Treinta y tres

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—¿Qué esto esto? —suelto para mí.

Doy un paso atrás, con pensamientos y respuestas flotando en mi cabeza, que no quiero tener. Quiero regresar a hace cuatro minutos, cuando no había llamado a Larissa, y seguir en la ignorancia.

La luz de la habitación se enciende de pronto y entrecierro los ojos por el cambio. No me sobresalto porque no hay nadie, lo sé. Sólo es una invitación a seguir indagando.

No quiero, no quiero hacerlo, no quiero estar aquí, ya no quiero saber nada.

Deposito el teléfono en el cajón, justo como creo que estaba, y me giro para irme pero mi cuerpo no me obedece y me lleva a buscar en la otra mesilla. Lucho con todas mis fuerzas para no hacerlo.

Sabes que necesitas hacerlo, Cassidy —Giro en redondo alterada, buscando frenéticamente la fuente del sonido pero no hay nada. No hay nadie. Mis ojos se humedecen.

—No es real, no es real, no es real —repito en un murmullo—. No hay nadie, no es real, no es real —Me llevo las manos al cabello asustada y siento que estiran mi pierna. Grito y me alejo de la cama de un salto, negando una y otra vez. Mi canto se vuelve un grito angustiado y demente.

—¡Basta! ¿Por qué haces esto? ¡Por favor! No quiero hacerlo —Caigo al suelo entre temblores incontrolables y percibo un aliento helado en mi oído.

Cierro los ojos con fuerza y me tapo los oídos, meciéndome hacia delante y atrás mientras repito que debe ser otra pesadilla. Tiene que ser otra maldita pesadilla.

Debes hacerlo.

Por un instante creo que la oscuridad me está envolviendo pero en realidad está saliendo de mí, ya no quiere estar oculta.

No quiero estar aquí. No quiero respuestas. Aprieto más fuerte los ojos cuando siento su presencia frente a mí, me niego a mirarle.

¿Por qué está aquí su celular? ¿Por qué? Mi pecho duele demasiado. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué nadie me ayuda?

Busca respuestas, es tiempo.

El susurro es tan bajo que se mete bajo mi piel. Se está filtrando dentro de mí, no puedo alejar su voz por más que presione mis manos contra mis oídos. No, no, no. No quiero escucharle.

Abro los ojos lentamente, la luz está apagada. Quizá nunca estuvo encendida, quizá todo está en mi cabeza, todo lo he imaginado y estoy demente. 

Niego. 

Sé que esa enfurecida figura está frente a mí, la siento, me está mirando, está esperando por mí. Mi estómago se encoge pero levanto la barbilla para mirarle.

No debo huir más, es tiempo de enfrentarlo, debo hacerlo. Debo terminar con esto de una vez por todas o voy a enloquecer. Tal vez ya perdí la cordura.

—Lo sé —murmuro entre sollozos, perdiéndome en esos profundos pozos negros. El frío que me abraza toca mis huesos y se enreda entre mis músculos, tomando total control sobre mí—. Lo sé.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora