Llevo casi dos horas esperando y este sillón no es lo suficientemente cómodo para tan larga espera. Ya no siento mi trasero ni mis partes de chica.
—Laura, querida, ¿cómo vamos? —La voz no es chillona ni juvenil como el resto, es más bien algo entrecortada y me hace alzar la mirada.
Veo a un hombre de quizá cuarenta años dándome la espalda. Trae vaqueros oscuros holgados y un sudadera con calaveras y árboles de navidad que me hace sonreír.
—Está tranquilo, señor, sólo hay una joven que lo busca —Me pongo de pie y él se gira. Sonrío de inmediato porque tiene una gran sonrisa en su rostro y es contagiosa.
Debió ser un galán en su juventud, tiene un hoyuelo en la mejilla y los ojos brillantes, sus rasgos angulares me dan la razón. Aún con el cabello algo encanecido y las arrugas en sus ojos resulta atractivo.
—Hace mucho que no tengo visitas hermosas, ¿en qué puedo ayudarte? —Miro sobre su hombro a Laura pero está en una llamada.
—Mi nombre es Cassidy Blake —digo y le tiendo mi mano—, tengo algunas preguntas que de verdad me gustaría respondiera —Él estrecha mi mano con firmeza y asiente.
—Por supuesto, ¿quieres pasar a mi oficina? —Le digo que sí y me conduce a esa puerta cerrada que vi antes—. Puedes dejar la puerta abierta si te incomoda estar sola con un extraño —Asiento pero la cierro. Se apoya en su escritorio y yo me siento en un mullido sillón viejo—. Te escucho.
Siento un nudo en el estómago y trato de controlar las ganas de vomitar que me provocan los nervios. Trago saliva un par de veces y empiezo.
—No busco problemas ni vengo de parte de nadie —digo rápidamente, recordando mis discusiones anteriores—. ¿Tatúan a menores de edad? —Puedo ver que se tensa un poco pero de inmediato se relaja.
—Somos profesionales, seguimos las reglas. Se tatúa a un menor sólo con permiso y de preferencia en presencia del padre, madre o tutor legal —Él escanea mi rostro y frunce el ceño.
Vienen a mi mente las palabras de Jack.
—Y, ¿nunca ha tenido una excepción? —No dejo de mirarlo a la cara cuando empiezo a quitarme el brazalete.
Sus ojos extrañados viajan de mi cara a mi muñeca, abriéndose sorprendidos, y su mandíbula cae ligeramente. Mi corazón bombea sangre a mi sistema con gran velocidad. Veo el momento exacto en el que reconoce el tatuaje y siento que una manada de lobos danza en mi estómago.
—Eres tú —musita.
Se acerca y se sienta en el sofá junto a mí, pidiendo con su mano que le muestre la mía. Sus ojos se llenan de lágrimas al verlo y aunque quiero sentirme aliviada, no lo consigo.
—¿No me reconoció cuando me vio? —Sacude la cabeza.
—Te ves muy diferente. Lucías tan frágil y desesperada entonces —Su voz es débil y no despega los ojos de mi tatuaje. Habla como si le doliera recordarlo y suavemente retiro mi mano. Me mira a la cara con los labios temblando—. Me he preguntado qué pasó contigo desde aquél día.
No puedo con la ansiedad y empiezo a ahogarme con las palabras.
—¿Qué me pasó? ¿Puede decirme por qué vine? ¿Recuerda por qué le pedí este tatuaje? Por favor, ayúdeme, ¿le dije algo importante?
Él se pone de pie, sujetando su cuello y me da la espalda. Lo escucho tomar una profunda respiración, como si se preparara para enfrentar algo difícil y me fuerzo a esperar, enredando mis dedos y retorciéndolos para controlar mi desesperación.
—Mi padre mató a mi madre a golpes cuando tenía quince años —Su comentario me descoloca completamente pero guardo silencio—. Me enviaron con el hermano de mi padre a vivir y fue el mismo infierno. Era joven y estaba asustado, me dejé llevar por las reglas de la calle, me acogió un hombre que tenía más tinta que piel y encontré un hogar. O eso pensaba —Se queda en silencio y no sé qué decirle.
—¿Qué pasó? —pregunto cuando ha mirado al pasado por demasiado tiempo. Él me mira y sonríe.
—No era bueno, su mundo no era bueno y aun así me adentré en él. Y es que encontré arte en ello, encontré libertad; me enamoré de la tinta. Con el tiempo los abandoné, estaban más metidos en drogas y deudas que en tatuar y ya no quería eso.
Se ríe y se vuelve a sentar junto a mí.
—Te lo cuento para que me entiendas —dice—. Cerca de los treinta conseguí este lugar, terminé la preparatoria y forjé mi camino. Seguía las reglas, fui honrado, empecé de nuevo para bien, decidido a hacer lo correcto.
Me sonríe pero no puedo sonreírle de vuelta, mi pecho duele.
—¿Pero...? —insisto y él suspira.
—Entonces una madruga llegó una chica, una niña a mi parecer. Había bebido de más, lucía desesperada y tan sola, que no pude seguir con la puerta cerrada. Me rogó que le hiciera un tatuaje, me lo suplicó con lágrimas en los ojos y con tanto temor.
»No supe qué hacer. Había empezado de nuevo, me había decidido a que esta vez haría las cosas bien. No quería romper las reglas de nuevo, me aterraba que mi nuevo inicio se viniera abajo —El nudo en mi garganta apenas me deja respirar.
—Por favor —musito con las lágrimas escapando de mis ojos. Necesito saber qué le pasó a esa chica.
—No puedo ayudarte, pequeña —suelta y mi corazón da un salto, se pone pie y brinco del sofá para seguirlo.
—No, señor Garver, por favor, necesito saber. Dígame algo, se lo suplico, por favor —Lo tomo del brazo y él se zafa de mi agarre.
—¡No puedo! ¡No sé por qué vienes ahora y tampoco sé por qué viniste entonces! —Me cubro la boca para no sollozar—. Estabas asustada de algo, me rogaste que tatuara esa palabra porque no debías olvidarlo. Me decías una y otra maldita vez que tenías que recordarlo. Sólo hice lo que me pediste.
Su voz cambia drásticamente, ya no es el amable hombre que me recibió. Ahora parece incapaz de soportar mi presencia.
—P-pero debe haber algo, se lo ruego, piense. Debí decir algo —Mi voz es apenas un murmullo desesperado y él me mira con esa lástima que tanto odio. La que nunca he soportado ver.
—Lo siento mucho, Cassidy. No puedo ayudarte, hice lo que me pediste y me prometí que sería la última vez.
—Su excepción —mascullo.
—Y he cumplido. Me atormentó durante mucho tiempo el qué habría sido de ti pero seguí adelante.
La desesperación que sentía pronto es reemplazada por la rabia y no me detengo a calmarme.
—Sí, y yo me quedé estancada desde ese día. —Tomo mi bolsa y limpio mis lágrimas. Me giro para irme y su voz me detiene de nuevo.
—De verdad lo siento. Lo último que dijiste mientras te ibas, es que estaba dentro de ti y que necesitabas recordar que eras fuerte. Que eres fuerte —Lo miro a los ojos y alzo el mentón, apretando los dientes para controlarme.
—Lo soy —digo—. Muchas gracias por su ayuda.
Y salgo, dejando su mirada alarmada tras mi espalda.
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Susurros ©
Misterio / SuspensoCassidy nota las sombrías presencias en la oscuridad; oye voces ocultas en la negrura, y una parte de ella lucha desesperadamente por contestar. Toda su vida ha sido así. O al menos, eso es lo que recuerda. Cassie tiene tantas lagunas en su memor...