Treinta y uno

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Me revuelvo entre las sábanas y despierto sobresaltada.

Ryan suspira entre sueños junto a mí mientras me separo de su pecho para sentarme en la cama, me alegra no haberlo despertado pues la mitad de mi cuerpo estaba sobre él.

Me llevo la mano al cuello y siento fácilmente mi pulso agitado, creo que tuve una pesadilla.

Me quito la cobija y me aparto del calor de Ryan, tomando mi ropa interior y su camisa del suelo. Acerco el cuello de ésta a mi nariz y aspiro su olor, su exquisito aroma.

No puedo evitar sonreír al rememorar cada momento, cada beso, cada suspiro que compartimos. Quisiera volver a su lado y abrazarlo hasta que salga el sol, besarlo como primer acto del día, sentir la fuerza de sus brazos y la delicadeza de sus caricias al tomarme.

Pero es hora de irme.

No quiero usar de nuevo el vestido y tampoco deshacerme de su camisa, por lo que la conservo y busco los pantaloncillos de pijama, poniéndomelos y ajustándolos a mi cadera.

Me cepillo el cabello con los dedos, molestándome por no tener nada con qué sujetarlo. Tropiezo con mis zapatos y los recojo, dejándolos sobre la cama mientras la rodeo para acercarme a Ryan.

Me quedo de pie a su lado, observándolo dormir, grabándome cada una de sus facciones a fuego en mi memoria. Tiene el rostro relajado, pacífico, me atrevería a decir que luce feliz; me hace sentir dichosa la idea de que sea por mí.

Un doloroso nudo se instala en mi garganta. Él fue luz, su cercanía siempre alejó mis sombras. Hizo nacer en mí sentimientos inigualables, mágicos y poderosos, me infundió esperanza.

Me siento suavemente en el borde la cama, sintiendo las lágrimas resbalar por mis mejillas deseando que no sea hora de partir. La felicidad que me ha obsequiado jamás me la arrebatará nadie.

Ryan se remueve inquieto y susurra mi nombre. Tengo que cubrir mi boca para que mi sonrisa no se vuelva un sollozo. Paso mis dedos por su mandíbula y con delicadeza retiro un mechón de cabello que cae sobre su frente.

—Nunca habrías podido acabar con mi oscuridad —confieso en un murmullo—, pero lograste llenarla de estrellas —Me pongo de pie y deposito un beso en la comisura de sus labios-. Y eso me ha hecho inmensamente feliz.

Presiono mis manos contra mi pecho, sé que mi corazón se va a quedar aquí. Me obligo a salir rápidamente cuando vuelve a llamarme en sueños o no seré capaz de irme.

Abro la puerta con cuidado y me vuelvo para darle una última mirada al lugar. Me despido suavemente, diciéndole al vacío lo que nunca le podré decir a él.

Salgo sin mirar atrás, agradeciendo la distracción que resulta ser el piso frío en las plantas de mis pies. Bajo lo más rápido posible por las escaleras, deseando haber tomado una sudadera cuando el viento helado impacta contra mi rostro.

Nunca había sentido un cambio tan drástico en el clima de esta ciudad. Espero en la acera mientras busco mi móvil y veo la hora. Son casi las seis de la mañana.

Cruzo la calle y saco las llaves, entrando a mi auto y encendiéndolo con velocidad antes de que mis pies me lleven de vuelta a esa habitación.

No pienso en nada más que en conducir a casa.

No quiero pensar en cuánto me voy a arrepentir de dejar a Ryan porque me va a destrozar. Y tampoco puedo evitar soltar un sollozo cuando dejo de vislumbrar su edificio en el espejo retrovisor.

Mi mente comienza a ponerse en blanco.

Todo duele demasiado.

Pero ya no más.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora