33. Cita peligrosa

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Cita peligrosa.

Aquello era un completo aburrimiento. No debería haber aceptado, por mucho que Marlene se empeñara. Estaba cien por cien segura, de que si se hubiera tratado de Sirius o incluso Remus, aquella cita sería mucho más divertida.

Hablando de un Black, nada más llegar al pueblo, se topó con el menor de esa familia. La mirada glacial que le envió no le era para nada extraña a esas alturas. No entendía que le había hecho a Regulus, pero el chico parecía odiarla a muerte.

- ¿Ya has sustituido a mi hermano o es un extraño juego fetichista el que os traéis entre manos? – le susurró cuando pasó a su lado.

Avril le respondió girando la cabeza en su dirección y sacándole la lengua, lo que lo dejó algo descolocado y con cara de sorpresa. Y ella no ocultó la sonrisa que le provocó ver lo mono y sobreprotector que se portaba con su hermano mayor a pesar de sus diferencias.

Ahora paseaban por la calle central de Hogsmeade, con Marlene y Andrew unos pasos más adelante muy acaramelados, tanto, que Avril podía jurar ver corazones salir de sus cabezas. Ah no espera, que realmente estaba pasando eso. Acababan de salir de Honeydukes y Marlene había comprado unos dulces que hacían que salieran corazones de sus cabezas cada vez que tocaba a la persona que había comido la otra parte del dulce. Que por favor, alguien le dijera la utilidad de eso. Hasta había intentado que ella también los comiera, pero que alguien la matara si permitía algo así. Qué vergüenza.

Vio cómo Marlene empujaba suavemente a Andrew hacia un lado, para hacer que se desviara del camino y dar un rodeo antes de llegar a Madame Pudipie, donde tenían pensado tomar algo. Su sorpresa al ver hacia donde se dirigía debió de mostrarse en su cara, porque aquel que era su cita para ese día le dijo:

- No te dará miedo, ¿verdad?

- ¿La Casa de los Gritos? – no pudo evitar que una sonrisa misteriosa se marcara en sus labios – Que va. Solo es una casa.

- Ya me extrañaba a mí que temieras por algo como eso – Flavius también sonreía divertido.

Contrariamente a lo esperado, Flavius McLaggen era todo un caballero. Era muy apuesto de pelo castaño rizado y ojos chocolate que te entraba hambre nada más verlos. Físicamente, tenía un gran parecido con su hijo, pero no podían ser más distintos en personalidad. Mientras que preferías ser acariciada por el calamar gigante antes que por las pulposas manos de Cormac, con Flavius no era para nada así. Realmente parecía un caballero de brillante armadura que te ayudaba galantemente a subir y a bajar de los carros y te abría las puertas de los sitios.

- ¿Qué significa eso? – preguntó sabiendo perfectamente a lo que se refería.

- Bueno, después de las batallitas que me han contado sobre ti, sería una sorpresa que temieras a una casa encantada, la cual por las noches aúlla y grita de sufrimiento.

- Que aúlle y grite no es nada del otro mundo – Flavius rió en voz alta, provocando que Marlene girara a verlos y le levantara un pulgar en aprobación. Avril le sacó la lengua.

- Me imaginaba que dirías algo así. ¿Y qué es lo que hace falta para asustarte?

Un susurro llamó la atención de Avril, que giró la cabeza para ver si alguien más se había desviado tras ellos. Pero a simple vista no vio a nadie.

- ¿De verdad piensas que te contaré mis debilidades McLaggen? ¿En la primera cita? – él se encogió de hombros.

- Tenía que intentarlo. En la segunda cita será pues.

Avril no lo sacó de su error, pero tampoco le dio la razón. Se calló la boca y siguieron andando hasta llegar lo más cerca posible a la Casa de los Gritos. Ni siquiera Marlene se atrevió a avanzar más.

Mi pasado es vuestro futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora