CAPÍTULO 3: Los hermanos sean unidos

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El tío de Yang Meng envió cuatro plañideros. Sólo con verlos cualquiera habría advertido que no se trataba de individuos muy brillantes. Aunque pudiesen tener alguna que otra habilidad, simplemente no podría hablarse de inteligencia en relación a ellos.

Ma Tu, estupefacto, hizo un reconocimiento del lugar. Se trataba de un hotel harto lujoso. Ante él, Ma Tu no hizo más que dejar caer un poco de saliva y frotarse intensamente las manos. Su cara era de absoluta fascinación.

- Hoy voy a gemir y a llorar como nunca antes.

San Zhaki no estaba menos perplejo:

- Nos habían prometido 300 billetes, pero al final no nos dieron más que 200. No me parece que valga la pena que llores tanto.

- Yo le doy los 100 extra.

- ...

La La Man se agachó contra el muro y miró de reojo a Ma Tu

- ¿Qué hay?

- ¿Quién lo mandó a hacer una fiesta en un lugar tan caro?

Lingdang permanecía tranquilo detrás de todos ellos. Miraba fijo en otra dirección y en su mente lo asediaban dudas más graves.

- ¿Qué mirás, Lingdang?

- Ese estacionamiento está repleto de autos militares. Este que se casa no es un cualquiera.

- Pero no, si más bien es el que hoy nos trae la suerte.

- No, lo que quiero decir es que no debe fascinarnos tanto el dinero o además de perderlo también vamos a terminar presos.

- Sí, aunque nos condenaran el tiempo mínimo sería monstruoso. Además es tan poco lo que nos pagan por el trabajo de hoy que mejor sería que nos volviésemos.

Lingdang vio a los agentes de seguridad y su silencio fue una muestra de acuerdo.

- La gente ya entra. Tenemos que entrar nosotros también. Cada uno tiene su invitación. A seguir el plan y que nadie se eche atrás.

- ¡Esperen!

Lingdang se detuvo. San Zhazi perdía la paciencia.

- Mierda, ¿es que no te podés apurar? Terminemos así nos vamos con la plata.

- Es que... me pareció ver reporteros.

Todos se dieron la vuelta y allí los vieron.

- ¿No será que ellos quieren colarse también para tener la primicia? Vamos a salir en todos los diarios. Yo no quiero terminar en el medio de todo eso. Vayan ustedes si quieren.

Lingdang hizo ademán de retirarse.

- ¡Volvé para acá! - le gritó Ma Tu.

San Zhazi reaccionó y reprendió a Ma Tu por su encolerizamiento y a Lingdang por su cobardía.

- Basta de escándalos. Son dos reporteros. Vayamos a agarrarlos, nosotros somo cuatro. 

- ¡Pero claro! - dijo La La Man emocionado - Saquémosles el equipo, el de la derecha se ve que es un ricachón.

- Hagámoslo - dijo Ma Tu conmocionado por la excitación - Piensen incluso. Dejemos el plan anterior. Con lo que les robemos podemos hacer mucha más plata. Después le devolvemos lo que nos dieron al sobrino del jefe. Es un riesgo, pero qué importa.

Y los cuatro se aproximaron lentamente a los reporteros. Gu Hai los había llamado y ya todo había sido planificado, filmaciones y fotografías. Ellos también eran bastante cortos de entendimiento, o no habrían osado llevar adelante semejante tarea.

Ma tu esperaba el momento e hizo un gesto a sus compañeros:

- Acérquense. Entramos en conversación con ellos, los vamos llevando a un lugar vacío y ahí les damos con todo.

Los tres asintieron despreocupados y siguieron a Ma Tu. El que llevaba la cámara estaba por entrar cuando vio a cuatro extraños acercarse.

- Vengan que les queremos hablar...

Los "reporteros" empezaron a gritar y se dirigieron a la carrera hasta la puerta de salida perseguidos por los otros. Habían pensado, viendo su extraña forma de vestirse, que se trataba de cuatro policías encubiertos. Dejaron tirado todo el equipo y se subieron inmediatamente a un taxi que pasaba.

- ¿Qué pasó? - consultó Lingdang a los demás desconcertado.

San Zhazi respondió agitado:

- No tengo idea

La La Man se golpeó la cabeza:

- ¿Es que nadie piensa agarrar lo que dejaron tirado?

- Olvidemos eso.

Pero Ma Tu, inmutable, recogió el equipo.

- Busquemos un lugar para vender esto. Con lo que le saquemos podemos vivir un mes.

- Vamos a ser ricos. Se terminó esta vida de mierda.

- Ja... ja...

¿Eres adicto? (traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora