4· "Tendría que irse a vivir a otro pueblo para poder olvidarlo"

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Aparentemente, no solo yo me percaté de aquella profundidad. Durante el invierno de aquel año Yolanda, quien lo conocía del pueblo y de la escuela, estaba profundamente enamorada de él. Un día nos enteramos que les decía a sus amigas que para ella, sus ojos brillaban con especial luminosidad y sentía que Aquelo le estaba robando el corazón. Si no podía estudiar o hacer los trabajos de la casa sin recordarlo y comenzar a sentir mariposas en la panza o llorar, tendría que irse a vivir a otro pueblo para poder olvidarlo, ya que a Aquelo no parecía importarle ella en lo más mínimo.

En los días de escuela, le escribía al menos un poema diario que dejaba nerviosamente a primera hora en el cajón del pupitre de su amado. Los poemas decían cosas como:

Dulce Aquelo

Un día en el ocaso,

quiero que tú me quieras

como te he querido...

(Agrego un pan de leche especialmente hecho por mí, como obsequio para ti, ¡dulce Aquelo!)

Firma: Anónima.

Los poemas eran tan malos pero sus panes dulces... ¡tan ricos!

Eran graciosas aquellas notas en las que decía que había dejado un pan o alguna otra cosa. Las dejaba para asegurarse que Aquelo sepa de la existencia del pan en el caso que alguien se lo robara en el ínterin entre que ella lo dejaba y él lo encontraba. Estuvo intentando durante semanas conquistar el corazón de Aquelo pero tristemente para ella, no tuvo éxito. Sabía que el tiempo se terminaba —Aquelo había comentado en clase que estaría allí poco tiempo— pero ella mantuvo el tesón en su propósito hasta el último momento.

Una tarde apareció Aquelo con sus pies incontrolables y un pan de Yolanda bajo el brazo, para pedirme que investigara quien era su enamorada secreta

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Una tarde apareció Aquelo con sus pies incontrolables y un pan de Yolanda bajo el brazo, para pedirme que investigara quien era su enamorada secreta. Aún no lo sabíamos. Él sabía que a mí me apasionaban las historias de espías. Mi habitación estaba llena de trampas y misteriosos artilugios que construía para que alguien, en su afán de revisar cosas ajenas, cayera en la trampa. Por lo general era mi mamá quien siempre caía pero alegaba que entraba a dejarme ropa en el placar o a limpiarme el cuarto.

Si los padres de Yolanda descubrían lo que aquellos panes dulce que hacía en casa no estaban destinados a sus amigas ella moriría de vergüenza puesto que le habían prohibido expresamente verse con muchachos. Considerando esto, Aquelo me pidió recaudo, ya que no quería hacerla pasar un mal momento, solo quería saber de quién se trataba.

Aprovechando que asistíamos a la escuela muy a la mañana, aún en invierno, cuando amanece muy tarde, me quedé en el oscuro cerca de la entrada detrás de un árbol, desde donde podía verlo todo. Y desde allí la vi venir nerviosamente mirando para todos lados con su mochila y con un sobre en la mano. Caminó con sumo cuidado hacia el séptimo grado y salio, sin que el encargado de la escuela, que se encontraba siempre a esa hora limpiando los pisos del baño, se percatara.

Luego de verlo todo, me paré, me acomodé el guardapolvo y ingresé a la escuela, crucé el pasillo como si nada y me senté en mi pupitre a esperar que todos llegasen. Mientras tanto veía como los primeros rayos de luz emergían de la ventana. La escuela es un lugar increíblemente silencioso y lúgubre cuando no hay casi nadie, sobre todo en la mañana cuando el silencio y la madrugada invaden por completo el pueblo y así toda edificación sumergida en él. Los sonidos se presentan con una notable fuerza. En ese instante vi pasar a Yolanda como si fuese un fantasma de punta a punta toda la galería. Fue a un aula contiguo al mio, seguramente a buscar tizas. Las utilizaba para pasar el tiempo, haciendo dibujos en el pizarrón. Al volver, pasó con el mismo caminar espectral pero esta vez de manera más siniestra todavía; mirándome directamente a los ojos, como si sospechara algo. Los pasos de Yolanda, y ella, con su mirada tan apabullante, me parecieron en ese momento algo terrorífico.

«Debí volver a casa» pensé por un momento.

Conociendo nuestra amistad con Aquelo, era evidente que sospechaba el porqué de mi presencia tan temprana. Cinco minutos después sentí volver los inconfundibles pasos de Yolanda. Se acercaban a mi aula de forma apremiante. Se detuvo en la puerta apoyando ambas manos en uno de los marcos y observó detenidamente, haciendo una inspección general y me clavó la vista:

—Viniste temprano hoy, Juancito.

—Sí. —le contesté tajante.

—Que raro... pudiendo dormir más, está tan lindo para dormir en la camita...

En ese instante se me paralizó la respiración, pero traté de disimularlo para que no sospeche el motivo por el que estaba allí tan temprano. Conociendo a Yolanda sabia que la conversación se tornaría más y más indagatoria por lo que debía tener algo convincente preparado para decir. Recordé que un año antes, habíamos hecho una improvisada competición entre unos compañeros de aula: quien llegase más temprano, se ganaba un chocolate, pagado por el perdedor. Aquella vez gané yo, de hecho fui el ganador indiscutido; los otros tres lo habían olvidado por completo. Luego se pusieron de acuerdo y me boicotearon de tal manera que no reconocieron el concurso, para evitar darme el chocolate. Recordando esto le dije:

—Hicimos un concurso con Aquelo para ver quien llegaba más temprano. Y parece que gané... ¡con quince minutos de ventaja!

Me quedó mirando con cara de nada por un instante, esperando que me explaye pero prefirió proseguir y dijo intentando demostrar poco interés:

—Bueno... no me interesa. Que disfrutes tu éxito.

Se volteó y caminó hacia su aula con su característicos pasos. Un minuto después la sentí escribir en el pizarrón y más tarde comenzaron a llegar lentamente los alumnos hasta iniciarse el alboroto de todos los días. Aquelo llegó tarde, después de que tocaron la campana para formar, por lo que siquiera tuvo tiempo para dejar sus cosas en el aula por lo que formó con mochila. Luego el himno. Lo demás fue una mañana normal de clases, con sus característicos ruidos, hurtos de lapices y maestras gritando.

AQUELO y el Edén de la JuventudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora