CAPITULO 1. UN CAMINO HACIA EL Desastre (parte I)

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Recuerdo la primera vez que vi a mi prima, tenía escasos diez años y era su séptimo cumpleaños, el rey estaba enloquecido de que su pequeña y hermosa niña fuese a cumplir su siete años, tanto que hizo una impresionante celebración y ordeno a toda la nobleza acudir con sus hijos al magno acontecimiento.

El rey tenía varios hijos bastardos, pero Liliana, era la primera nacida del matrimonio real y por lo tanto la princesita de sus ojos.

Yo hasta entonces nunca había visitado la corte real, mi padre prefería pasar largas temporadas sin mí, disfrutando de la compañía de las cortesanas y de los otros viciosos placeres que suelen darse en la corte. Mientras tanto, yo me criaba al cuidado de mi nana, mi institutriz y los sirvientes de nuestro castillo; así que nunca antes había conocido a Lili como cariñosamente le digo o a ningún otro miembro de la realeza, aparte de mi padre.

Dado al poco roce con la alta sociedad y mi fuerte temperamento, tengo que admitir que era una niña algo salvaje.

Solía escaparme de Eleonor mi nana para pasar las tardes rodeada por los hijos de los sirvientes entre ellos mis primos maternos, pasando como un niño más; lo único que me diferenciaba era el vestido sucio y el pelo largo despeinado porque en cuanto todo lo demás no había diferencia. Tenía la cara tan sucia como ellos, las rodillas y codos tan raspados como ellos y en ocasiones el cuerpo tan moreteado como ellos a causa de alguna caída o pelea.

En conclusión, no era la damita fina y delicada que se suponía debía presentarse ante la corte, sino más bien una cría salvaje y altanera.

Mi padre sabía que no estaba lista para presentarme ante la nobleza y el rey. Sin ser su intención,su majestad lo había puesto en un severo aprieto.

Desde que supo la noticia hasta mi llegada al palacio principal, solo tuvo un mes para intentar refinarme un poco para el cumpleaños real.

Por primera vez en diez años y muy a su pesar tuvo que estar al pendiente de mi y mi instrucción para que no lo avergonzara ante sus amistades y entre pleitos, gritos, castigos y sobornos, aprendí reverencias, protocolos y jerarquías sociales.

En cuanto a mi instrucción académica, no tuvo que corregir nada, puesto que en mi primera década de vida, ya podía demostrarle una inteligencia superior al promedio,hablando y escribiendo a la perfección en dos idiomas, realizando complicadas operaciones aritméticas y conociendo a la perfección la historia nacional.

Mi padre tuvo que admitir que Romina mi institutriz, en cuanto a lo académico, se había esmerado.

En lo referente a los modales en la mesa, el viejo Zacarías, mayordomo de la casa desde hacían cuarenta años, siempre estuvo al pendiente de que mi institutriz pusiera la atención necesaria; si llegaba a sonar la cuchara en la taza o a salpicar mi vestido decía suspirando.

-En cuanto el amo se dé cuenta de los modales de la señorita al comer, seguramente culpara a la pobre institutriz-esas palabras dichas por el anciano con cierta pizca de malicia, solían bastar para molestar a Romina, que terminaba lanzándome su mirada de -cuidado con tus modales o no sales en una semana a jugar. -Yo en esos diez años había aprendido que cuando mi institutriz me miraba fijamente con sus penetrantes ojos grises entrecerrados en el comedor, solo podía significar que un segundo error y pasaría las tardes de lo más aburrida haciendo planas en mi habitación por siete días.

Me gustaría decir que mi padre, me llevo confiando de que su única hija brillaría en sociedad.

Pero hasta él sabía que dedicarme un mes no compensaban años de descuido.
Así que él iba esperando lo peor y a pesar de todas las amenazas que me dio en el camino para que me comportara. Como si fuese profeta, su predicción se cumplió y de qué modo.

LA DAMA Y LA ESPADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora