Capítulo uno.

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Pedaleaba por el lado de la carretera confiando en los faros que guiaban mi camino. Nadie sabía que estaba ahí. Nadie. ¿Qué pasaría si un coche se estrellaba contra mí, golpeándome, y me hacía caer en una zanja? Si no me moría por las lesiones, me helaría hasta la muerte antes de que nadie pudiera encontrar mi bicicleta rota.

Una brisa de enero azotó mi cabello contra mis ojos. Temblaba con tanta fuerza que apenas podía mantenerme en la bicicleta en línea recta. Me coloqué la capucha con una sola mano, mientras los coches tocaban el claxon y se desviaban, ahogándome con el humo que expulsaban.

Giré ante el contenedor de basura y bajé de mi bicicleta. Tosí con tanta fuerza que mis ojos se aguaron. Esto era lo más loco que jamás había hecho, y en ese momento no parecía que fuese a valer la pena.

Mientras esperaba, me sequé las manos sudorosas en mis pantalones vaqueros. Toqué el papel dentro de mi bolsillo para asegurarme de que la carta sin sellar que había encontrado en el buzón estaba todavía ahí.

¿Qué tipo de reunión requería estar a las diez de la noche, habiendo escuela al día siguiente y escondida de mi madre, de todos modos? Pero sabía que si no aparecía, nunca lo averiguaría.

Mi mayor temor era que todo esto fuese algún tipo de broma. Si lo era, sabía quién estaba detrás de ella. Tiffany Miller había estado metiéndose conmigo desde la guardería y eso empeoró en primaria, ya que me pegaba chicles en el pelo y pintaba con bolígrafos mi ropa nueva.

Cosas de niños, decía mamá.

Daba igual, seguía doliendo.

Hacía cinco meses, justo antes de mi último año, la oficina legal de Posner y Huggins había ofrecido a mi padre un ascenso.

Mudarse no será tan malo, había pensado yo, a pesar de tener que dejar a mi mejor amiga, Sofie. 

La gracia se acabó cuando el padre de Tiffany, un cabo del ejército, trasladó a su familia a la base militar a unas pocas millas de distancia.

Qué bien, había dicho mamá, así tendrás una cara familiar en el nuevo colegio.

Pero ella nunca había visto las cosas como eran.

La cuestión era que la invitación no era realmente del estilo de Tiffany. Ella no era del tipo de planificar el futuro.

¿Qué pasaba si alguien más había escrito la carta, alguien que realmente quería que me uniese a un club especial?

Sí, claro, me dije, tratando de mantener la calma.

Desde el inicio de la escuela, nadie me había dicho nada más profundo que "¿Cuál es tu nombre?" o "¿De dónde vienes?".

Finalmente, alcancé el estanque de Stafford y apoyé la bicicleta contra un banco agrietado y salpicado con excrementos de aves. Mi estómago se contrajo mientras giraba alrededor, en círculo, con cuidado de no dejar mi espalda expuesta durante más de un segundo. ¿Había alguien escondido observándome?

Nada.

Recorrí los árboles grandes y opacos, en busca de la parte blanca de un ojo, el flash de una cámara, el sonido de una risa silenciosa. Me había preparado para muchos escenarios, pero no para nada. Lo único que oía era mi pulso latiendo en mis oídos, amortiguando el ruido del viento entre los árboles. Miré la hora en mi teléfono celular, ocho minutos pasados de las diez. ¿Y si habían pensado que no iba a aparecer y ya se habían ido?

Exhalé lentamente para calmar mi corazón, que todavía se agitaba dentro de mí por escaparme de casa. La puerta corredera de cristal de mi casa había ofrecido una vía de escape perfecta. Por supuesto, yo solo hice la mitad de camino hasta el patio lateral antes de que se cerrase con un portazo. Me arrastré por detrás del aire acondicionado y miré alrededor de él en la sala de estar.

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