Siete

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Intento conducir despacio porque no puedo dejar de temblar y sollozar y no quiero causar un accidente.

Tengo la sensación de que algo me acompaña pero no miro a ningún lado más que al frente y trato de no pensar.

Es al detenerme en la entrada del edificio de mi hermana que mi cabeza vuelve a agitarse, rememorando lo que pasó minutos atrás. El auto está en un silencio tan abrumador que temo desmayarme.

Siempre he percibido cosas, sí, he visto sombras acechándome desde que puedo recordar pero esto, esta horrible sensación de miedo y desesperación, jamás la había sentido con tanta fuerza.

Mucho menos había visto o escuchado algo de la oscuridad tan claramente.

Me doy cuenta de que cada vez es más frecuente, más fuerte. Como si supiera que estoy cayendo en sus redes, que soy vulnerable, una presa fácil a su merced. Y eso me aterra aún más.

El viento se estrella contra los cristales de mi auto, silba mientras se filtra por las rendijas del tablero destartalado. Es tranquilizante. Me concentro en ese arrullo e ignoro cualquier pensamiento que venga a mi cabeza.

Tomo una bocanada de aire y lo suelto lentamente, varias veces.

Veo que mi hermana cruza la puerta y me miro en el espejo retrovisor, limpiando mi cara lo mejor que puedo. Agita una mano hacia el auto aunque probablemente no puede verme. Sonrío al ver su cabello volar por todas partes y ensayo un par de saludos antes de que abra la puerta.

—¡Dios, el aire está helado! —gruñe dejándose caer en el asiento—. Creo que va a llover. No, huele como a que va a llover —Se ríe y yo sonrío mientras enciendo el auto y me pongo en marcha.

Prendo la radio y la dejo en volumen bajo, me parece que son las noticias e intento escuchar lo que dicen pero fallo. Siento los ojos de Lily puestos en mí y la miro.

—¿Qué? —inquiero, notando la preocupación en su mirada.

—Te ves pálida —comenta—. No has abierto el pico desde que subí. ¿Va todo bien? —Me encojo de hombros aunque estoy tensa y le digo que casi atropello a alguien, que eso me hizo perder el color.

Me cuenta sobre sus peleas con los clientes, que está cansada del telemarketing y que desea renunciar. Trato de escucharla para entender y responder, pero me pierdo entre su charloteo y los recuerdos que trato de desaparecer.

Para cuando llegamos a casa se ha dado por vencida conmigo y dice que está cansada, que no va a cenar.

La camioneta de papá no está en la acera y me alegra, no quisiera lidiar con sus preguntas también. Lily baja y entra a la casa mientras meto el auto en la cochera; me quedo en él cinco minutos, sujetando el volante con fuerza.

Mis hombros están rígidos, me palpitan las sienes y mi cuerpo se queja dolorido de tanto contener las ganas de llorar. Siento la nariz fría, mis dedos igual, me doy cuenta que la temperatura ha estado descendiendo. Bajo del auto para entrar a la casa antes de que cualquier cosa pase en este lugar.

Mi teléfono vibra en mi bolsa y suspiro, entrando a la casa y poniendo el seguro antes de dejarme caer en el sofá. Sólo para tener un poco de ruido enciendo el televisor.

«NoMad Bar. Sábado, 7:30 pm. No faltes, Cass». Laura. Lo había olvidado.

Me recuesto en el sofá y apoyo mi brazo en la frente, soltando un suspiro.

Primero Laura y Alexander, el compromiso entre mi ex y mi «mejor amiga» que tendré que celebrar. La visita de Larissa y su vínculo con mamá, sigo preguntándome por qué demonios me fue a buscar. Y después eso. Cierro los ojos y escucho al meteorólogo hablar de una gran tormenta que se acerca.

El estacionamiento, maldita sea, no quiero pensar en eso. Pero viene ese murmullo a mi mente una y otra vez. ¿Fueron reales esas frías sílabas o me dejé llevar por el pánico?

Nunca me había pasado algo así, no lejos de casa, no con tanta intensidad. Las pesadillas las tengo con regularidad, excepto cuando no está papá.

Es chofer en una empresa de logística y transporte. Normalmente trabaja en ambos turnos pero tiene preferencia por el de día. Yo, por el contrario, disfruto cuando tiene turno nocturno, suelo dormir mejor esas noches.

Ahora ya es algo normal ver sombras, oír murmullos bajos y sufrir esas tormentosas pesadillas, lo peor es que la mayoría de las veces me resulta imposible despertar.

Me sumerjo en ellas a gran profundidad. Viajo sin falta a ese sitio, frío y oscuro, denso y solitario, pero no vacío. Y es curioso pero cuando despierto, no logro recordar a detalle, sólo se qué fui a algún lugar.

No me doy cuenta de que me dormí hasta que me despierto adolorida en la madrugada. Gimo de dolor cuando girar el cuello me lastima. Tomo mi celular y me levanto, necesito algo de agua. Limpiándome los ojos me acerco a la cocina.

—¡Mierda! —Me quejo cuando me golpeo en la pierna con la esquina del sofá.

—Esa boca, señorita —suelto un grito y me llevo la mano al pecho.

—¡Por Dios, papá! ¿Me quieres matar de un susto? —Bufo y lo miro con media sonrisa—. Creí que vendrías hasta mañana —Me da una mirada cansada.

—Yo también, pero se canceló una vuelta. —Señala el sofá en el que estaba acostada con la botella de agua que trae en la mano—. Iba a despertarte pero te veías muy cómoda —Me rio sin ganas.

—Créeme, te lo habría agradecido —digo, masajeando mi cuello.

—Yo creo que no.

Percibo un moviendo a mi espalda, lanzo una mirada pero no hay nada. Ruedo los ojos.

—Bueno, me voy a dormir. ¿Ya cenaste? ¿Quieres que te haga algo? —Papá me da la espalda, se ve tenso.

—No, estoy bien, ve a dormir. Buenas noches. —Quiero preguntarle si algo anda mal y me contengo. Estoy cansada y supongo que él también.

Apretando mi celular entre mis manos, me voy a mi habitación. Decido que me bañaré en la mañana temprano y en menos de dos minutos me quedo dormida profundamente.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora