allí.

A regañadientes, necesitaba ayuda, no vi ningún guardia por allí y me acerqué a un hombre que miraba el mapa a mi lado concentrado.

-Disculpe señor ¿podría ayudarme?

El muy idiota me repasó de arriba abajo con la mirada e hizo una mueca de asco antes de dejarme una moneda en la mano, me quedé tan anonadada que no pude ni reaccionar cuando se dio media vuelta y se marchó. Bastardo.

La parte buena es que pude usar la moneda para llamar en una de las cabinas de teléfono de allí.

-¡Dakota, por fin! –Atendió el hombre del otro lado de la línea- ¿Dónde estás?

-Creo que me perdí o no te veo, sigo en la estación.

-A ver, tesoro, levanta tu bonita cabecita y dime que dice el letrero que está arriba en grandes letras blancas.

Se lo leí y soltó una maldición en español que yo bien conocía.

-Claro que estás perdida ¡estás en la estación equivocada!

-No me extraña, aquí todas las jodidas estaciones parecen llamarse igual.

-¿Ya se fue el tren donde viajabas?

-Sigue aquí, aunque está emitiendo un extraño pitido...

-¡Corre y alcánzalo criatura! Debes bajarte hasta la siguiente estación...

Ni siquiera colgué el teléfono ya que vi las puertas comenzar a cerrarse, corrí arrastrando mi maleta y mochila y entré victoriosa de nuevo al tren, o casi, ya que de alguna forma alguien se estrelló conmigo por la espalda y me arrojó al piso haciéndome caer sobre mi equipaje, y para cuando me levanté no pude ver al imbécil que me empujó, bufé y fui de nuevo a mi asiento, dejé la maleta y mi mochila en el piso del tren, rebusqué en los bolsillos del abrigo hasta dar con una barrita energética y fue cuando noté que no llevaba la bufanda.

Qué raro, se habría caído con la carrera.

Llego a la siguiente estación en veinte minutos y lo primero que veo al salir el a Franco, el amigo de Antonio, lo he visto antes ya que trabajaron juntos en una de sus últimas películas.

-¡Por fin llegas! –Me saluda con dos besos y después me lanza una mirada exasperada- Niña, si no te sabes mover en tren no sobrevivirás aquí.

-Es porque recién llegué –me encojo dentro del abrigo- ¿Nos vamos?

-¿A dónde? –Frunce el ceño- ¿No creerás que voy a llevarte al piso de Antonio, verdad?

-Él me dijo...

-Niña, yo debo tomar un tren en... -se mira el reloj de la muñeca- cinco minutos, así que toma esto.

Me tiende un pequeño sobre blanco que no me tiempo ni de abrir porque comienza a hablar a prisa.

-Allí tienes la dirección, el número de teléfono del piso, la dos llaves y la clave del elevador –mira el reloj una vez más- no queda lejos de la escuela de arte ni lejos de aquí, llegaras en unos diez minutos en taxi.

Efímero - DamieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora