Treinta y siete

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Me sostengo de la barra como él y retrocedo mientras sus ojos desorbitados escanean la casa.

—No fue difícil, Larissa me ayudó —Niego y él se balancea sobre sus pies, noto que apenas puede soportar su peso—. Ella también sabía que estaba empeorando y me creyó. Me creyó cuando le dije que Verónica trató de ahogar a su querida sobrina.

—¿Qué?—balbuceo.

—¡Cállate! —Doy un respingo con mis latidos acelerados y él da un paso hacia mí—. Querías la verdad, ¿no? Bien. Hice que tu tía internara a su hermana en un centro psiquiátrico —confiesa extendiendo los brazos—. ¡Sólo era eso! ¡Se fue por su voluntad confiando en Larissa! —Se ríe y empiezo a temblar asustada.

»Te tenía a ti, exactamente igual a mi Verónica, y tenía a Lilian. No necesitábamos a esa perra, ¿no lo ves? Era perfecto —Tropieza con nada y se sostiene de la pared. Mis ojos queman pero no quiero llorar por temor a dejar de verlo. Me duele el pecho y mis pulmones arden.

»¡Es perfecto! ¿No lo ves? —sonríe como si recordara algo importante—. Fui hace un año a contarle con lujo de detalle la perfecta familia que ahora somos, lo estúpida que fue, pero no lo entendió, ¿sabes? Por alguna razón mi noticia la hizo morderse las muñecas hasta desangrarse —Mi mano vuela a mi boca.

—Oh, Dios, no —Me ahogo con las palabras. No puede ser posible, esto no puede estar pasando. Debe ser otra jodida pesadilla, éste no es mi padre, él no ha hecho estas cosas. 

—Larissa me hizo prometerle que te cuidaría a ti también. A cambio, le pedí que no volviera. Ella aceptó pero después se arrepintió y quería verlas. Idiota. No la dejé. Le dije que lo hiciera de lejos pero que mientras Verónica viviera, no la quería en sus vidas. Debiste verme. Hasta lloré, diciéndole que no tenía valor para decirles la verdad.

—Larissa —musito.

—No te preocupes por ella —comenta, cada vez entiendo menos lo que dice—, fui a darle un vistazo hace unos días. Ahora está en un lugar mejor. Formará parte de una construcción a las afueras de la ciudad, será el cimiento, ¿no te parece poético? —Horrorizada me alejo de él, sintiendo ganas de vomitar. 

Esto no es real, esto no es real, no puede serlo.

—¡No me toques! —grito cuando pone sus manos en mis hombros—. Eres un monstruo. Esto —Lo señalo asqueada—, lo que eres justo ahora... Tú no eres mi padre —Espeto dolida, dando un salto hacia atrás. Él cae al suelo de rodillas. Me mira desde abajo con los dientes apretados, respirando tan agitadamente que la saliva escapa de su boca.

—Lo sé.

Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora