11. RELLENO DE LAVA

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Maratón 1/2

Miro la fotografía de Claudia y pienso que desearía haberle dicho cuánto me gustaba. Fue a un fotógrafo profesional a hacérsela. De hecho, también fue a la peluquería a peinarse y a maquillarse antes de ir al fotógrafo. Incluso la semana antes había estado yendo a rayos uva para ponerse morena, ya que mi cumpleaños es en diciembre y la foto fue mi regalo al cumplir veintiocho años. 

Ella aparece de lado, de forma que se ve más su mejilla izquierda que la derecha, la cual está enmarcada por su melena morena y rizada. Se ve su oreja izquierda, y colgando de ella los pendientes de diamantes que le regalé en nuestro primer aniversario de casados. Claudia había tratado de resaltar las pecas de su nariz poniéndose morena, esas pecas que adoro y que echo de menos cada invierno. En la foto, las pecas se ven claramente, y ella dijo que esa había sido la idea, y que incluso le había dicho al fotógrafo que se centrase en resaltar las pecas, pues sabe que adoro sus pecas. Su cara es ovalada, pero su barbilla es algo puntiaguda. Su nariz es como la de una leona, grande y regia, y sus ojos son del color de la hierba verde. En la foto está poniendo ese mohín que tanto me gusta (no llega a ser una sonrisa), y sus labios están tan brillantes que no puedo evitar besar la foto cada vez que la miro. 

Beso la fotografía otra vez. Siento la frialdad del cristal y dejo una mancha en él que limpio rápidamente con la manga de la camisa. 

—Dios, cuánto te echo de menos —digo, pero la foto no me contesta, está callada, como siempre—. Siento mucho que esta foto no me gustase antes, porque no puedes imaginar cuánto me gusta ahora. Sé que te dije que no era un gran regalo, pero antes no trataba de ser bueno. Sí, sé que te pedí una barbacoa nueva, pero ahora me alegro de tener esta fotografía. Me ha ayudado a pasar el tiempo en el lugar malo, me ha hecho querer ser mejor persona y ahora he cambiado. Así que no solo aprecio todo el esfuerzo y los pensamientos que dedicaste al regalo, sino que es el único recuerdo que me queda de ti, pues alguna mala persona robó todos los cuadros que había en casa de mi madre porque los marcos eran caros y... 

De repente, por alguna razón, recuerdo que hay un vídeo de nuestra boda y me acuerdo de que en ese vídeo puedo ver a Claudia andando, bailando y hablando. De hecho, incluso hay un momento en el que ella habla directamente a la cámara como si me estuviese hablando a mí y dice: 

—Te amo, Josh Hutcherson, semental sexy. 

Recuerdo lo que me reí al ver el vídeo la primera vez con sus padres. Llamo a la puerta del dormitorio de mis padres, y vuelvo a llamar. 

—¿Josh? —dice mamá. 

—Tengo que trabajar por la mañana, ¿sabes? —dice mi padre, pero lo ignoro. 

—¿Mamá? —digo yo hablándole a la puerta.

—¿Qué pasa? 

—¿Dónde está el vídeo de mi boda? 

Se hace el silencio. 

—Recuerdas el vídeo de la boda, ¿verdad? 

Aun así no dice nada. 

—¿Está en la caja de cartón en la salita con el resto de los vídeos familiares? 

A través de la puerta puedo oír que ella y mi padre susurran. Luego mi madre dice: 

—Cariño, creo que te dimos vuestra copia del vídeo. Debe de estar en tu antigua casa. Lo siento. 

—¿Qué? No, está abajo en el armario de la salita. No importa. Yo la encontraré. Buenas noches —digo, pero cuando llego al armario y busco en la caja de los vídeos descubro que no está ahí. Me doy la vuelta y me doy cuenta de que mi madre me ha seguido hasta la salita. Está en camisón. Se está mordiendo las uñas—. ¿Dónde está? 

—Os lo dimos... 

—¡No me mientas! 

—Pues no se dónde podemos haberlo guardado, pero aparecerá antes o después. 

—¿No lo sabes? ¡Es irreemplazable! —Sé que solamente es un vídeo, pero no puedo evitar estar enfadado y me percato de que ese es uno de mis problemas—. ¿Cómo puedes olvidar dónde está cuando sabes lo importante que es para mí? ¿Cómo? 

—Cálmate, Josh —dice mi madre levantando las manos y dando un cuidadoso paso hacia mí como si estuviera tratando de calmar a un cachorrito—. Relájate, Josh, relájate. 

Pero yo no puedo evitar sentirme más y más enfadado, así que antes de decir o hacer alguna tontería me recuerdo lo cerca que estoy de volver al lugar malo, el lugar en el que Claudia nunca me encontrará. Cabreado, paso por donde está mi madre y me encamino hacia el sótano, donde empiezo a ejercitarme con el Stomach Master 6000. Cuando termino aún estoy enfadado, así que hago cuarenta y cinco minutos en la bicicleta estática y luego bebo agua hasta estar lo suficientemente hidratado para hacer quinientas flexiones. 

Cuando parece que mis pectorales están rellenos de lava es cuando me siento lo bastante calmado para irme a dormir. Cuando subo, todo está silencioso y no se ve luz por debajo de la puerta del dormitorio de mis padres, así que cojo la foto de Claudia y subo a la buhardilla. Apago el ventilador y me meto en el saco de dormir. Coloco la foto de Claudia junto a mí, le doy un beso de buenas noches y me dispongo a sudar y perder peso. No he dormido en la buhardilla desde la última vez que Stevie Wonder me visitó. Tengo miedo de que regrese, pero también me siento gordo. Cierro los ojos, tarareo una nota y cuento hasta diez en silencio una y otra vez. A la mañana siguiente me despierto indemne.

Silver Linings Playbook (Joshifer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora