Y llegó el miércoles, el día de la semana escolar que suele ser olvidado por el hecho de ser el del medio. Odiado por algunos e indiferente para otros. A Evan solían gustarle los miércoles, porque se podía quedar una hora después de las clases ayudando al viejo bibliotecario a ordenar los estantes. En época de exámenes, encontrar los libros y colocarlos en su correspondiente lugar era un trabajo pesado, pero los alumnos lo agradecían mucho.
La clase de 3°E estaba mortalmente callada; si no mirabas por el cristal de la puerta al pasar, podría parecer completamente vacía. Los alumnos tenían miedo de acabar como Xenia o su antiguo sensei y los profesores, viendo el estado de ánimo de los jóvenes, les permitieron tomarse el día libre.
Tras unas horas de completo silencio, Evan se levantó de la silla intentando no hacer ruido. Un completo desastre, si queréis saberlo. La silla cayó al suelo con estrépito y los chicos que todavía tenían la fuerza de voluntad suficiente como para moverse le dirigieron una mirada cansada.
Evan levantó las manos en señal de disculpa y se dirigió a la puerta. Nagisa, preocupado, se levantó para seguirle, aunque una persona ya se le había adelantado.
Akame, muy digna, salió en pos del joven de ojos verdes; con el rubio pisándole los talones.
- Kingston, espera. No debes salir del aula tú solo, puede ser peligroso.
Evan se volvió hacia la chica, sorprendido de que le siguiera y aún más de que se preocupara por él. Nagisa se había escondido detrás de unas taquillas.
- Voy a la biblioteca. El señor Memo, que ya está algo mayor, necesita ayuda y suelo ir por allí - la voz de Evan era tranquila, hasta fría, pero Akame ni se inmutó. Una batalla de miradas explotó entre ellos.
Nagisa observaba la escena sin perderse detalle. Se acercó un poco más al borde de la taquilla para observar, y su zapato chirrió ligeramente sobre el suelo de madera pulida. Le recorrió un escalofrío mientras se echaba de nuevo para atrás, rogando que no lo hayan oído. Tras un minuto, se arriesgo a echar una mirada rápida. No parecían haberlo notado, el pasillo estaba vacío... Un segundo...¡el pasillo estaba vacío!
"- ¡Los perdí! ¿Se habrán ido a la biblioteca ya? Pero, ¿cómo de deprisa pueden correr? Bueno, Evan es una tortuga, pero Akame...seguro que es una ninja secretamente. ¡Sí, eso debe ser! -" pensaba el rubio mientras chocaba su puño contra la palma de su mano izquierda. Se dio la vuelta para dirigirse a la clase y casi se muere del susto: Akame le miraba socarronamente y Evan le miraba con cara de " en serio amigo, no sabes que hacer para no aburrirte".
Tras el pequeño paro cardíaco del susto, Nagisa, Evan y Akame llegaron a la puerta de la biblioteca. El señor Memo era un anciano amable y sabio; la edad nunca le había arrebatado la pasión por la lectura, aunque sí el oído y la posibilidad de caminar sin usar un viejo cayado.
Tras unas presentaciones rápidas y unas preguntas, los jóvenes se pusieron manos a la obra. Evan colocaba los libros de las estanterías más altas, mientras la chica se ocupaba de las baldas más bajas. Nagisa estaba con el carrito de los libros esperando a que su amigo le pasara los libros que no estaban en su lugar para que él pudiera llevarlos a su correspondiente sitio.
Estuvo quieto por un rato, pero empezó a impacientarse y a jugar. En un abrir y cerrar de ojos había dejado de trabajar para ir montado en carro de metal, deslizándose por todas partes. Evan, temiendo que los echaran por las risas escandalosas de su amigo, intentaba callarle con gestos; si Nagisa le había visto pasaba completamente de él. Akame se levantó y se dirigió al chico rubio.
"- Bien- dijo el chico de ojos verdes esperanzado. - Si Akame le dice que pare seguramente le haga caso. Quien sabe, quizá esta chica no sea tan mala...-" Evan interrumpió su monólogo interior al ver que Akame se había unido al otro, en vez de detenerle. "- Lo retiro. Aparte de rara y burlona, también es infantil."
El chico ignoró las risas y los gritos de jubilo de sus compañeros. Los estaba logrando, pero entonces, tras colocar el último libro del estante, notó un tirón en el brazo y se encontró a si mismo en el carro con Akame y Nagisa. Tras el primer momento de indecisión, se dejó arrastrar a la locura.
Los tres jóvenes estaban ya a la mitad de la biblioteca cuando una dulce melodía empezó a sonar. La música provenía de los altavoces de la escuela. Los chicos (que ya habían abandonado el carrito) cansados, se dejaron caer en las sillas de madera. La suave canción de piano incitaba a la relajación y a la tranquilidad.
- Hope - dijo Akame.
- ¿Qué?
- La canción. Hope, de Yiruma. Es de mis favoritas.
- ¿Te gusta el piano? - soltó sin pensar Evan. En seguida se arrepintió por decir esa estupidez. ¡Acababa de decirle que era de sus favoritas! ¡Pues claro que debía gustarle!
- No hay que ser un genio para darse cuenta de ello - contestó ella. Pero, aún por el tono burlón de sus palabras, pudo notar que Akame no le miraba a la cara. Sin que se notara mucho, movió ligeramente la silla a la derecha para verle la expresión. Debajo de su máscara indiferente, Evan se quedó estupefacto.
Akame tenía la mirada perdida en sus recuerdos. Una mirada triste.
La canción fue interrumpida por un agudo chirrido.
Y después un grito sonó por los altavoces.
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Asesinato en la escuela
RandomEn el segundo curso de la escuela secundaria, Evan Kingston, de catorce años, vive una vida tranquila y aburrida. Hasta que un suceso cambiaría su vida para siempre, de una forma oscura y asombrosa.