25. LA INVASIÓN ASIÁTICA

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Después de hacer un poco de ejercicio y de salir a correr (poco tiempo también) con Jennifer me subo al tren que me llevará a Filadelfia. Sigo las indicaciones de Connor y camino por Market Street en dirección al río. Giro a la derecha cuando voy por la segunda manzana y sigo esa calle hasta llegar a su edificio. Cuando llego a la dirección que Connor me dio me sorprendo al ver que vive en una finca alta con vistas al río Delaware. Tengo que darle mi nombre al portero y decirle a quién voy a visitar antes de que me deje entrar en el edificio. 

Solo es un hombre viejo con un traje extraño que dice «Arriba, Eagles» al ver mi camiseta de Baskett, pero el hecho de que mi hermano tenga portero es impresionante, a pesar del uniforme del hombre. Hay otro hombre viejo que lleva un traje extraño en el ascensor (incluso lleva uno de esos sombreros que se les pone a los monitos) y este hombre me lleva al décimo piso después de que le diga el nombre de mi hermano. La puerta del ascensor se abre y entro en un rellano azul decorado con una alfombra roja. Cuando veo la puerta 1021 llamo tres veces. 

—¿Qué hay, Baskett? —dice mi hermano después de abrir la puerta. Él lleva la camiseta en memoria de Jerome Brown porque hoy hay partido otra vez—. Pasa. 

Hay una ventana gigantesca en el salón y puedo ver el puente Ben Franklin, el acuario Carden y diminutos barcos flotando en las aguas del Delaware. Es una vista hermosa. Enseguida me doy cuenta de que mi hermano tiene una pantalla plana de televisión, lo suficientemente plana para colgarla de la pared como si fuera un cuadro y aún más grande que la de papá. Pero lo más extraño es el piano de cola que mi hermano tiene en el salón. 

—¿Qué es eso? —pregunto. 

—Mira esto —dice Connor. 

Se sienta en el taburete del piano, quita la tapa y empieza a tocar. Estoy sorprendido de ver que puede tocar «Volad, Eagles, volad». No es una versión muy elaborada, pero reconozco claramente el canto de la lucha de los Eagles. Empieza a cantar y yo me uno a él. Cuando termina de cantar, Connor me cuenta que lleva tres años asistiendo a clases de piano. La siguiente canción que me toca es familiar (sorprendentemente suave, como si fuera un gatito caminando sobre la hierba) y me parece increíble que Connor haya hecho algo tan hermoso. Siento cómo se me llenan de lágrimas los ojos mientras escucho a mi hermano, que toca con los ojos cerrados, moviendo el cuerpo hacia atrás y hacia delante al ritmo de la música. Está gracioso con la camiseta de los Eagles. Comete un par de errores, pero no me importa, está tratando de verdad de tocar la pieza correctamente y eso es lo que cuenta, ¿no? Cuando termina, aplaudo con fuerza y le pregunto qué es lo que estaba tocando.

—La Sonata para piano número ocho de Beethoven —dice Connor—; ¿te gusta? 

—Mucho —digo, porque de verdad estoy sorprendido—. ¿Dónde aprendiste a tocar? 

—Cuando Caitlin se mudó conmigo trajo su piano y me ha estado enseñando cosas desde entonces. 

Empiezo a sentirme mareado porque nunca había oído hablar de esa tal Caitlin y me parece que mi hermano acaba de decirme que vive aquí con ella, lo cual implica que mi hermano tiene una relación amorosa seria de la cual no sabía nada. Esto no me parece correcto. Uno debería conocer a la pareja de su hermano. Finalmente consigo decir: 

—¿Caitlin? 

Mi hermano me lleva a su habitación; hay un gran cabecero de madera y dos armarios a juego uno enfrente del otro que parecen guardias que están mirándose a la cara. Coge una foto enmarcada en blanco y negro de la mesita de noche y me la da. En la foto aparece Connor con la mejilla pegada a la mejilla de una mujer muy hermosa. Tiene el cabello corto y rubio, casi tan corto como el de un hombre, y su aspecto es delicado pero muy hermoso. Lleva un vestido blanco y Connor un esmoquin. 

Silver Linings Playbook (Joshifer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora