Esfúmate

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No sé cómo empezar esta estúpida carta.

He fallado. Me he fallado a mí misma. Joder, ¿es que nunca voy a ser capaz de salir adelante, de saltar este bache?

Me da vergüenza admitirlo. He caído, pero al menos, esta vez, sé que tú has caído conmigo.

Ayer nos vimos. La discoteca parecía haber absorbido a las personas y la música se había quedado en un segundo plano.

Yo estaba bailando, había tomado ¿cuántos eran, cuatro, cinco cubatas? Había perdido la cuenta, mi mente había desconectado y todas mis ganas estaban enfocadas en mover mis caderas. Una risa brotaba de mi garganta cuando un chico me cogió de la cintura, me atrajo a él y se aprovechó de mi, pero no llegó a importarme.

Me susurró algo al oído que yo no llegué a entender –la música estaba tan alta que yo apenas escuchaba nada–, pero consiguió erizarme la piel pasando sus dedos por mi brazo desnudo.

Diría que fue en ese momento en que te vi, no estoy del todo segura. Al principio pensé que eran solo imaginaciones mías. Pero cuanto más me fijaba, más empeño le echaba, la cara del chico que me acariciaba, más se iba pareciendo a la tuya.

Me giré de repente, queriendo aclarar mis dudas. Eras tú. Te habías acercado a mí aprovechándote de que iba bebida. Te aparté de un empujón, creo que tiraste al suelo a alguien por mi culpa, pero no lo consigo recordar del todo.

Juro que en ese momento dejé de respirar y mi corazón dejó de latir. Me quedé mirándote, asustada, sin saber qué hacer, igual que tú me mirabas así. Te ibas a acercar, pero me di la vuelta y esquivé a las personas saliendo de la pista, de la discoteca y si fuera posible hasta de mi propia piel.

Me senté en el mugriento suelo una vez salí por la puerta de emergencia, apoyada en los uno de los contenedores de basura que apestaban pero no llegó a importarme el hedor que desprendían de ellos.

No estaba segura si lo que había sucedido hace minutos, había pasado en la realidad o solo había sido causado por los efectos del alcohol y las ansias de verte.

No sé cuánto estuve ahí tirada, con la mirada perdida, haciendo nada. Pero el chirrido de la puerta hizo eco en el callejón impulsándome a ponerme de pie y andar sin un rumbo fijo.

Eras tú. Lo sabía, no me equivocaba.

No me tocaste ni pronunciaste palabra cuando me alcanzaste y caminaste a mi lado. Tampoco pregunté el por qué de tu labio partido y el moretón en tu ojo ¿con quién te peleaste esta vez?

El sonido de mis tacones contra el suelo y tu agitada respiración era lo único que se escuchaba en aquel callejón. Y pensaba que era yo la que dirigía la caminata hasta que vi tu coche aparcado delante nuestro.

Te subiste, me subí. Nos subimos. Arrancaste el motor y empezaste a conducir hacia un destino poco claro en aquel momento, pero demasiado nítido en aquel entonces. No fuimos capaces de pronunciar palabra, ni siquiera pusiste la radio.

Y ahí estábamos de nuevo. Yo en tu coche sacándome los molestos tacones y tú conduciendo con un cigarro entre tus labios hinchados. Y ahí se me ocurrió que ojalá te esfumases como el humo de tu cigarrillo que se desvanece, desaparece por el pequeño hueco de la ventanilla.

Lo que nunca te dije   «TERMINADA»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora