Capítulo tres.

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Le dije a mamá que tenía que hacer en un trabajo de historia con una amiga, ya que si le decía dónde iba a ir realmente, me haría miles de preguntas que no podría responder.

—¡Pero son las cinco y media, Ariana! Ni siquiera has cenado aún.

—Cogí algo.

—¿No puede esperar hasta mañana?

—No —le dije—. Ni siquiera tengo hambre.

Ella hizo una pausa y me quedé sin palabras.

—¿Tienes un nuevo amigo?

—En realidad no; es solo una chica. Nos pusieron juntas.

—¿Podría esa persona convertirse en una amistad? —Gemí, poniendo los ojos en blanco con énfasis y ella se retractó—. En el frigorífico hay ensalada, coge un poco.

Sacudí la cabeza, haciendo que mi coleta golpeara el aire como un caballo tratando de quitarse una mosca de la crin.

—Vale, bien. —Abrí el frigorífico, metí la cabeza dentro y cogí un tomate.

—¡Ariana! —La miré inocentemente.

—Tengo que irme. —Tomó una respiración dramática y habló:

—Así que, ¿de qué asignatura hablamos?

—Pues... Es un debate. Me ha tocado apoyar la idea de que el senador McCarthy era un gilipollas.

—Cuida esa boca —advirtió.

Me puse el abrigo, camino a la puerta, cuando ella habló:

—Lo fue, realmente.

Miré por encima de mi hombro.

—Un gilipollas —aclaró—. Vuelve a casa a las nueve.

Le di una gran sonrisa gratificante y me abrí paso a la fría noche.

...

Justin extendió su figura desgarbada a través de la cama king-size, justo en el centro de su habitación.

—No tenéis ni idea de cómo de feliz estoy de veros.

Los otros miembros se sentaron con las piernas cruzadas en el suelo, mirándole como si fuesen niños pequeños en preescolar. Lo único que faltaba era la moqueta.

Me fijé en la silla situada al lado de la ventana. Zoe acarició el espacio al lado de esta, haciéndome sitio.

—Bienvenidos a la Liga —dijo Justin.

Nora estaba mirándole como si fuera el Mesías. No podría culparla, porque hasta yo me encontraba varias veces mirándole fijamente; Justin era guapísimo y estaba tan claro, como que Joshua Bell puede tocar el violín.

Sus ojos eran de la misma tonalidad de marrón que el chocolate, enmarcados con unas cejas oscuras que hacían que su vista se viese más potente.

—Este grupo es un puzle. Si hay una pieza que falta, no funciona —habló Justin con una seguridad que era imposible de ignorar. Él probablemente podría ser amigo de quién él eligiese, si no fuese tan... intenso. Sí, era tan decisivo que hasta podía controlar una habitación sin siquiera decir una palabra.

Apuesto que algunas personas no pueden hacer frente a su intensidad, o al menos, me gusta pensar que no soy una de ellas.

Cada vez que tenía la oportunidad, echaba un vistazo al pequeño apartamento de Justin. Casi no había armarios. Todo, desde las sartenes hasta el champú, estaba ordenado pulcramente en plena vista.

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