Capítulo siete.

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No podía esperar a ver la reacción de todo el mundo a las noticias, las cuales ya se habrían repartido probablemente por toda la escuela para cuando yo llegara. Ni siquiera había llegado al estacionamiento cuando empezó. Kenny York, bajo el capó de su Camaro del 74, tenía su móvil presionado a su oreja con un hombro mientras tonteaba con su motor.

—¿Que hicieron qué? ¿En el gimnasio? —Sacó un tornillo, lo estudió, y después lo metió en su bolsillo trasero—. Cristo, tío, ¿en serio? Joder, hay que tener pelotas.

Giré mi cabeza y sonreí. Me gustaba ser parte de un hecho por una vez.

Mi orgullo se desplomó en el suelo cuando vi a un montón de profesores alineados como soldados en la entrada de la escuela. Se dividían en dos para dejar pasar a unos cuantos y después volvían a su formación. Era una táctica que asustaba —lo sabía— pero funcionaba. Mientras pasaba por ahí, los profesores que habían por los pasillos me conducieron al auditorio.

Nora estaba sentada en la última fila, observando la conmoción de su alrededor. Sus ojos eran grandes y brillaban cuando pasaron por encima mío. Se hizo un camino para que el Sr. Reid pudiera pasar al escenario. Sacó un lápiz de su americana y golpeó tres veces el micrófono. Un chillido se oyó a través de la sala. La multitud se calló, como si alguien hubiera pulsado algún botón de silencio. Los labios de Nora se curvaron en una media sonrisa.

—¿Se me escucha? —gritó el Sr. Reid por el micrófono. Las dos primeras filas se taparon los oídos—. Estoy convencido de que la mayoría de vosotros ya sabéis que unos hechos vandálicos ocurrieron la última noche. Los daños son muy caros. Una gran parte del equipamiento de deporte fue destruida. Para los que tenéis que ir al gimnasio esta semana deberéis venir al auditorio y hacer una clase extra hasta próximo aviso.

Quejidos empezaron a sonar en la sección de los deportistas.

—Puedo aseguraros que encontraremos a los culpables —añadió el Sr. Reid, provocando una alegría a los mismos deportistas.

Tragué saliva, esperando disolver la bola que se había formado en mi garganta. Al lado de la puerta principal un par de maestros escaneaban la multitud, buscando por inusuales reacciones. Quería mirar a Nora otra vez, pero no me atrevía a apartar mis ojos del escenario.

—Quiero vuestra ayuda. Si alguien ha escuchado o visto algo sospechosos, por favor, decídmelo de una vez. Para los responsables, espero que lo admitáis. —Hizo un gesto hacia el final de la sala.

Todos se voltearon en sus sitios para echarle un vistazo a dos cuerpos de policía mirándonos. Alguien dejó caer un bolígrafo. Cogió velocidad mientras rodaba hacia bajo en el inclinado auditorio. Yo traté de enfocarme en mi respiración. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Ahora era un mal momento para perder el conocimiento.

—La extensión de vuestro castigo será mayor por cada hora que el agente Price y el agente Henderson malgasten en este crimen. —Cada agente le hizo un señal con la mano al Sr. Reid cuando él los mencionó.

Los del curso superior se suponía que hacían estas cosas antes de la graduación, me dije. Era una broma. Todo se habría olvidado para la tarde.

El Sr. Reid musitó un "gracias", subió por el pasillo y salió del auditorio con los policías detrás suyo. El ruido se hizo paso mientras todos subían para irse de ahí.

¿Qué tipo de castigo era del que hablaba, igualmente? ¿Suspensión? ¿Pago de los daños? ¿Los policías llegarían a arrestarnos?

Pillan a la gente estúpida, había dicho Justin.

No somos estúpidos, pensé para mí misma, repitiéndolo como una mantra.

Una cabezas más allá, puntas negras aparecían y desaparecían. Quería empujar a todo el mundo para llegar a Justin. Su indiferencia hacia el drama del Sr. Reid quizá podía ayudarme a coger cierta perspectiva.

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