Dos

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Cerca de los suburbios, en una aparentemente normal casa de una planta vivimos mi padre John, mi hermana menor Lily y yo, Cassidy. La figura materna dejó este hogar mucho tiempo atrás.

En un día común estaría apresurando a mi hermana para poder llevarla a su trabajo a tiempo. Su renuencia sobre aprender a conducir me ha hecho perder los nervios más de una vez.

Pero hoy no, hoy es un simple domingo por la mañana.

Me voy de puntillas al cuarto de mi hermana menor; entro y me acerco despacio a su cama.

—¿Estás despierta? —susurro. Ella se remueve un poco en la cama pero no contesta—. ¿Me puedo dormir contigo un rato? —Lily rueda a la otra orilla de la cama sin abrir los ojos y no pierdo tiempo, me zambullo en el lío de cobijas.

Apoyo mi cabeza en la almohada, me cubro y la abrazo, pegando mi pecho a su cálida espalda. Siento el cabello de mi nuca moverse con un resoplido que sé no es de mi hermana.

Cierro los ojos y finjo que sí, que es ella, que todo está perfectamente bien. Me sumo en un sueño profundo con un roce helado sobre mi mejilla.



Es de noche.

¿Es esto un sueño?

Una pesadilla.

La oscuridad cubre todo y sólo una lejana farola está encendida. Estoy de pie en medio de lo que parece un parque y descubro que no estoy sola, hay una silueta, una sombra.

Está cerca de la luz y sé que me observa, me está examinando como yo a ella. No me muevo, contengo el aliento cuanto puedo esperando un movimiento pero mis pulmones ruegan oxígeno.

Respiro profundo pero con lentitud y cuando exhalo, el vaho baila a mi alrededor, haciéndome estremecer. Hace frío. Parpadeo y ya no está, la silueta que me veía se ha ido.

Sin embargo, le siento acecharme y tengo miedo; ese tipo de miedo que te paraliza y apenas te deja respirar, el que se apodera de ti cuando tus ojos ven algo que tu cerebro no puede explicar.

Busco frenéticamente en cada oscuro rincón y las palmas de mis manos sudan; el frío es tan despiadado que no paro de tiritar.

Tal vez mi crudo miedo es el que me hace temblar.

Giro en redondo cuando algo tibio me toca el hombro pero no veo nada. Tengo que llevarme las manos a la boca para no sollozar. Hay algo aquí, hay algo aquí y lo siento aunque no lo veo.

Puedo notar cómo enreda su presencia en mis sentidos, despacio, con cautela y determinación, quiere que sepa que está ahí, que le tema, que le descubra.

Cada latido acelerado de mi corazón es una advertencia: estoy en peligro. En mi cabeza destellan órdenes para que escape pero no puedo correr, mis pies no responden a mis súplicas de huir.

Aprieto con fuerza los ojos y ruego por clemencia, ruego salir de ahí. Un escalofrío. Dos latidos. Siento su presencia. Acaricia mi rostro, quiere que abra los ojos y no puedo resistir.

Mis párpados me traicionan, ceden y se elevan para ver a lo que está justo frente a mí. Mi respiración se atasca en mi garganta y mis ojos se amplían mientras el terrorífico ser me sonríe porque al fin lo descubrí.

Su aliento gélido congela mi cara pero no puedo dejar de mirar.

El vacío vibra, llenándose de un murmullo siniestro proveniente del terrible ente. Se mete bajo mi piel, besa mi resistencia, me manipula, me quiebra.

Hay lágrimas escurriendo por mis mejillas y las dejo huir libremente.

Mi mandíbula cae para pedir auxilio pero ni un sonido logra salir. Veo a la oscura silueta rodearme, acercándose a mi boca y entrando en mí, asfixiándome.

A través de mis lágrimas observo aquél farol de luz titilante. Las sombras se apoderan de cada fibra de mi ser. La luz parpadea, se desvanece lentamente.

Caigo de rodillas con fuerza y la oscuridad que me ha tomado se retuerce satisfecha, engullendo mi alma.

Grito aterrorizada al sentir que mi vida escapa.

Entonces, la luz se apaga.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora