Estoy en el restaurante Crystal Lake con Jennifer, sentados en el mismo lugar que la última vez, tomándonos nuestra cajita de cereales con pasas y bebiendo té caliente. No hemos dicho ni una sola palabra mientras veníamos aquí, no hemos dicho nada mientras esperábamos un camarero y no decimos nada ahora, mientras esperamos que traigan la leche, el bol y los cereales. Empiezo a comprender que tenemos una clase de amistad en la que no se necesitan muchas palabras. Mientras observo cómo coge los cereales con la cuchara y se los mete en la boca, trato de decidir si quiero o no contarle lo que sucedió en el partido de los Eagles.
Ya llevo dos días pensando en el niño que lloraba y se escondía tras las piernas de su padre; me arrepiento mucho de haberle pegado al aficionado de los Giants. No se lo conté a mamá porque se habría disgustado. Mi padre no me habla desde que los Eagles perdieron contra los Giants y no veré al doctor Donald hasta el viernes. Además, empiezo a pensar que Jennifer es la única que me va a entender, puesto que ella tiene un problema similar y también estalla (como el día de la playa, cuando a Laura se le escapó que Jennifer iba a terapia delante de mí).
Miro a Jennifer, que tiene los dos codos apoyados sobre la mesa. Lleva una camiseta negra que hace que su pelo parezca un poco oscuro. Lleva demasiado maquillaje, como siempre. Parece triste. Parece enfadada. Es distinta a todas las personas que conozco. Ella no se pone una careta para ocultar sus sentimientos cuando sabe que está siendo observada. No se pone una careta cuando está conmigo y eso me hace confiar en ella. De repente Jennifer levanta la vista y me mira a los ojos.
—No estás comiendo.
—Lo siento —digo mirando los cereales.
—La gente pensará que soy una glotona si como mientras tú miras.
Así que meto la cuchara en el bol, pongo leche en el tazón y me llevo a la boca una pequeña cucharada de cereales. Mastico. Trago. Jennifer asiente y luego vuelve a mirar por la ventana.
—Ayer pasó algo malo en el partido de los Eagles —digo, e inmediatamente después deseo no haberlo dicho.
—No quiero saber nada de fútbol americano. —Jennifer suspira—. Odio el fútbol americano.
—Realmente esto no es sobre fútbol.
Ella sigue mirando por la ventana. Yo también miro y confirmo que no hay nada interesante fuera, solamente coches aparcados. Continúo hablando.
—Le pegué a un hombre, incluso lo levanté del suelo; le pegué tan fuerte que pensé que lo había matado.
Ella me mira. Jennifer entorna los ojos y esboza una especie de sonrisa, casi como si fuera a reírse.
—Y bien, ¿lo hiciste?
—¿Hacer el qué?
—Matar al hombre.
—No, no. Lo dejé inconsciente, pero luego se despertó.
—¿Deberías haberlo matado? —pregunta Jennifer.
—No lo sé —digo sorprendido por la pregunta—. Quiero decir, ¡no! ¡Claro que no!
—Entonces ¿por qué le golpeaste tan fuerte?
—Tiró a mi hermano al suelo y exploté. Era como si hubiera abandonado mi cuerpo y este estuviera haciendo algo que yo no quería hacer. No he hablado con nadie de esto y esperaba que tú me escuchases para que yo...
—¿Por qué tiró el hombre a tu hermano al suelo?
Le cuento toda la historia (de principio a fin). Le explico que no puedo quitarme al hijo del grandullón de la cabeza. Aún me imagino al niño escondiéndose tras las piernas de su padre. Veo al niño asustado, llorando. También le cuento lo de mi sueño, lo de Claudia consolando al aficionado de los Giants. Cuando termino de contar la historia, Jennifer me dice:
—¿Y?
—¿Y?
—Sí, no pillo por qué estás tan disgustado.
Por un instante, pienso que igual está bromeando, pero Jennifer ni se inmuta.
—Estoy disgustado porque ahora Claudia se enfadará cuando le cuente lo que sucedió. Estoy disgustado porque me he decepcionado a mí mismo y seguramente el período de separación ahora será mayor porque Dios querrá proteger a Claudia hasta que yo sepa controlarme, pues ella es pacifista, y esa es la razón por la cual no quería que fuera a los pendencieros partidos de los Eagles. Dios, echo tanto de menos a Claudia, duele tanto...
—Que le den a Claudia —dice Jennifer, y luego se mete otra cucharada de cereales en la boca. Yo la miro. Ella mastica tranquilamente. Se traga los cereales.
—¿Perdona? —le digo.
—Me parece que el aficionado de los Giants era un gilipollas. Lo mismo que tu hermano y Scott. Tú no empezaste la pelea, solo te defendiste. Si Claudia no puede soportar eso, si ella no va a apoyarte cuando te sientes mal, pues entonces que le den...
—No vuelvas a hablar así de mi mujer —digo notando la furia en mi voz. Jennifer pone los ojos en blanco —No permitiré a ningún amigo mío hablar así de mi mujer.
—Tu mujer, ¿eh? —dice Jennifer.
—Sí, mi mujer, Claudia.
—Ah, quieres decir tu mujer, Claudia, la que te abandonó mientras estabas en una institución mental. ¿Por qué no está tu mujer, Claudia, ahora contigo, Josh? Piénsalo. ¿Por qué estás comiendo cereales conmigo? Solo piensas en satisfacer a Claudia y, aun así, la preciosa Claudia no parece pensar en ti. ¿Dónde está? ¿Qué está haciendo ahora? ¿Crees que realmente está pensando en ti?
Estoy demasiado sorprendido para responder.
—Que le den a Claudia, Josh. ¡Que le den! ¡QUE LE DEN! —Jennifer da una palmada contra la mesa y hace que se tambalee el bol de cereales—. Olvídala. Se ha ido. ¿Es que no lo ves?
La camarera se acerca a nuestra mesa. Pone los brazos en la cadera, presiona los labios y me mira a mí y después a Jennifer.
—Eh, señorita malhablada —dice la camarera. Cuando me doy la vuelta, me doy cuenta de que los otros clientes están mirando a mi amiga. —Esto no es un bar de mala muerte, ¿de acuerdo?
Jennifer mira a la camarera y sacude la cabeza.
—¿Sabe qué? Que le den a usted también. —Dicho esto, se levanta y sale del restaurante.
—Solo estoy haciendo mi trabajo —dice la camarera—. ¡Jesús!
—Lo siento —digo, y le doy a la camarera todo el dinero que tengo, es decir, veinte dólares. Mi madre solamente me ha dado eso cuando le he dicho que iba a llevar a Jennifer a tomar cereales. Yo le he pedido dos billetes de veinte pero mi madre me ha dicho que no podía darle dos billetes de veinte a la camarera por un plato que costaba cinco, a pesar de que le he explicado a mamá lo de dar más propinas. La camarera dice:
—Gracias, chico, pero será mejor que vayas tras tu novia.
—No es mi novia —digo—, solo es una amiga.
—Lo que sea.
Jennifer no está fuera del restaurante. La veo calle arriba alejándose de mí. Cuando la alcanzo le pregunto qué le sucede. No contesta y sigue corriendo. Al final, terminamos corriendo el uno junto al otro de vuelta a Collingswood, todo el camino hasta casa de sus padres. Cuando llegamos, Jennifer se dirige a la puerta trasera sin siquiera decir adiós
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Holi, un capitulo mas xD, este me dio risa.
Jennifer se ha pasado pero ha dicho la verdad, ¿Quien la apoya? Yo si xD
Bueno tengo algo que decir, no voy a actualizar hasta el sábado de la siguiente semana ya que tengo la semana de exámenes y es pesada (maten a mis maestros)
Lo siento, perdón
Un beso y abrazos
*Mari*
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Silver Linings Playbook (Joshifer)
RomanceJosh Hutcherson, sufre de amnesia y ha desarrollado una teoría muy peculiar según la cual su vida es una película producida por Dios. Y la misión que le ha dado Dios es ponerse en forma y convertirse en un buen tipo para recuperar a su ex esposa. J...