Veintitrés

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Salgo del baño con la piel roja.

El agua caliente en la ducha resultó tan relajante, que olvidé lo sensible que es mi piel. Me siento ligera y tranquila, con el tiempo justo para arreglarme e ir al bar. 

Cruzo el pasillo a mi habitación y enciendo mi ordenador para poner música, ya que tengo cargando mi celular. Algo de esta chica Stirling, con su increíble violín, me hace tararear y agitar la cabeza.

Me siento diferente.

No sé explicarlo con certeza, es como si durante mucho tiempo me hubiese preparado para algo y ahora, por fin, estuviera lista. Me proporciona cierta serenidad que durante mucho tiempo he necesitado.

A pesar de estar sola, cierro la puerta, me quito la toalla y saco la caja de debajo de mi cama. La tenue humedad de mi piel desnuda se va desvaneciendo con mis movimientos.

Dando un par de giros sobre mí misma, suelto una risita y tomo de mi armario un par zapatos que Lily me regaló en mi cumpleaños pasado. El tacón es de aguja pero no muy alto y me alegra que mi hermana haya cuidado eso.

Lily.

Pensar en ella me provoca un estremecimiento pero mi preocupación por mi hermana desaparece aún más rápido de lo que llegó. Niego y me acerco a mi cajón de ropa interior, tomando algo de lencería.

No suelo usar el cabello suelto pero esta vez decido hacerlo. Mientras lo moldeo con la vieja secadora de mi hermana me doy cuenta de lo largo que está y me desespero un poco, pero termino dominándolo.

No sé cómo Lily hace estas cosas cada mañana, con suerte y salgo despierta de casa.

Observo el espejo un rato pensando en ella, no puedo evitarlo. Aunque no entiendo por qué parpadea en mi mente y luego se va, como la señal ambarina del semáforo que pronto se vuelve un rojo prohibido. Rojo. Mi vestido rojo. 

No, no estaba pensando en eso. Me llevo la mano a la cabeza, confundida, como si algo en mí deseara luchar. Un escalofrío me recorre. Mi mirada cae en el tatuaje y tengo que respirar suavemente por temor a romper a llorar.

Miro a mi reflejo esperando una mirada de reproche por mi debilidad pero no está. En cambio veo que mi rostro esta sonriente y mi mirada tranquila, ajena.

Como si no fuera yo misma.

Empiezo a sentir cómo se agitan mis emociones, quieren salir de donde están ocultas y me siento yo de nuevo. Entonces cometo el error de volver a mirar al espejo y esos pozos oscuros se llevan todo lo que comienza a salir, borrándolo sin piedad.

Parpadeo un par de veces y abro el cajón del sencillo tocador de madera, sacando mi neceser para maquillarme. Algo se me olvida, pero no tengo idea de qué es. 

Veo a través del espejo que mi móvil se ilumina. Posiblemente son las chicas preguntando si ya estoy lista, son las siete y media y usualmente soy yo la que siempre llega puntual.

Me acerco la cama me pongo el vestido con un suspiro de satisfacción. El cierre está en la espalda y aunque se me dificulta un poco logro subirlo. Regreso al espejo y aplico un labial rojo, buscando unos aretes negros y un brazalete a juego.

—No  —musito, soltando la pulsera que había tomado.

No me da la gana esconderme de personas que realmente no me conocen.

Me alejo del espejo para verme, no es de cuerpo completo pero me da una buena vista. El vestido carmesí se pega suavemente a mi cuerpo, delicado, aunque termina un buen palmo encima de las rodillas. 

Me pongo de lado apretando el vientre y no me puedo creer que me vea tan bien. Quiero decir, no soy fea, lo sé, pero no me había considerado sexy nunca.

Se supone que con algo así debería llevar el cabello recogido, pero me encanta la combinación de negro y rojo. Me rio encantada. Tomo una cartera negra de mano y miro a mi alrededor sintiendo que me falta algo.

Voy al cuarto de Lily con una sonrisa, recuerdo que tiene un perfume que huele delicioso. Lo encuentro sobre su mesilla de noche y no dudo en rociar en mi cuello y muñecas. Mis ojos vuelven a caer en mi tatuaje y me provoca una repentina ansiedad que me hace temblar.

Pelea, Cassie, no eres tú.

Debería llamar a Lily, debería preguntarle cómo está o debería ir a buscarla, y a papá. Tengo que llamar a Ryan, pedirle que me ayude. Ayuda, sí, necesito ayuda, esta no soy yo.

Me tambaleo al intentar correr pero mis pies no me responden y tengo que sujetarme de la mesilla. 

¿Por qué quiero correr? ¿De qué trato de huir? 

Recupero la estabilidad con la respiración agitada e intento concretar un pensamiento de tantos que se agitan en mi cabeza.

—No tienes miedo —susurro involuntariamente.

Mis labios tiemblan mientras mi subconsciente sigue luchando para indicarme qué va mal. Cierro los ojos mientras repito ésas tres palabras como un mantra hasta que mi pulso se calma y mis labios se curvan en una sonrisa victoriosa.

Una sonrisa que no me pertenece.

Me siento adormecida. Abro los ojos y me enderezo, acomodándome el cabello que cayó sobre mi cara. Estoy decidida, preparada para lo que se avecina.

Lista para divertirme esta noche.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora