Veintiocho

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Miro la caja con el ceño fruncido un buen rato.

Paseo mis ojos alrededor de la habitación, como esperando a que alguien salga y me explique qué hace eso ahí. Me quito los zapatos y me pongo de pie en la cama, estirando la mano para empujar la cajita entre las telas.

Después de verla saltar varias veces, logra encontrar una rendija y caer. Justo en mi cara. Me quejo y me hundo en la cama, tomando la caja entre mis manos y, efectivamente, contiene un disco. 

Mis cejas se unen mientras la giro y la examino, abriéndola cuando no encuentro ninguna descripción. Me sorprende la frase escrita en el disco: "Preescolar Verónica".

Espero que Larissa tenga una portátil aquí. 

Salgo de la habitación, llevando la caja conmigo y tomo el pasillo, dirigiéndome a la cocina, el hambre se ha vuelto insoportable. Hurgo en la nevera y la alacena, pero están casi vacías; consigo sólo algo de pan duro, atún enlatado, helado y agua embotellada.

Pongo la cajita en la encimera, leyendo mi nombre una y otra vez mientras mastico. Cuando logro calmar a mi estómago, me paso a la sala buscando su ordenador sin encontrarlo. Pateo la puerta cerrada con llave de camino a la habitación de Larissa.

—¿Dónde estás?

Me quedo de pie en medio del cuarto de mi tía, golpeando repetidamente contra mi mano el disco. Busco en las mesillas de noche, en el tocador y el armario, pero no hay nada.

Me tallo la cara frustrada y me giro, acercándome al espejo de la habitación. Me paro frente a él y me miro a los ojos. Estoy muriendo de sueño y cansancio, las ojeras son visibles de nuevo y en el fondo de mi cabeza empieza a punzar un agudo dolor. 

Tomo varias respiraciones y trago saliva, sin dejar de mirar a esos pozos oscuros.

—Ayúdame —murmuro a mi reflejo—. ¿Dónde puede estar? —Me mantengo inmóvil esperando cualquier reacción, cualquier señal.

Exhalo suavemente y el vaho baila a mi alrededor. Es cuando noto que los ojos de mi reflejo ruedan lenta y casi imperceptiblemente a mi izquierda, apartándose de mí, mirando algo a mi espalda. 

Mi piel se eriza y mis manos comienzan a temblar, las aprieto en puños para detenerlas. Veo a mi reflejo observar la cama y bajar la mirada. Asiento aunque no me mira y giro sobre mis pies.

Me acerco a la cama y me apoyo en mis rodillas con una mueca para buscar debajo, pero no veo nada. Suspiro e intento levantarme pero un estremecimiento me detiene. Vuelvo a levantar el dobladillo de las mantas y meto mi cabeza cuanto puedo, cerrando los ojos para adaptarlos a la oscuridad.

Los abro con el corazón acelerado y suelto un grito ante la brillante mirada sombría que está frente a mí. Trago saliva y desaparece. Me sacudo para entrar y me golpeo en la cabeza. Con un bufido aparto el cabello que me estorba en la cara antes de meter mis hombros también bajo la cama.

¿Realmente le pedí ayuda a mi reflejo? ¿En verdad me respondió y lo vi bajo la cama? Dios, estoy completamente loca.

Ya que en el suelo no hay nada, miro hacia arriba soltando un sonido de aprobación. Una especie de red sujeta el ordenador portátil en la parte inferior del colchón y me estiro, sacudiendo los pies, para alcanzarla.

Me arrastro fuera con ella, sintiendo arder las heridas en mis piernas por la caída en el coche. Con un vistazo noto que el raspón más grande en mi rodilla sangra otra vez. 

Tomo la portátil y el disco y me siento en la orilla de la cama, encendiéndola. Hay una imagen de Larissa riendo cuando se ilumina la pantalla, me hace sonreír pero la sonrisa desaparece cuando noto que pide contraseña.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora