38. Confesiones inesperadas

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Confesiones inesperadas.

Como la mayoría de todos en la clase de encantamientos del señor Flitwick, Avril miraba hacia el techo con los brazos cruzados y expresión de curiosa admiración. Aquellos chicos se superaban cada día más.

Tanto las mesas como las sillas habían sido pegadas en el techo, de la forma más curiosa inimaginable, acumuladas una encima de otra creando una enorme pirámide inversa. Y al final habían tenido el precioso detalle de colocar una estrella de purpurina roja. Muy artístico todo.

- ¿Qué te parece? – le susurró James en la oreja disimuladamente.

- Ç'est très magnifique – respondió acariciándose un bigote imaginario.

- Como me pone tu francés – dijo Sirius al otro lado. Ella le respondió con un codazo en el costado.

El profesor Flitwick lanzaba hechizos una y otra vez y no existía forma mágica y no mágica de bajar eso. Mientras tanto, el grupo de Merodeadores discutía con Avril las características artísticas de su obra en cuchicheos. La profesora McGonagall hizo acto de presencia en el aula, y en cuanto vio el percal, no tardó ni un segundo en dirigirse a los culpables.

- Potter, Black, Lupin y Pettegrew – nombró con el ceño fruncido y los labios prietos -, hagan el favor de dirigirse al despacho del director de inmediato.

- ¿¡Qué!? – Potter y Black hablaron a la vez, sin poder creerse que los culparan tan pronto y sin pruebas.

Avril ocultó su risa tras el puño, aprovechando para buscar a Lily con la mirada y desaparecer de allí. La tontería se le acabó más rápido de lo que había empezado.

- Usted también Grimm – ordenó con dureza.

- ¿Qué? ¿Yo por qué? ¡Juro que no he tenido nada que ver con esto! – exclamó indignada.

- Eso lo dictaminará el director. Andando los cinco – ordenó con severidad -. Supongo que llevarlos a todos al despacho, usted incluido señor Lupin, será una tarea que podrá llevar a cabo como prefecto.

Remus tuvo la decencia de sonrojare un poco, pero tampoco pareció afectarle lo que debería. Asintió, no llevándole la contraria a la profesora y con una mano los guió como si fueran niños perdidos fuera de la clase.

- Será posible, para una vez que no tengo nada que ver – se iba quejando Avril.

- Se ve que te relacionas tanto con nosotros que hasta los profesores te ven anexionada al grupo – dijo Remus a su lado con una sonrisa.

- ¿Con qué edad exacta te tragaste el diccionario Lunático? – en el camino, James jugaba a pisarse los pies con Sirius.

- Con menos de la que tu empezaste a leer, seguro.

- Uhhhh – Avril rió a carcajadas y chocó la mano con Remus.

Sirius empezó a reír con su característico sonido perruno y Peter quien no había pillado nada de lo ocurrido empezó algo retrasado. No tardaron mucho en llegar al despacho del director. Jugaron un rato con la contraseña, intentando comprobar si alguien la adivinaba: lengua de azúcar, flor picapica, piercings de naranja, puding escurridizo, menestra de verduras, gominola mocosa, caramelo sabor caca, etc. Hasta que Avril se cansó y tiró de la uña del hipogrifo que hacía de timbre, dejando a los demás con la boca abierta, sin saber que aquello estaba allí.

También podría haber dicho ella la contraseña, pastel glaseado, pero pensó que llamar al timbre era más educado.

- ¿A qué debo esta sorpresiva visita? – preguntó Albus nada más permitirles la entrada a su despacho.

Mi pasado es vuestro futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora