Capítulo dos.

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A la mañana siguiente, me adentré en modo zombi al comedor. Había estado en pie hasta las dos de la mañana, reproduciendo en mi cabeza todas las cosas que Justin había dicho sobre la Liga.

Colgué mi mochila en mi hombro y me asomé por la puerta.

-Hasta luego, mamá -dije.

Ella asomó la cabeza a través de la puerta de la cocina, pasó por ella y movió la cuchara de madera ante mí.

-No sin almuerzo.

Dar la espalda a una oportunidad nutricional era la mayor ofensa en el manual de mi madre. Dios, ayúdame si no me acabé toda la zanahoria en mi comida o si piqué a una hora de la comida. Alguna de las normas de mi madre eran completamente irrazonables. Como yo bebiendo café, por ejemplo. Ella cree que es peligroso. Ya sabéis, corazón acelerado, alteraciones de energía, el adictivo natural de la cafeína y sigue así.

Ella voló hacia el comedor con un bol de avena, un vaso con zumo de naranja y tostadas con mantequilla divididas en triángulos simétricos. Lo devoré en un tiempo récord de un minuto y dieciocho segundos y después traté de escaparme.

-¿Ariana? -me llamó, detrás mío.

Miré sobre mi hombro.

-¿Sí?

-Olvidabas tomarte tu vitamina diaria.

-Mamá, voy tarde...

Salió disparada de la habitación. Yo esperé. No era fácil ser hija única, escudriñada como una muestra. Mamá volvió con una masiva vitamina extendida en su palma.

Consideré lo que Justin había dicho: Ariana vive en una burbuja, cada movimiento suyo dictado por mami y papi. Alcancé la vitamina y después me la tragué con zumo de naranja, preguntándome si Justin tenía razón.

-Te ves genial hoy -dijo mamá-. Me gusta el delineado de ojos.

El atractivo de la Liga y ver a Justin en la escuela me habían comido la cabeza durante el poco sueño que había tenido. Mis sueños estaban borrosos, pero sabía que él había estado en ellos. Cuando me levanté, rebusqué en el fondo del armario para buscar el kit de maquillaje de Sephora que conseguí para la Navidad de hace dos años. Escondite intacto seguro.

Unos pasos después, saqué un compartimiento. El colorete bronceó la piel clara, tal y como la parte trasera de la caja prometía. El brillo de labios rosado hizo un trabajo decente cubriendo mis labios agrietados.

Pestañeé ante el espejo, practicando para quién-sabe-qué. Cuando paré de flirtear conmigo misma el tiempo suficiente como para volverme a mirar, gemí. Oh, Dios. Manchas de la máscara, en todos lados. Intenté borrarlas con mi meñique y acabé creando dos ojos negros.

-Te olvidas algo -mi madre dijo, sacando la cabeza por la ventana.

Miré abajo hacia mi mano vacía. ¿Cómo podía olvidar mi viola? Nunca olvidaba mi viola. Era prácticamente un complemento.

-¡Llegarás tarde, Ariana! -dijo mamá mientras corría hacia dentro, cogía mi instrumento y volaba hacia fuera.

Salté sobre la papelera de reciclaje amarilla de la acera y seguí mi camino. En la intersección, comprobé que el Sr. Hanford no estaba mirando antes de cruzar por su patio trasero.

El aparcamiento de Kennedy High estaba lleno, como siempre. Algunos chicos estaban sentados en el capó de sus coches de segunda mano que habían comprado con dinero de trabajo de verano, hablando por móviles -probablemente entre ellos. El timbre sonó pero nadie se movió.

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