Blanco

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—Perdone, ¿me pone un botellín?

—Lo siento, no puedo atenderle.

— ¿Por qué no?

—Por favor, abandone el local lo antes posible.

— ¿Pero por qué?

—Le invito a marcharse por segunda vez. Si no lo hace llamaré al encargado y a los miembros del equipo de seguridad.

—Le he hecho una pregunta sencilla. ¿Por qué? ¿Por qué me tengo que ir?

—Váyase. No voy a hablar más con usted.

— ¿Pero qué pasa? —dijo, ya gritando—. Ah, espera. Ya sé lo que pasa. Es porque soy blanco, ¿verdad? ¿Te crees que me creo superior a ti porque yo soy blanco? Pues te equivocas, como todos los de tu raza. Ninguno acertáis ni una. Yo no me creo superior a nadie. Yo lo único que quiero es un botellín de cerveza. Pero si en este local los camareros son unos racistas de mierda, ya me voy a otro bar, no te preocupes. Que antes de gastar mi dinero en pagarte a ti tu sueldo, ya busco a algún blanco para pagárselo a él, que seguro que hace su trabajo mucho mejor que tú.

Emprendió su marcha hacia la puerta del local, y por el camino siguió refunfuñando, ya para él:

—SI es que sois todos iguales. Me dais cada vez más asco. Nos llamáis racistas a los blancos pero vosotros sois peores... Mucho peores. Idos ya a la mierda un poco, y quedaros allí. No volváis. Que seguro que os encontráis mucho mejor allí...

Siguió soltando frases ya fuera del local. Dentro, los empleados de la cocina y el resto de camareros acuden a la barra alertados por los gritos del cliente. Preguntan a quien le atendió que si era verdad lo que aquel hombre decía, que si se había negado a servirle porque era blanco. Ella solo dijo que no, que era mentira.

Se había negado a atenderle porque estaba desnudo.


Pequeños fragmentos inconexosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora