Crujidos. ¿Eran simplemente crujidos o eran pasos? No creía que fueran pasos humanos, vivía solo. Abrió los ojos.
Evan se desperezó y se recolocó un poco el flequillo. Adormilado, se levantó de la cama. A sus catorce años, casi quince, era un chico alto y bien formado. Tenía el pelo castaño oscuro, un poco largo, que le favorecía los ojos, de un color verde esmeralda y tenía la piel blanquecina de quien no salía mucho de casa (MULTIMEDIA). Se sintió perdido en la oscuridad, pero sus ojos, entrenados, se acostumbraron rápidamente a la negra sombra que le rodeaba. Por la ventana se filtraba un tímido rayo de luna. Evan abrió de golpe la ventana e inspiró el aire fresco de la noche. La calle estaba en silencio, al fin y al cabo, eran las dos de la mañana: las cortinas de las casas estaban todas echadas, las farolas encendidas y el gato del vecino dormía tranquilamente en su muro. Evan suspiró mas calmado y se pasó una mano por el pelo, intentando domar aquel mechón rebelde que siempre se le levantaba, daba igual lo que hiciera. Bostezó sonoramente. Echó un último vistazo a la calle, cerró la ventana y se derrumbó en la cama, cayendo en un sueño profundo. No se acordaba del por qué se había despertado.
A la mañana siguiente el primer ruido que oyó el chico fue el despertador, como cada mañana. Y, como cada mañana, Evan lo tiró al suelo de un puñetazo y se dio la vuelta para seguir soñando. Pero como seguía sonando, y ahora estaba al otro lado del cuarto, no le quedó otra que levantarse y acabar con ese ruido infernal. Se levantó, muy a desgana, y como todavía estaba medio dormido, iba tirando todo lo que se encontraba por el camino: mangas, videojuegos, libros, una botella de agua vacía...hasta llegar al despertador. Lo apagó, y la casa quedó en completo silencio. Se fue a ducharse, y al volver a la habitación ya estaba completamente despejado. El pelo le goteaba en la cara mientras se ponía el uniforme y desayunaba. Cogió la mochila y salió de su casa.
Nada más cruzar la puerta, el sol le deslumbró, dejándole un poco aturdido. Miró el reloj, una edición especial de The Legend Of Zelda, y comprobó la hora. Sacó el móvil de uno de los bolsillos de la mochila y se puso los cascos. Sonaba una canción de Daughtry: September. Evan empezó a tararearla bajito mientras se dirigía a su instituto.
El instituto Kitamoru era un gran edificio de piedra blanca, de cuatro pisos. Tenía de todo,desde un gran patio a una piscina cubierta y otra exterior. La entrada estaba franqueada por grandes cerezos, de los que empezaban a brotar las primeras flores. El patio interior estaba lleno de personas de todos los cursos, y lo mismo podía decirse de la terraza. Evan solía evitar ese tipo de lugares, prefería el silencio de la biblioteca o la tranquilidad del enorme cerezo que había en el patio exterior, detrás de la escuela, en una colina.
Evan estaba completamente perdido en su música (Time bomb, de All Time Low) hasta que oyó una risita detrás suya. No necesitaba darse la vuelta para saber que eran las chicas de su clase, que le habían perseguido desde su primer día para ver cuál de ellas conseguiría salir con él. Le perseguían a todas partes hasta que conseguía que le perdieran la pista. Aquél día no fue diferente: le persiguieron hasta la clase y después pasaron de él.
Evan se quitó los cascos y se apoyó en la pared, al lado de la puerta. Esperó a que el profesor Harrison llegara observando a sus compañeros. El profesor Harrison (Harrison-sensei, como lo llamaba secretamente Evan) era un hombre joven y bastante popular entre los alumnos por ser un blanco fácil para las bromas. Pero siempre llegaba tarde a clase, sobre todo si era primera hora. Evan creía que ese lunes iba a ser como tantos otros... Iba.
-Ufff...Cómo tarda el profe hoy. ¡Espero que no venga! - dijo una voz a su izquierda. Esta procedía de u chico llamado Nagisa. Evan ni lo miró, como si no estuviera allí. - ¿Evan? ¿Estás ahí? Tierra llamando a Evan, responde...-preguntó Nagisa, moviendo la mano delante de la cara de su amigo. Este ni se inmutó. El joven decidió recurrir al único modo que servía para sacar a su amigo de sus pensamientos. Levantó el pie, apuntó y...descargó con todas sus fuerzas. Un grito retumbó en el pasillo,asustando a todo el que estuviera a diez kilómetros a la redonda.
-¡Aaaaaaaaauuuuuuuuuyyyyyyy! ¡Duele, dueleeeee! ¿Estás mal o qué? ¡Idiota! - gritó Evan, masajeándose el pie que Nagisa le había pisado. Su amigo hacía aspavientos silenciosos, señalando un punto detrás de Evan. Evan se dio lentamente la vuelta, temiendo lo que iba a ocurrir después, y se encontró cara a cara con el profesor. Tragó saliva.
¿Conclusión? Nagisa y Evan se pasaron la primera hora de pie en el pasillo.
Llegó la hora del almuerzo sin más incidentes y, mientras sonaba la campana que anunciaba el recreo, Evan y Nagisa se dirigían al cerezo. Bajo el árbol se podía distinguir perfectamente la silueta de una persona. Los dos amigos corrieron los pocos metros que los separaban de la colina, y pudieron apreciar al chico que estaba esperándolos. Era alto, de pelo negro. Al lado de Nagisa, que era más bien escuálido y rubio, parecía mucho más adulto.
-¡No vale Tatsumi!¡Siempre llegas antes que nosotros!- le gritó Nagisa.
-¡Será porque a mi no me castigan de buenas a primeras, hermanito! - le contestó en el mismo tono de burla su hermano. Tatsumi era un año mayor que Nagisa y Evan; y solía meterse con ellos por esa razón. Evan, que nunca se metía en ese tipo de cosas, solía quedarse ensimismado en sus pensamientos hasta que acabaran la discusión. Así estaba en ese momento, hasta que algo lo despertó; y esta vez no había sido Nagisa, sino la campana de la escuela. Nagisa y Tatsumi dejaron de gritarse y comprobaron la hora: aún quedaba media hora de recreo. Pero la campana, como embrujada, no dejaba de sonar. Los tres amigos se miraron y echaron a correr hacia la entrada.
Allí todo era un caos. Los profesores corrían como si el diablo les pisara los talones, y los alumnos murmuraban asustados. Un grupo de chicos de primer curso estaban apiñados, como si los fueran a atacar de un momento a otro. Evan y su amigo se acercaron a los compañeros de su clase, que también estaban con los nervios a flor de piel.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Nagisa a una chica de pelo corto y moreno, llamada Xenia. Esta les miró como si le hubiera preguntado que es el internet. - ¿No os habéis enterado? Dicen que han agredido a un profesor. - le contestó la chica.
- Me temo que las noticias corren como la pólvora, sobre todo en un instituto - dijo una voz masculina detrás de Evan. Un hombre de mediana edad, con un bigote bien cuidado, se les había acercado mientras hablaban. Rebuscó entre sus ropas y sacó una placa policial. - Soy el inspector Arthur. ¿Sois la clase del profesor Harrison, 3ºE?- Evan, Nagisa y algunos más asintieron. - Perfecto, sois los que faltaban. Seguidme, por favor. - Y, sin decir ni una palabra más, se adelantó a la puerta principal. Silenciosamente, trece personas le siguieron.
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Asesinato en la escuela
RandomEn el segundo curso de la escuela secundaria, Evan Kingston, de catorce años, vive una vida tranquila y aburrida. Hasta que un suceso cambiaría su vida para siempre, de una forma oscura y asombrosa.