Capítulo 10

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Un sábado debe aprovecharse como tal, como todos los sábados de la vida; dormir, por ejemplo, es una forma excelente de aprovecharlo, papá dice que no, yo pienso que lo es. Después de hacer tanto es hora de recuperar energía, nada como un sábado y quedarte hasta muy tarde colado entre las sábanas.
El viernes había acabado cuando nos despedimos en la estación de buses, cogí mi número de línea y eso me servía hasta cuadra y media a casa. Después de eso me tiré en la cama y conseguí dormirme enseguida, y sobre ella. Así que desperté a eso de las cinco de la mañana con frío y la nariz congestionada nuevamente, lo que me llevó a entrar a la cama y taparme hasta las orejas.

— Rocket, son las dos de la tarde. Es mucho ya —dice Orlando golpeando mi puerta y abriéndola en el acto. Me rehúso a levantarme aún, es mi día de la semana y no pueden estropearlo así—. Tienes a tu tutor abajo esperando — ¿qué? debe ser una broma. Me despliego de la cama, sentándome en ella y mirarlo de un sopetón.


— Pero si los sábados no —yo le digo. Me molesta esto—. Esto es una broma —Orlando se ríe tomando su estomago. Debe ser claramente una broma.


— Pero que estropeada estás. Arréglate que lo espantas, por cierto; que chico ese —me hace ojitos. ¡ME HACE OJITOS! Orlando ojitos por un chico ¿qué demonios le pasa? seguro y ha encontrado trabajo junto a una chica con trasero grande que lo tiene contento o ya de plano ha decidido dar señales de que mi padre no será abuelo jamás.


— No eran las clases hoy. Dile que se valla —vuelto a envolverme en las cobijas, dándole la espalda. Escucho los pasos de mi hermano acercarse, tengo dos opciones; o me levanto por mi cuenta o me arrastra hasta el baño, pero tengo demasiada pereza para movilizarme. Me dejo llevar por la fuerza de mi hermano mayor, llevo mi almohada conmigo para amortiguar lo áspero y frío del suelo mientras me arrastra por el pasillo—. Eres muy amable conmigo —yo le digo cuando abre la puerta del baño—. Él mejor de todos —escucho su risa ironizada.

— Ya Rock, no puedes hacerlo esperar tanto, lleva una hora ya —informa. Pateándome en el suelo para que haga algo además de lo que hago ya.

— ¿Por qué tanto? —Sigo postrado en el piso, mi nuevo pantalón está ya sucio con el polerón que anoche no me quite por el cansancio.


— No quería que te despertara si seguías dormida, creyó que podías despertar pronto. Muy ingenuo de su parte, se nota que te conoce poco —resopló. Le tiro mi almohada y me levanto con cuidado del suelo para entrar al baño y ducharme.

— Quince minutos más —yo le digo. Orlando asiente y se aleja, cerrándome la puerta del baño casi de golpe en la nariz.



Sigo sin entender por qué Leo está en casa cuando quedaba el lunes aquellas clases. Antes de entrar a la ducha, vuelvo a mi cuarto a abrir las persianas y la ventada para que no se sofoque mi habitación, tomo un par de prendas para vestirme allá dentro y eso es todo.

Mientras me quedo bajo el agua para despertar, lavo mis dientes para hacer más en poco tiempo y salir cuanto antes, si algo no me gusta es hacer esperar a la gente. En menos de diez minutos estoy fuera secándome con la toalla. Me seco el cuerpo en poco y nada para comenzar a vestirme cuanto antes. Mis skinny gastados en sus últimos días de vida antes de ser rasgados, una polera holgada americana y eso es todo, claro, después de la ropa interior y demás, salvo los calcetines, me agrada andar descalzo por la casa en días así de calor, además de qué lo formal no es lo mío, tampoco me importa, después de todo estaba en mi territorio. Oh, tal vez Leo renuncia con ser el tutor, y eso significaba que acababa, sería bueno, en cierta forma, tendría las tardes para mí y eso.

Tiro las toallas al cesto de ropa sucia y parto escaleras abajo. Mi pelo sigue algo húmedo, pero no es problema por lo corto que lo manejo. Escucho el parloteo de mi hermano con la voz gruesa de Leo, la cual no es tan nerviosa como recuerdo o algo tímida. Es fluido al hablar sobre algunas cosas de oficina que solo Orlando entendería o algo del instituto ¡Oh, no! Que ni lo piense en delatarme frente mi hermano, eso es pecado.

De sopetón entro al cuarto y como una pingüino, me deslizo contra la alfombra para caer de bruces al suelo.


— ¡Pero qué pendeja! —Orlando dice entre carcajada. Me he raspado las palmas de las manos con la superficie rugosa de las malditas tablas. Suelto un chillido y me siento en la madera, cubriendo de paso mi boca para dejar de hacer el molesto ruido. Me duelen las rodillas y la espalda.


— ¿Es-estás bi-bien? —Los dedos largos de Leo me toman por el antebrazo y le golpeo las piernas—. ¡Au!

— ¡No me toques! —Me corro a un lado, pero el cuerpo no me acompaña—. ¡¿Qué mierda haces acá, de todos modos?! —Me cuesta, pero me levanto con lo que puedo tener de dignidad y lo miro furioso, su rostro baja y parece esconderse ¿qué demonios tiene?

— Ten respeto, Rocket —Orlando me reprende, me da tirones en el pelo y me sacude hasta tenerme de pie derecho frente a él—. Vamos por curitas.

Leo me mira mientras mi hermano cura las palmas de mis manos con algo de angustia, probablemente este atrasado o algo, qué sé yo.

— Bueno, Leo ¿qué ha pasado? Que yo sepa no nos toca los sábados —le digo. Se remueve y me mira algo sonrojado.


— Eh…sí. E-es que ángel me ha pe-pedido… bue-bueno si tú quieres —balbucea—. Él dice si tú…qui-quisiera…no lo sé…


— ¿Qué cosa, Leo? —Suelto una risa. Pero caray,  le cuesta montón hablar — ¿Qué tiene que ver Ángel? —pregunto algo dudoso.

— Eh… e-es que él… —balbucea nuevamente. Murmuro un par de cosas e inhalo una gran cantidad de aire para mantener la calma de esta situación algo molestosa. Realmente no soy paciente en nada, odio tener que ser paciente en algo.

— Lo que él trata de decir es que quiere salir contigo y su hermano a patinar en el parque al cual siempre van. Su hermano menor, Ángel, se lo ha pedido, aparentemente. Habló conmigo y yo te estoy dando el permiso. Ahora ponte las zapatillas del demonio que usas, coge tu tabla y te largas con él.

¿Qué?

Me está corriendo de casa, pero que maldito.


Lo miro con una de las peores caras desquiciadas de la vida. Uno, porque me echa así sin más, y dos ¡Estoy lastimado, imbécil! ¿Cómo demonios montaré la tabla así?


— No. O sea, no ¿qué demonios pasa por la fosa de su cabeza? —me levanto con ganas de golpearlo, pero no soy idiota, si lo golpeo me dolerán los raspones a mí—. Me he lastimado, herido y es sábado.


— Y esa es la mejor razón de todas. Todos los sábados te quedas en la cama y te pudres ahí. Deja la rutina y sal, te volverás una obesa.

— ¡No insultes la comida! Adoro mis sábados…

— No puedes quedarte, está decidido —se para y camina a la cocina.

— ¿Qué tienes planeado hacer? Porque yo sé que te da igual mis sábados, pero este —afino la mirada, inquisitivo—. Tú estás planeando algo, vaya, vaya —masajeo mi mentón. Sus ojos se abren de sopetón y corre a mi dirección.

— ¡Claro que no!


— ¡Pillado! —Le apunto, acusándole—. Llamaré a papá inmediatamente.


— ¡Te pago!


Ok, pero sabes que no soy nada barato.

El último chico del salónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora