CAPÍTULO IV: Selene

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Selene

Silencio. Ni Abdul ni yo hablamos durante el trayecto.

Bajo la ventanilla y miro la ciudad a través de ella. Todo está muy iluminado, con edificios gigantescos que se alzan hacia las alturas llegando a tocar el cielo. Todo parece haber mejorado mucho, pero me trae tantos recuerdos que no puedo retener las lágrimas.

Abdul me observa por el retrovisor del vehículo.

-¿Necesita alguna cosa Selene? –pregunta con tono de preocupación.

Sonrío melancólica, con ojos llorosos.

-No hace falta Abdul. Estoy bien. –Suspiro- Sólo estoy un poco mustia por el viaje. Ha sido agotador.

Abdul parece relajarse, pero aun así, está preocupado por ella, aunque la acabara de conocer. Selene era la primera persona, desde que salió de su humilde barrio, que no le ha tratado como a un trasto viejo del que todo el mundo se quiere desprender. Ha sido amable y cariñosa en cierto sentido, diferente.

Antes de bajar del coche, respiró profundo para no escandalizarse al encontrarse con ella, como sucedió con muchos otros agentes el día de su llegada. Pero con Selene fue todo lo contrario. Una hermosísima mujer de clara piel canela con grandes ojos verdes, como las hojas de los árboles más bellos, repletos de largas y espesas pestañas, estaba sentada en una butaca del bar central del aeropuerto. Debía de tener unos diecinueve o veinte años. Tan solo vestía una simple camiseta de color verde caqui, que parecía al menos una talla más grande de la que le correspondía; unos vaqueros desgastados por el tiempo y unas botas planas negras que no parecían de piel auténtica, sino a una imitación barata, no como suelen hacer las personas para las que trabajo. Lucía su perfecta figura como si quisiera pasar inadvertida, pero eso era imposible, ya que todo tipo de miradas reparaban en ella, pero no parecía advertirlo. Debió de quedarse embobado mirándola porque ella levantó la vista y con unos movimientos muy suaves, dio las gracias a la camarera, recogió su bolso de la barra, y comenzó a avanzar hacia mí. No era muy alta, tal vez de ciento sesenta y cinco centímetros de altura; pero eso me daba igual, no había nada más bello en este universo.


 No era muy alta, tal vez de ciento sesenta y cinco centímetros de altura; pero eso me daba igual, no había nada más bello en este universo

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Abdul hace girar a la derecha el Bentley Mulsanne. Ya puedo ver hacia dónde nos dirigimos, el gran edificio Pentominium. Desde aquí abajo, no se puede divisar el final de éste.

La puerta del coche se abre y Abdul me concede su mano enguantada para ayudarme a bajar. Le dedico una sonrisa y advierto que le he puesto un poco nervioso.

-Gracias Abdul, puedo sola. –Le contesto agradecida.

-Señorita, insisto.

Le observo durante unos segundos intentando aguantar las ganas de reír.

-Abdul, ya te he dicho que me llames Selene. No hace faltan tantas formalidades entre amigos.

-¿Amigos?-pregunta conmovido.

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