Capítulo 19

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Creo que para mi suerte me han recibido bien.


Despierto en mi cama con un poco de dolor en la frente, sé que me dormí en el auto de Antonio. También llegué a casa y Orlando fue por  mí rápidamente, le habló a Antonio y luego me hizo entrar.

Producto de mi ebriedad todo se me movía así que sólo debe ser producto del alcohol que ingerí como si fuera el último día de mi vida.

Está un poco oscuro, de la ventana entra la luz de la luna, tal vez es alrededor de las nueve o diez, no lo sé. Perdí la noción en el bar.

Toc-toc. Suela la puerta y luego es abierta. Es Orlando con una bandeja de comida. No pensé que recapacitaría y vendría tan rápido a ser un hermano mayor y no la madrastra malvada.

— Creo que se me pasaron un poco… —mi voz está seca. Me acerca un vaso de agua—. Oye, tu pelo ha crecido bastante —le comento. No había notado lo mucho que había crecido desde no sé cuándo—. No te queda en lo absoluto —le digo con una risita.

— Me lo has dicho dos veces ya —su voz también se escucha diferente.


— No pensé que beber hiciera efecto en mis oídos también, vaya —el agua está fresca, tienen un toque a frambuesa y sabe realmente bien—. Gracias —le regreso el vaso.


— ¿Sabes siquiera dónde estás? —arrugo la frente y frunzo los labios, qué preguntas son esas.


— O vamos Orlando. Me pasé un poco pero tampoco es como para no saber que esta es mi pieza.


Enciende la luz y me pega como un relámpago a los ojos. Me cubro la cara y lo maldigo en voz baja.


— Es “mí” pieza —dice, y entonces me repaso los ojos con las manos para tratar de acostumbrarme y miro un momento alrededor.

Me sigue ardiendo los ojos pero veo cosas diferente, el tapete gris por ejemplo, dos escritorio, uno con muchas cosas encima y el otro completamente vacio, se parece demasiado a la habitación de… mierda.


— No soy Orlando, tu hermano —me paro de golpe de la cama frente a él. Se ve calmado, trae una sudadera negra con un pantalón deportivo y el pelo suelo—. Creo que no te acuerdas de cómo has llegado.


Vergüenza.


Eso es todo lo que siento ahora mismo y la cara se me calienta de una forma inexplicable.

— Yo… —busco mis cosas con la mirada y no las encuentro—. Me iré ahora mismo. Perdón… —lo único que sé decirle a Leonardo es “perdón”.

Quiero hundir mi cabeza como un avestruz.

— ¿Te irás así? Llamé a tu casa para avisar que te quedas acá. No creo que quieras aparecerte en “ese” estado, porque tu hermano no se escuchaba nada contento —me muerdo el labio. Tiene razón—. Puedes llamar a tu amiga para…

— No —me mira con curiosidad—. Ella no y yo… —la cabeza me da vueltas. Me termino el vaso de agua pero sigo con el mareo repentino.


— ¿Ya eres más consciente? —su ojos me acusan. Me da mala espina preguntar, pero si no lo hago terminare solo con suposiciones.


— ¿Pasó algo? —lo único que hace es pasar saliva de forma evidente y su rostro pasa de normal a contraída con un rubor notorio a metros—. Dímelo.


— N-no pasó nada —sé que está mintiendo, pero también me da miedo seguir preguntando y enterarme que hice algo tonto de nuevo.


— Vale —entonces cambio el tema— ¿Estás seguro de que puedo quedarme aquí? Puedo volver y entrar por la ventana.

El último chico del salónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora