Treinta y ocho

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Mi respiración vacila.

Debí escuchar mal. Entendí mal, él no me está diciendo...

Las palmas de mis manos sudan, siento que la habitación se encoge y me ahoga. Mi padre me mira peleando contra el efecto de la medicina. El oxígeno no entra a mis pulmones y me llevo la mano al pecho por temor a que vaya a estallar.

Quiero que pare, quiero que el dolor pare porque me está asfixiando, me está matando, no lo puedo soportar.

Mis piernas débiles de pronto me sostienen con firmeza, mis manos ya no tiemblan porque el frío está aquí. Mi oscuridad está aquí para salvarme. La respiro, la dejo ayudarme, la dejo tomar el control de mí.

—¿Por qué no tomas una siesta, papá? —Mi voz es dulce. Tengo preguntas pero mis labios sólo dejan salir esas palabras. Asiente cansado, balbuceando que ya no le llamé así y se dirige al pasillo, lo sigo de cerca hasta que entra a su habitación.

Me quedo de pie en el umbral, mirándolo arrastrarse a su cama y dejarse caer de espaldas. Asco, desprecio, odio. Me es imposible razonar, sólo puedo sentir. 

Y siento una furia interminable.

Vuelvo sobre mis pasos a la cocina y abro un cajón. El destello del cuchillo me parece un guiño cómplice. Trago duro para deshacerme del nudo en mi garganta y sujeto el afilada arma en mis manos.

¿Cuántas veces mi padre tomó este mismo cuchillo y cortó esas naranjas para disfrazar los somníferos? ¿Cuántas veces bebí el jugo creyendo que era su forma silenciosa de decirme que estaba ahí para mí?

¿Cuántas veces lo miré esperando su sonrisa conciliadora para estar tranquila? ¿Cuántas veces me sentí segura gracias a él? Dios, ¿cuánto viví engañada?

Pasé tanto, tanto tiempo sintiéndome un monstruo y resulta que amaba a alguien mucho peor que yo.

Camino a su habitación con el pecho en llamas. Viene a mi mente la advertencia de mamá, aquella noche en el auto: «Y ahora te odia». Me odia, claro que lo hace. Soy el resultado de la más terrible noche en la vida de mi madre.

Soy fruto de una violación.

Empujo la puerta y lo veo ahí, dormido, ajeno al dolor que me ha causado. Me pregunto por qué si ahora sé todo, siento en mi interior que una pieza falta. 

Este desquiciado extraño ha asesinado a Larissa, consiguió que mi madre se quitara la vida, nos mintió toda nuestra existencia. Nuestra existencia. Lily, mi pequeña Lily; esto la va a destrozar.

Y es mi culpa. 

Debí decirle todo desde el principio. Lo que pasaba conmigo, cuando Larissa llegó, lo que descubrí de nuestra madre. Le correspondía saberlo. Y ahora, todo llegará a ella en un golpe tan brutal que la hará pedazos.

Al menos él no va a hacerle daño.

Entro a la oscura habitación con pasos lentos y percibo que no estoy sola. Por primera vez, me siento feliz por ello. Lo veo y la ira me consume, fue él quien enloqueció. Es un monstruo, un asesino. Tal vez el dolor le hizo perder la razón.

Recuerdo los momentos de risas y bromas que compartía con Lily y que yo disfrutaba de lejos. Parecía feliz de verdad, parecía un padre soltero común, parecía real cuando nos decía que nos quería. Parecía.

Niego suavemente, estoy segura de que a Lily sí la ama. Después de todo, ella es su hija.

Un nudo doloroso vuelve a aparecer en mi garganta y me doy cuenta de que la ira aumenta la velocidad de mis latidos. Quiere cegarme y controlarme. Me sorprendo por la intensidad de mi desprecio y me doy cuenta de que siempre lo he sentido, de que el odio profundo siempre ha estado ahí, bajo mi piel, hirviendo en mi interior.

Pero si antes no sabía lo que ahora, entonces, ¿por qué he tenido este rencor desde hace años?

—No importa —susurro sin querer—. Eres un asesino —Aprieto el cuchillo que sostengo fuertemente y respiro profundo. No voy a darle el privilegio de ver de nuevo a Lily. No voy a darle la oportunidad de hacerse la víctima. No permitiré que me encierre como a mamá.

No voy a dejar que vuelva a respirar.


Susurros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora