Capítulo veintidós.

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Mamá me recogió el cabello en una coleta de caballo ni alta ni baja, añadiendo unos cuantos rizos con un rizador de pelo. Dio unos pasos atrás para contemplarme.

—Me costó un tiempo hacerme a la idea, pero pienso que el nuevo color de pelo te queda bien —dijo.

—¿El pintalabios es demasiado oscuro?

—Es perfecto.

—¿Llevo demasiado colorete?

—Pareces Cenicienta en el baile —dijo—. Vamos a enseñárselo a papá.

Me miré en el espejo y, por primera vez, la vi. Era escasa, pero ahí estaba. Podía ver belleza con mis propios ojos. No necesitaba los de nadie más.

—¿Qué pasa? ¿Quieres más delineador de ojos? —Mamá buscó en su estuche de maquillaje.

—No, todo está bien —respondí. La verdad era que deseaba ir a la promoción de verdad, no a una fiesta de consolación en un cementerio olvidado.

Escuché un golpe familiar contra mi puerta corredera de cristal. Empecé a toser para cubrir el sonido.

—¿Puedes traerme un poco de té? —le pregunté—. Mi garganta está seca.

—Sabía que la lluvia no te iba a ir bien —dijo, saliendo.

Una vez que se había ido, fui hasta la puerta. Hice un llamamiento a la oscuridad.

—Mi mamá estará otra vez aquí en un minuto —susurré—. ¡Tienes que irte!

Justin, a mitad del árbol, parecía despreocupado.

—Invéntate una excusa, Ari. Es hora de fiesta.

Miré detrás mío.

—Pensé que nos veríamos en Lowell... Se supone que Richie me venga a recoger en diez minutos y...

Subió a una rama más alta, y entonces colocó sus pies en el suelo como un gimnasta.

—He hablado con él. Ya está allí. Todo el mundo te está esperando. —Metió un dedo por uno de mis rizos—. Te ves muy sexy, por cierto.

¿Qué se suponía que debía decirles a mis padres? ¿Que mi pareja me había plantado y que iba a la promoción sola? Olvídalo.

Pasó por mi lado hasta dentro de la habitación.

—¿Qué haces? —protesté.

La puerta se abrió. La taza humeante en la mano de mamá se resbaló, cayendo té en la alfombra en los pies de mi cama.

—Hola, Sra. Grande —dijo Justin con un asentimiento—. Me disculpo si te he asustado. Estaba intentando hacer ese acto en el balcón de Romeo y Julieta. Ya sabe, por ser la noche de la promoción y todo.

—Tú debes ser Richie. —Mamá entrecerró los ojos. Parecía que nadie era inmune al encanto de Justin.

—Ese soy yo —dijo, cogiendo mi mano para besarla.

Mamá miró su sudadera, sus tejanos azules y sus Nikes. Él se movió un poco.

—Seguro que se está preguntando por qué estoy vestido así, Sra. Grande —dijo, volviendo a su sitio—. Es vergonzoso. Se me manchó mi esmoquin y tuve que llevarlo a la tintorería. Mi mamá lo recogió después de trabajar y esperaba que Ari pudiese venir conmigo a buscarlo a su casa. Iremos a la promoción desde allí.

—¿Os importaría que os tomara una foto antes de iros, chicos?

Justin atrapó mi mano con la suya.

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